En la Fundación Prada de Milán, la moda ha dado un golpe sobre la mesa. Miuccia Prada y Raf Simons presentaron el pasado 14 de enero su nueva colección masculina durante la Semana de la Moda de Milán; una muestra que se atrevió a ir contra la corriente en un mundo dominado por algoritmos y tendencias predecibles.
La pasarela, ambientada en un espacio austero con una simple cabaña como decorado, fue el escenario de una propuesta que celebraba lo extraño, lo personal y lo impredecible.
Los diseñadores ofrecieron una mezcla inesperada de prendas que parecían jugar con los límites del estilo. Chaquetas acolchadas en tonos metálicos se combinaron con pijamas de cuero suave, mientras los estampados florales de gran tamaño cubrían capuchas y chaquetas. Las botas vaqueras desgastadas y la joyería masculina añadieron otro giro, desafiando las ideas preconcebidas de lo que “debería” llevarse.
“La idea era juntar elementos que normalmente no se combinan, porque ahí es donde está lo interesante”, explicó Simons. Y el resultado fue una colección que, lejos de caer en el caos, tenía coherencia en su atrevimiento.
El desfile también fue una reflexión sobre el momento actual. En una época en la que las redes sociales y la inteligencia artificial parecen dictar el gusto colectivo, Prada apostó por lo opuesto: prendas que no buscan complacer algoritmos, sino provocar una reacción humana.
La puesta en escena reflejaba esa intención. La cabaña en el centro de la sala, casi un símbolo de lo esencial y lo sencillo, contrastaba con la complejidad de las prendas. Era un guiño a la idea de volver a lo básico, pero sin renunciar a la creatividad ni a la innovación.
Con esta colección, Prada no solo mostró ropa, sino una postura: la de defender la imaginación frente a la homogenización, y lo inesperado frente a lo calculado. En definitiva, es un recordatorio de que la moda, en el fondo, sigue siendo un acto profundamente humano.