Fran Liszt era capaz de visualizar la música, igual que para Kandinski los colores eran notas que tejían una melodía. ¿Raros? Sinestésicos. Einstein y Picasso tenían dificultades para leer y escribir, pero desarrollaron una peculiar forma de representar la realidad, cada uno en su ámbito. ¿Raros? Disléxicos. Uno dio origen a la teoría de la relatividad; el otro inventó el cubismo.
Estos cuatro genios son solo una muestra de cómo el cerebro, que al nacer contiene alrededor de mil billones de conexiones neuronales, tiene formas caprichosas de percibir la realidad. Y lo fascinante es que cualquier percepción es solo una ilusión creada por nuestra mente. Richard Taylor también era disléxico y dice que eso le sirvió para invertir sus esfuerzos en arte y escultura. También lo son Cher, Whoopi Goldberg, Jennifer Aniston… Todos han hablado de sus dificultades y todos han triunfado en sus respectivas profesiones.
No significa que las personas con dislexia sean más creativas, simplemente que pueden desarrollar otras fortalezas. No existe investigación seria que conecte creatividad y dislexia. Hay artistas disléxicos, pero también emprendedores, como Tommy Hilfiger, que abandonó sus estudios y con 30 años logró su primer millón de dólares. La mención de las celebridades sirve solo para visibilizar este trastorno del aprendizaje que afecta principalmente a la lectura, la escritura y, a veces, la ortografía. No es síntoma de genialidad, pero tampoco una falta de inteligencia o de madurez.
Aunque es difícil dar cifras exactas, se calcula que el 10% de los escolares españoles sufren dislexia. El 90% de sus padres creen que el sistema educativo no aborda correctamente este problema en las aulas, según un informe elaborado por la plataforma Profe.com en colaboración con la Federación Española de Dislexia (FEDIS).
Cualquier conclusión coincide con lo que vive Sonia Méndez, madre de dos niñas disléxicas y secretaria de la Asociación de Dislexia de Galicia (Agadix). “Falta profesorado con formación en dislexia que pueda detectar como posible dislexia las dificultades de un alumno para aprender a leer, entender lo que lee, escribir o copiar palabras correctamente o su tendencia a invertir letras o números”, dice.
Sonia reconoció las primeras señales en cada una de sus hijas porque ella también es disléxica, lo que aprovecha para recordar el componente genético de este trastorno. En su caso, está presente en varios miembros de la familia, incluido su padre. “Desde que son pequeñas, he tratado de trasladar a los profesores mi conocimiento sobre la forma en que el cerebro procesa la lectura o el lenguaje y las dificultades añadidas a la hora de asimilar los contenidos o responder a un examen, pero generalmente he topado con un muro y me ha costado cambio de colegio. Es difícil dar con un centro que adapte sus metodologías o docentes que empaticen con esta problemática. Es algo que compartimos los padres en Agadix y en la Federación Plataforma Dislexia”.
Esta madre insiste en que afecta al rendimiento, pero también a la confianza en sí mismos. “Si lo hacemos bien, la dislexia moldea una personalidad resiliente, empática y resolutiva”. A pesar de los personajes nombrados, la dislexia no hace a nadie un genio, pero tampoco debería obstaculizar el camino al éxito.
“Lo principal -añade- es fomentar la autoestima, ayudarle a explorar sus gustos e intereses y darle apoyo para que los desarrolle. Pueden encontrar confianza en sí mismos en el arte, en las matemáticas o en la medicina. Desde pequeña, mi hija tuvo claro que quería ser médico. Hoy se está preparando para poder tener acceso a la Universidad. Ejercerá la medicina, aunque tenga que llegar por caminos diferentes”. Es el mantra familiar: no hace grandes cómo aprendemos, sino qué hacemos con lo aprendido.
Los padres observan que es un obstáculo si el entorno lo percibe así o cuando los docentes buscan la vía rápida de hacer repetir curso. “La dislexia no es una barrera, sino una condición neurológica que puede dar forma a talentos, sean o no excepcionales, si se ofrece al niño herramientas y nuevas maneras de potenciar sus capacidades y afrontar sus desafíos”.
El célebre chef británico Jamie Oliver acaba de estrenar La revolución de la dislexia, un documental biográfico en el que detalla qué significó crecer con dislexia y cómo su trastorno de aprendizaje le llevó a interesarse por la cocina, lo que le permitió levantar su propio imperio gastronómico. Terminó de leer su primer libro con 33 años. Con su documental, ha emprendido una campaña contra el sistema educativo británico y su falta de respuesta para estos alumnos.
A Oliver, como a Sonia o cualquier persona disléxica, le duele que, a estas alturas, los niños tengan que pasar sus mismos calvarios. “Era feliz, pero no podía leer, escribir ni deletrear bien. Recuerdo esa sensación en el estómago, lo asustado que estaba. Cuando el resto se esforzaba al máximo, daba sus frutos. Cuando yo me esforzaba, parecía que no estaba haciendo nada”, confiesa el chef en el documental. Su salvación llegó a través de la cocina, donde encontró su pasión y pudo desarrollar todo su potencial. Pero es consciente de que no todos tienen esa suerte ni tampoco la de Picasso, Einstein o Tommy Hilfiger, que hicieron de su dislexia una fuente de creatividad, innovación y fuerza.