He tenido la fortuna de cubrir ocho finales de Champions. Algunas muy especiales como la de Lisboa 2014, con dos equipos madrileños peleando por ganarla. Cubrí tres de las que tiene el Barça: París 2006, Roma 2009 y Berlín 2015, esta última el año del triplete de Luis Enrique. Vi al Real Madrid levantar la Décima en Lisboa, ganarle al Liverpool en París en 2022 y el año pasado al Borussia Dortmund en Wembley para poner el listón en 15. Ninguna como la de este sábado en Múnich, pese a no estar implicado ningún equipo español.
Si algo disfruto siendo periodista es de vivir y poder contar historias de las personas que protagonizan estos grandes espectáculos deportivos que movilizan masas, que emocionan a tanta gente y que sirven de inspiración y espejo en el que mirarse a otras muchas personas ante la dificultades que la vida pone a veces en el camino.
En el Arena de Múnich un entrenador español dirigía a uno de los clubes económicamente más poderosos del mundo que llevaba años intentando levantar la Champions a base de fichar y retener a los mejores jugadores y entrenadores del planeta. Así hasta este año, cuando Luis Enrique se propuso explicar allí dentro que sin estrellas pero con un buen equipo serían mejores, harían más goles y podrían aspirar a levantar la ansiada orejona por vez primera. Que sin Mbappe iban a competir incluso mejor.
Debió sentirse como Astérix intentando repartir la poción mágica de Panoramix a sus aldeanos, porque el camino se presentó tortuoso. Un calendario infernal en el nuevo formato Champions, con Bayern, Arsenal, Manchester City o Atleti en la fase Liga que les tuvo al borde del abismo. Un cruce con el mejor de la primera fase en octavos que acabó apeando al Liverpool. Una semifinal contra el Arsenal de Arteta que se había cargado al Real Madrid de Mbappe. Y una final contra el Inter que le había metido siete goles en semis al FC Barcelona.
La mañana de la final por las calles de Múnich paseaba Elena, la mujer de Luis Enrique junto a sus hijos, cuando se cruzó con un seguidor que vestía una camiseta muy especial. En la espalda el 9 y un nombre, Xana. “Hola, soy la madre de Xana, cuánto te lo agradezco”. Abrazos, lágrimas y emoción, mucha emoción.
Horas más tarde, con el PSG campeón y el equipo exultando de alegría en el césped, Luis Enrique respondía en Movistar+ a la pregunta que esperaba mientras sus seguidores desplegaban una emotiva lona con el dibujo de Xana plantando una bandera en el césped como 10 años antes en Berlín, con el Barça campeón. “Xana está conmigo por supuesto en la victoria y en la derrota mucho más, con mi familia que está aquí , estará conmigo siempre y se trata de disfrutarlo”.
Por Xana, Luis Enrique❤️🩹. pic.twitter.com/BO04X1bopm
— EduSCinando (@educinando1748) May 31, 2025
Una reflexión tan serena como todas las que ha hecho en público en estos seis años sin su pequeña. La forma de aceptar una pérdida tan dura ha cambiado la percepción de muchos aficionados sobre el técnico del PSG, un hombre poco diplomático, sin filtros y fiel a sí mismo, poco dado al paripé y acostumbrado a los palos que ese carácter le acarrea. Tan alérgico a la prensa como respetado y querido por quienes le conocen bien.

El deporte a menudo da revancha, recoloca las cosas y provoca una tremenda sensación de justicia. Más allá de colores y bufandas están las personas, con sus virtudes, torpezas o aciertos.
“Orgullosos en toda España”
El jefe del PSG Nasser Al Khelaifi irrumpe en Movistar+ para dejar un mensaje mientras Lucho está siendo entrevistado en directo. “Tenemos al mejor entrenador y un gran hombre, es el mejor, deberíais estar orgullosos en toda España”. Qué razón tiene. Y cuánto nos cuesta reconocer en España el talento propio y qué poco encumbrar lo de fuera. Nunca es tarde.