Como si una nueva etapa vital mereciera una nueva piel, Carrie Bradshaw -la eterna cronista del amor y la moda en Manhattan- da un giro también a su casa. En la tercera temporada de And Just Like That, la icónica columnista abandona su clásico apartamento del Upper East Side para instalarse en un elegante townhouse en Gramercy Park.
A diferencia del pequeño brownstone con fachada sencilla que la vimos habitar durante años, su nueva casa tiene un aire de sofisticación clásica. Se trata de una vivienda de estilo Greek Revival, con fachada de ladrillo rojo, barandillas de hierro forjado y proporciones amplias. Aunque en la ficción la vivienda parece tener cuatro habitaciones, en realidad se inspira en una casa de tres plantas que ronda los 160 metros cuadrados, con acceso directo al parque privado de Gramercy, algo que muy pocos neoyorquinos pueden presumir de tener.
El hogar de Carrie es más espacioso, más luminoso y más silencioso; pero es, sobre todo, más maduro. Se trata de una casa que respira historia, con fachada griega de 1840, techos de más de tres metros y ventanas que dejan entrar la luz de la mañana como si de una fotografía editorial se tratara.
El interiorismo, firmado por el diseñador de producción Miguel López-Castillo y la decoradora Karen Weisel Holmes, mantiene una línea cálida y acogedora, como la propia Carrie. Lejos de borrar el pasado, este nuevo espacio lo celebra. El armario, como no podía ser de otra forma, es un homenaje a su historia personal: hay espacio para sus Manolos favoritos, el bolso de JW Anderson que apareció en su cita con Aidan y algunos vestidos cargados de recuerdos.
Esta casa también tiene una dimensión emocional. Fue comprada con la intención de compartirla con Aidan y sus hijos, como parte de un nuevo capítulo. Sin embargo, las cosas no salen como esperaba y (cuidado, ¡spóiler!) Carrie termina quedándose sola. Esa soledad se palpa en detalles del día a día: el sonido de sus tacones sobre el suelo de madera que molesta a los vecinos, la alarma que no sabe manejar o incluso una pequeña invasión de ratas. Todo ello simboliza que por mucho que haya crecido, sigue siendo la misma Carrie, ahora enfrentada a las contradicciones de sus decisiones.
Uno de los espacios más destacados es la cocina tipo “galley”, larga y estrecha, decorada con electrodomésticos retro, un fregadero tipo farmhouse y hasta un teléfono de pared. A diferencia de su antigua cocina, que apenas usaba y que incluso almacenaba zapatos en el horno, esta está diseñada para ser funcional y vivida. Desde allí, una escalera de caracol conduce al patio trasero, inicialmente descuidado pero que poco a poco va adquiriendo personalidad con plantas, luces y detalles que reflejan la nueva etapa de Carrie.
En esta casa, los interiores apuestan por una tendencia que los expertos llaman panel drenching: paneles de madera pintados del mismo tono que las paredes, creando una sensación envolvente e íntima. Los colores neutros -grises empolvados, cremas cálidos, blancos rotos- sirven de lienzo a acentos cuidadosamente elegidos: lámparas escultóricas, cerámicas con textura, cuadros que podrían haber sido comprados en un mercado de Brooklyn… o en una subasta de Sotheby’s.
Este piso representa un momento: el de una mujer que, sin perder su esencia, ha aprendido a vivir con más espacio, con más calma, con más intención. Y si algo nos enseña el nuevo hogar de Carrie Bradshaw es que el buen diseño no consiste solo en combinar colores o acertar con una butaca: consiste en saber contar quién eres, sin decir una palabra.
Y, como todo lo que hace Carrie, lo querremos imitar.