Era un día de primavera en Wiltshire, Inglaterra, cuando Victoria se subió a un avión para vivir una jornada especial: un salto en paracaídas. No era una novata: como instructora de paracaidismo saltar al vacío era casi rutina. Ya lo había hecho 2.500 veces. Pero ese día su hobbie casi se convirtió en su tumba. Lo que parecía un accidente terrible pronto se reveló como algo mucho más siniestro: un intento de asesinato. Y el sospechoso no era un extraño. Era su propio esposo, Emile.
Un matrimonio con fisuras invisibles
Emile, de origen sudafricano, era un sargento del ejército británico. Físicamente imponente, disciplinado, carismático. Victoria era fisioterapeuta y le conoció en una base militar. Se casaron y tuvieron dos hijos. En apariencia eran una familia modelo.
Pero la relación estaba marcada por la infidelidad, las deudas y la manipulación. Emile mantenía relaciones con múltiples mujeres al mismo tiempo —incluida una amante con la que planeaba rehacer su vida— mientras Victoria intentaba mantener la estructura familiar a flote. Acababa de dar a luz a su segundo hijo.
El salto que lo cambió todo
Un día Emile regaló a Victoria un salto en paracaídas. Quería que volviera a practicar lo que tanto le gustaba, después del nacimiento de segundo hijo, hacía cinco semanas.
Emile no iría con ella pues se quedaría con los niños. Victoria se dirigió al aeropuerto y al llegar le escribió un mensaje. “El clima no es bueno, creo que es mejor que lo dejemos para otro día”. Él insistió en que siguiera adelante con el salto. Victoria estaba feliz. Por primera vez en mucho tiempo su marido le mimaba y se quedaba cuidando a los niños.
Victoria se lanzó, con otros aficionados, desde 1.200 metros de altura. Segundos después del salto quiso abrir el paracaídas. Pero este no se abrió. Rápidamente se deshizo del paracaídas principal y se centró en el de emergencia. ¡Tampoco funcionaba! Vivió unos segundos angustiosos, cayendo en espiral a 100 kms por hora. Su muerte era segura.
Los asistentes corrieron hacia ella, después de verla girar en el aire como un muñeco de trapo. Pero milagrosamente Victoria respiraba. Aterrizó en un campo recién arado que amortiguó el impacto. Tenía la pelvis destrozada, varias fracturas y lesiones internas graves. Pero estaba viva.
Al principio todos pensaron en un fallo mecánico. Pero los expertos en paracaidismo notaron algo extraño: alguien había manipulado los equipos. Las cuerdas estaban deliberadamente enredadas. Los ganchos, soltados. No era un error. Era un sabotaje.
La verdad detrás del arnés
La policía comenzó a mirar con lupa a Emile. Descubrieron que días antes del salto había entrado al hangar donde se guardaba el paracaídas de Victoria. Las cámaras de seguridad y los registros lo colocaban en el lugar exacto.
“He alquilado el paracaídas en una tienda y te lo he dejado en un armario del club de salto, así puedes ir mañana directamente”. En realidad, había llevado el equipo al baño donde lo había manipulado.
No era la primera vez. Días antes del intento de asesinato en el aire, Emile había intentado matar a su esposa. Abrió la válvula de gas de la cocina, mientras su esposa e hijos estaban en la cama. Él se fue con su amante y después al trabajo.
Cuando Victoria fue a la cocina por leche notó un terrible olor a gas. Envió un mensaje de texto a su marido preguntándole qué había pasado. “¿Estás intentando matarme?” bromeó. Y claro que lo estaba.
El juicio que estremeció al Reino Unido
Victoria asistió al juicio en silla de ruedas. “Yo le amaba. Confiaba en él. No podía imaginar que alguien capaz de abrazar a sus hijos intentara dejarme morir en el campo” dijo en una de sus declaraciones.
La policía mostró los mensajes de texto con una de sus amantes, Carly, en los que hablaba de comenzar una nueva vida “cuando todo estuviera resuelto”. También mantenía contacto con otra mujer, Stefanie, con quien chateaba la misma noche en que intentó matar a su esposa por primera vez.
“Soy un hombre muy sexual” dijo en el juicio.
Emile fue declarado culpable de dos intentos de asesinato y de poner en peligro la vida de sus hijos. El juez fue tajante. “Usted es un hombre egoísta, manipulador y sin remordimiento alguno”. Fue condenado a cadena perpetua, con un mínimo de 18 años antes de poder solicitar libertad condicional.
Dos vidas, dos destinos
Hoy Emile cumple su condena en una prisión de máxima seguridad. Sus múltiples amantes lo abandonaron. Fue expulsado del Ejército. En prisión se mantiene aislado por su propia seguridad.
Victoria tiene graves secuelas físicas del salto, pero ha retomado su vida, su carrera y la crianza de sus hijos. “La caída me rompió el cuerpo” ha dicho “pero la traición me rompió el alma. Aun así, sigo aquí. Y estoy viva. Eso es lo que él no soportó.”
Victoria lleva una barra metálica en la espalda y su esqueleto está cosido con tornillos. Es capitán del ejército y trabaja como fisioterapeuta. El mismo año en que su ex entró en la cárcel, comenzó a salir con Simon. Era una de las personas que estaba ese día en el club de paracaidismo. Y fue testigo en el juicio contra Emile.
Fue un crimen sin balas ni cuchillos. Un crimen ejecutado desde el aire. Pero como en todo salto, hay algo que siempre cae: la verdad.