A todos nos gustan los cuentos bonitos. Como humanos con sentimientos, nos fascinan las historias que, aunque empiecen mal, tienen un final afortunado. Relatos que nos reconcilian con el destino, que nos recuerdan que todo, en nuestra existencia, puede cambiar en una fracción de segundo. Ayer celebramos el Día de la Madre y quería, de alguna forma, también aquí celebrarlo.
Nuestra bonita historia de hoy se teje como una aventura urbana. Un guion que empieza en Bangkok, una ciudad que enamora, y, sin embargo, resulta ser un infierno para la mujer que, al sol, trabaja. La “peripecia” de una joven tailandesa, convertida, en cuestión de días, de trabajadora invisible a un célebre rostro de moda.
‘Meen’ entre familia, polvo y escoba
Ese día, Noppajit Meen Somboonsate, al empezar su jornada con su recogedor y su escoba, no podía imaginar lo que el caprichoso destino le deparaba. Barría las calles de la animada capital tailandesa como cada mañana. En su rutina silenciosa, solo compartía la responsabilidad de un trabajo bien hecho y una sonrisa discreta. De naturaleza concienzuda, recogía cualquier papelito, granitos de arroz y restos de comida callejera que afeaban el piso de la antigua urbe siamesa.
Todo esto hubiera podido seguir así durante años, si la magia no hubiera tocado a su puerta. La vida hizo que ese día, en esa remota calle asiática, Semyon Rezchikov, un TikToker ruso, se cruzara con ella. El joven que recorría Asia retratando aleatoriamente rostros anónimos con alma, le robó una instantánea antes de regalársela.
Pidió permiso a la joven madre trabajadora y compartió su bello rostro en su cuenta. “¿Cómo veis la reacción de la chica?”, decía el título. La reacción de la joven fue muy tierna, sonrió al turista y probablemente volvió feliz a su casa. Pensaría durante un tiempo en esa anécdota hasta que, poco a poco, se le olvidara. Pero no fue así.
Mientras descansaba de su larga jornada, los traviesos algoritmos trabajaron en cambiar las tornas, viralizaron el instante y trastocaron el orden de las cosas. La foto de la joven mamá superó pronto los 320.000 likes y 15 millones de visualizaciones. Meen, se estaba convirtiendo, sin saberlo, en un icono de la belleza natural en un modesto entorno, un símbolo de la elegancia que no requería escaparates, pasarelas de moda o padrinos.
Este bonito cuento no iba a acabar tal cual, ni en una efímera tendencia en redes ni en un subidón puntual. Nong Chat, un maquillador tailandés, conocido por transformar a sus clientes en personajes de dibujos animados o en famosos actores, la invitó entonces a una sesión para promocionar su propia línea de cosmética.
La vida de la barrendera dio un vuelco del día a la mañana, empezando a protagonizar campañas de moda inclusiva, al ser invitada a eventos de belleza y llevarla a construir una vida nueva. Meen está hoy decidida en aparcar temporalmente su trabajo para dedicarse a “eso” mientras la suerte la acompaña.
Las redes sociales como trampolines sociales
Las “casualidades de la vida” (un tema que toco en mi pódcast del mismo nombre) nos recuerdan que, en cada momento, nos puede suceder cualquier eventualidad que puede suponer un riesgo… ¡o una gran oportunidad! ¿Quién no sueña con que, cualquier ocurrencia, haga bascular nuestra existencia hacia una vida maravillosa? A mí me pasó ya varias veces, quizás la próxima sea la tuya.
Como es el caso de Meen, millones de personas en la última década han visto sus vidas transformadas con profesiones digitales que hace bien poco aún no existían. Pienso en Marina, mi amiga abogada, hoy fotógrafa de viajes, apareciendo hasta en televisiones, y en decenas de amigos influyentes virtuales para quienes todo esto de las redes fueron imprevistos trampolines, rampas de despegue para dar a conocer sus dotes. Las marcas tienen, como objetivo principal, inspirar en entornos sociales. Ya no buscan rostros y cuerpos perfectos, sino historias emocionantes y reales.
Se materializa en miles de vivencias conmovedoras, como la de Lin Jing, otra madre soltera, que vendía tofu en las calles chinas para financiar la cirugía de su hijo, enfermo desde la infancia. Su lucha se volvió viral cuando un transeúnte desconocido compartió un video mostrando su forma de afirmar “a mal tiempo, buena cara”. Conmovidos por su situación de madre guerrera, miles de personas donaron dinero de forma caritativa. En pocos días se recaudaron más de 2 millones de yuanes para ayudarla.
Si hace décadas, tener suerte, talento o tener rasgos atractivos requerían del posterior beneplácito de los medios tradicionales, hoy las redes sociales han democratizado ese acceso a las masas y a los apoyos virtuales. Esas redes no garantizan nunca nada, por supuesto, pero ofrecen millones de posibilidades. Un sueño, una ventana abierta para hordas de jóvenes que, día tras día, buscan su momento de poder destacar, ser detectados y cambiar sus propósitos vitales.
Por supuesto que esta fiebre digital por ser “alguien” en Internet también tiene su efecto perverso. Lo llamo el “sueño americano 2.0”: esa esperanza de que, cuando menos te lo esperes, una foto o un vídeo te pueda convertir en alguien famoso. Una moneda que puede tener un cruel reverso.
A quienes crecimos en un anterior sistema de educación y reconocimiento, nos puede inquietar la fragilidad de este nuevo ciclo, ya que sabemos que los atajos no siempre llevan a buen puerto. Las expectativas de las nuevas generaciones van causando muchos problemas a los departamentos de recursos humanos. No todo será cuestión de ser un “One Hit Wonder” (un artista triunfando una solo vez y acabar desapareciendo) sino entender que, con todos, el destino no podrá ser tan generoso y altruista.
¿Confiar en las casualidades?
Por supuesto, historias como las de estas dos jóvenes asiáticas nos pueden hacer soñar, pero también preocupar. Podrían convertirse en el espejo para miles de jóvenes que quieran saltarse los pasos más tediosos a la hora de caminar. Todo lo opuesto a la enseñanza que estas dos madres estaban, en las calles, intentando prodigar. Pero ¿qué queréis que os diga? Estas historias nos hacen, al menos unos instantes, reflexionar.
No todos debemos esperar a un milagro que nos lance al estrellato y por pura coincidencia, pero nos anima a creer que el mundo aún se guarda algún as en la manga. Y será capaz de emocionarnos, sacarnos unas lágrimas y traernos cierta esperanza.