Hay mujeres que visten alta costura, y hay otras que la encarnan. Carolina de Mónaco pertenece, sin duda, a la segunda categoría. En la reciente cena de Estado celebrada en el Palacio del Príncipe de Mónaco -la primera desde 1984-, la princesa volvió a hacer lo que mejor sabe: demostrar que el estilo no se improvisa, se cultiva.
Para recibir al presidente Emmanuel Macron y a su esposa, Brigitte Macron, Carolina apostó por un conjunto impecable de la colección Chanel Alta Costura Primavera-Verano 2024. Un look que, en otras manos, podría haber resultado excesivo o meramente protocolario. Pero en ella todo fluye con una naturalidad tan depurada que casi pasa desapercibida… hasta que miras dos veces.
La chaqueta, bordada con lentejuelas plateadas y rematada con un delicado cuello de tul, evocaba el universo del ballet; disciplina que la princesa estudió durante su juventud y que, de alguna manera, sigue presente en su forma de moverse: contenida, precisa, elegante. La falda larga, de un negro profundo y salpicada de pedrería, aportaba el equilibrio perfecto entre clasicismo y brillo discreto. Ni un exceso. Ni una nota fuera de lugar.

El acento estuvo en los accesorios. Carolina rescató joyas con historia: unos pendientes de diamantes heredados de su abuela Charlotte, un broche con significado y un collar que susurra linaje. Nada parecía elegido al azar. En ella, el lujo no es una imposición, es una consecuencia de su forma de estar en el mundo.
Su relación con Chanel es de décadas. No es solo embajadora, es heredera emocional de ese legado que une a las mujeres que han hecho del estilo una forma de expresión silenciosa pero potente. La suya es una elegancia que no busca protagonismo, pero que lo conquista.