A qué se refería Epicuro cuando dijo: “Para hacer feliz a un hombre no le des riquezas, quítale deseos”

Analizamos el sentido real de su frase más famosa y por qué su visión del deseo sigue siendo clave para entender la felicidad hoy

Epicuro - Cultura
Busto de Epicuro.
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La frase ha sobrevivido siglos porque sigue incomodando. En un mundo construido sobre el consumo, la ambición y la comparación constante, la advertencia de Epicuro suena casi subversiva. ¿Cómo que no hay que dar riquezas para ser feliz? ¿Cómo que el problema no es lo que falta, sino lo que deseamos? Para entender qué quiso decir el filósofo, conviene apartarse del tópico que lo reduce a un defensor del placer fácil y mirar con atención el corazón de su pensamiento.

Para Epicuro, la felicidad no era una meta lejana ni una promesa abstracta. Era una condición posible aquí y ahora. Pero exigía una tarea previa: aprender a desear bien. Su famosa sentencia no propone empobrecer al ser humano, sino liberarlo. Porque, según el famoso pensador griego de Samos, el sufrimiento no nace tanto de la falta de cosas como del exceso de deseos mal orientados.

El problema no es la pobreza, sino la dependencia

Cuando Epicuro habla de “quitar deseos”, no se refiere a anularlos todos. Su filosofía distingue con claridad entre deseos naturales y necesarios —comer, dormir, la amistad, la seguridad— y deseos artificiales o ilimitados, aquellos que nunca se sacian porque dependen del reconocimiento, el poder o la acumulación. El problema de estos últimos es que nos vuelven vulnerables. Si necesitas mucho para estar bien, cualquier pérdida se convierte en una amenaza.

En este punto, Epicuro introduce una idea profundamente moderna: cuanto más complejos y numerosos son nuestros deseos, más frágil se vuelve nuestra felicidad. No porque el mundo sea cruel, sino porque hemos colocado nuestro bienestar en demasiadas variables externas. La riqueza, en este esquema, no es una solución, sino un parche. Puede aumentar el confort, pero no garantiza la serenidad.

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Grabado de Epicuro por Thomas Stanley (1655).
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El objetivo último de Epicuro es la ataraxia, un estado de calma profunda, de ausencia de perturbación. No es euforia ni placer constante, sino equilibrio. Para alcanzarlo no hace falta acumular, sino simplificar. Reducir el ruido del deseo permite disfrutar más intensamente de lo esencial. Una comida sencilla, una conversación honesta o una amistad fiel valen más para Epicuro que cualquier lujo que genere ansiedad por perderlo.

En este sentido, su pensamiento no es hedonista en el sentido vulgar del término. Epicuro no propone vivir para el placer, sino vivir sin dolor innecesario. Y el mayor dolor, según él, nace de la insatisfacción permanente, de esa carrera sin meta que convierte la vida en una espera constante de algo que nunca llega.

¿Por qué su frase sigue siendo tan actual?

La frase de Epicuro resuena hoy porque describe con precisión una patología contemporánea: el deseo infinito. Nunca tenemos suficiente, nunca somos suficientes. Siempre hay algo más que alcanzar. En este contexto, quitar deseos no es renunciar a la vida, sino recuperarla. Es volver a medir la felicidad por lo que somos capaces de disfrutar, no por lo que somos capaces de acumular.

Epicuro no invita a retirarse del mundo. Invita a habitarlo con menos miedo. Quien desea poco depende poco. Y quien depende poco, vive más libre. Por eso su sentencia no es una provocación antigua, sino una advertencia vigente. No necesitamos más cosas para ser felices. Tal vez necesitamos, simplemente, desear mejor.

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