Opinión

La más grande

Carmen de Grado Sanz
Actualizado: h
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“Señorita, si está buscando novio ha llamado a la puerta equivocada”. Así es como recibieron a una brillante alumna de Derecho en una academia de registros. Así era la España de 1975, un mundo donde era más fácil ver a un nazareno en La Meca que a una mujer ejerciendo una de las grandes profesiones jurídicas.

Medio siglo después las cosas han cambiado, afortunadamente, muchísimo. Hoy las mujeres son mayoría en Registros (la actual Decana es una mujer) y en casi todos los cuerpos y oposiciones. Hace unas semanas recibieron sus despachos los integrantes de la 72º promoción de la Carrera Judicial: 119 mujeres y 41 hombres. Sobran más explicaciones.

El avance de las mujeres españolas es imparable y en el mundo jurídico no es ya avance, es la conquista diaria y continua de los catorce ochomiles del Himalaya y del Karakórum del derecho patrio. Como sabe mejor que nadie Gerard Piqué: las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan.

Y como esto siga así, que seguirá, los hombres desaparecerán de las oposiciones como los dinosaurios de la faz de la tierra. Salvo que algún legislador piadoso establezca a su favor algún tipo de discriminación positiva o reserva.

Se preguntarán qué fue de la joven de nuestra historia tras aquella encantadora y estimulante bienvenida: Aprobó las oposiciones en poco más de un año, batiendo todos los récords y convirtiéndose en la registradora más joven de España. 48 años más tarde, acaba de romper otro increíble techo de cristal: por primera vez, una mujer encabeza (nada más y nada menos) el escalafón del cuerpo de Registradores de la Propiedad y Mercantiles, oposición durísima y demoledora y sé mejor que nadie (por el éxito y por el fracaso) de lo que hablo.

Esa mujer se llama Carmen de Grado Sanz y quiero ofrecer su semblanza desde la admiración que siempre he sentido por la inteligencia y la excelencia. Desde la inmensa deuda de gratitud por ser la preparadora que ayudó a mi mujer a convertirse en registradora; y desde la humildad absoluta de haber sido su alumno más catastrófico, pero -y son palabras de ella- al que más quiere.

Carmen de Grado no es solo la número 1 de su profesión, sino que es la maestra indiscutible de generaciones de registradores y notarios y el Dios absoluto en la preparación del último ejercicio (el dictamen) que da acceso a la ansiada plaza. Carmen de Grado es, para que nos entendamos todos, la Manuel Goded de registros (el histórico padre de la mitad de la Abogacía del Estado española) o la Manuel Delgado-Iribarren registral (el admirable e incansable hacedor de Letrados de las Cortes Generales).

Su vida han sido tardes, muchísimas tardes, durante años, muchísimos años, entregadas altruista y gratuitamente a los demás y aunque parezca increíble…la historia continúa.

Carmen es el Faro de Alejandría de decenas de compañeros que la llaman para resolver las dudas y problemas jurídicos como si fuese el vademécum registral. Alumna predilecta de Diez-Picazo, es una jurista excepcional, cosa que el inmenso civilista no se cansaba de señalar. Ahora ejerce su magisterio en el Registro Mercantil de Madrid, al lado, entre otros, del presidente Rajoy.

Una mujer profundamente familiar, orgullosa de sus hijas (las tres registradoras), de sus siete nietas y su nieto, y de su marido Rafa, un gaditano de pro, cofrade de esa maravillosa filosofía de la vida (mitad epicúrea, mitad estoica) que la Tacita de Plata regala a todos sus hijos y que como buen jugador de golf sabe que Carmen es el mejor golpe de su vida.

En este mundo jurídico -en realidad en todos los mundos- donde conciliar los egos es más complicado que gestionar los vestuarios del Madrid o del Barça, Carmen deslumbra por su humildad, su sencillez y su cercanía. En este mundo jurídico donde los orgullos y las vanidades están tan inflamados, ser tan grande como Carmen y, a la vez, tan entregada y generosa con los demás es una bendición y un milagro. Una vez más, no hay duda: no se puede ser grande si no se es humilde. La humildad es el alma de la grandeza.

Solo una frase hace justicia a la registradora más ilustre de la Historia, a la figura más descollante de la fe pública actual, y a una de las mayores cabezas que ha dado el Derecho Privado en décadas: LA MÁS GRANDE.

Carmen es la más grande porque ha pasado por el Derecho Español como una ola, como una ola de su queridísima y gaditanísima Playa de la Victoria.