Mi amigo Ignacio me lo preguntaba el otro día: “¿Por qué crees que siempre nos obligan a estar de un lado o de otro, en cualquier tema? ¿Te das cuenta de que parece, cuando se habla de algo, que solo puede haber dos opciones? Es como si tuvieras que tomar siempre partido por una de las dos. ¿Por qué todo tiene que ser blanco o negro? Yo no soy así”. “Yo tampoco”, le dije, “para mí hay tantos grises en la gama del gris…”. “Exacto, a eso me refiero. Es como con la tortilla de patata, ¿con cebolla o sin cebolla? ¿Por qué tienes que ser de uno o de otro?”. “Tal cual”, respondí, “es el ejemplo perfecto”.
Y es que se habla de la polarización en la política, pero yo tengo la sensación de que en, al menos en este país, da igual el asunto del que hables, de inmediato aparecen dos bandos, uno a favor y otro en contra.
Estás en una conversación con otras personas, y da igual la cuestión, es obligatorio posicionarse, o estás en un lado o estás, aunque sea por descarte, en el otro. “Y tú, ¿qué piensas?”, te preguntan de inmediato, “¿de qué lado estás”. Y puede suceder que no estés de ninguno, que te de igual, o simplemente necesites más reflexión.
Ignoro si sucede en otros países, pero aquí es un hecho que siempre hay dos bandos opuestos, para cualquier cosa, y es obligatorio pertenecer a uno de ellos.
Pasa en el fútbol, en la política, pasa en las vacaciones (¿playa o montaña?), pasa cuando te preguntan si prefieres el centro de las ciudades o las afueras (pues no sé, depende de para qué, contestaría). ¿Música clásica o moderna? ¿Literatura española o americana? ¿Dulce o salado? Y, por supuesto, pasa con la tortilla de patata: ¿con cebolla o sin cebolla?
Tanto es así que, en muchos bares, por ejemplo, el que está en el edificio de mi oficina, hacen cada mañana una tortilla de cada tipo. Cuando pides tu pincho de tortilla la pregunta del camarero es inmediata: “¿con o sin cebolla?”. Y es que el hecho de preferir una u otra es un posicionamiento del que uno ya no se mueve, o casi nadie se mueve.
Españolito, el poema de Machado, ya nos advertía hace unos cien años: “Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. El poeta de la generación del 98 hablaba entonces del clima político de nuestro país, pero mi opinión es que los españoles somos así para cualquier cosa. Todo nos lo tomamos como si fuera una especie de religión, estás de un lado o de otro, blanco o negro, crees o no crees, sin dejar espacio a las dudas, a los grises, al “pues no sé”.
Y es que todos, o casi todos, somos de ideas fijas y opinadores profesionales. Creo que es difícil encontrar a alguien que cuando le preguntas sobre una materia te responda que no tiene información suficiente para darte su opinión.
Pensamos emocionalmente, nos dejamos arrastrar por emociones e instintos; lo mezclamos con la información que tenemos, mucha o poca; lo agitamos, con o sin coctelera, y ya está, aparece una opinión que nos coloca en uno de los dos extremos. Y a veces es lo que queremos, encajar inmediatamente en uno de los dos grupos.
Y esto, que muchos de nosotros lo sabemos, lo saben también los sociólogos, los publicistas, los que trabajan en marketing, los políticos… A veces no hay nada más que pedirle a la gente que elija uno de los dos equipos, excluir todo lo demás, no dar opción a lo que existe entre el blanco y el negro y, por supuesto, no dejar que nadie se mueva una vez que ha elegido, no siendo que hoy quiera la tortilla con cebolla y mañana sin.
Conmigo o contra mí. Con cebolla o sin cebolla. No me digas que hay grises. Hay que elegir. Y si no eliges, eres un tibio. Para muchas personas, lo peor que se puede ser, un tibio, el que cree en la gama del gris. Para otras, la cordura y la razón, y, cuando tenga más información, ya te diré qué opino. Y puede que no quiera estar en ninguno de los dos grupos, o quiero estar en varios a la vez.
Dijo Leonard Cohen que a veces uno sabe de qué lado estar simplemente viendo quiénes están del otro lado. Yo añadiría que, a veces viendo los dos lados, en vez de tortilla de patata, con o sin cebolla, a uno le entran ganas de pedirse otra tapa, quizá unas aceitunas, con hueso, bueno, o sin él.