Opinión

La urgencia

Cambio horario en verano - Sociedad
Actualizado: h
FacebookXLinkedInWhatsApp

Estamos enfermos de urgencia. Todo nos corre prisa. Queremos llegar lo antes posible a todas partes y a ningún sitio. Tenemos prisa por comprar, por pagar. Todo el mundo tiene prisa. Enviamos un mensaje y queremos una respuesta inmediata. Estamos en una cola y todo el mundo está impaciente. Todo el mundo tiene prisa para todo. Lo queremos todo ya, de inmediato.

Y ahora se acerca la Navidad y la urgencia parece incrementarse. Tenemos aún más prisa, a ver si llegan los días señalados y no tenemos lo que se supone que debemos tener, ya sean regalos o lo que se presume que debe estar en la mesa para las comidas o las cenas que están por venir. No hace falta más que salir a la calle y comprobarlo.

El alumbrado de Vigo en años anteriores
Shutterstock

Por si no te diste cuenta, también nos han acostumbrado a que la nueva generación de cualquier gadget tenga como cualidad principal hacer lo que sea que hace aún más rápido. Porque todo tiene que ser hecho cada vez en menos tiempo. Eso es lo principal, parece, la rapidez.

Hace ya casi cuarenta años, en 1986, surgió en Roma Slow Food, un movimiento que nació cuando se abrió en el centro de la ciudad, cerca de Plaza de España, un restaurante de comida rápida. Las protestas nacionales pronto traspasaron las fronteras de Italia y se extendieron por el mundo, reivindicando la cocina tradicional, la vuelta a la comida elaborada sin prisas, como siempre se había hecho en los hogares, frente al fast food.

Años después, y basándose en este movimiento, Carl Honoré fundó en 2008 el movimiento slow life. Cuatro años antes, en 2004 había publicado su libro Elogio de la lentitud, que se convirtió en el manifiesto fundacional del slow life.

No me parece casualidad que este movimiento, el slow life partiera de una reivindicación que viene desde el alma de las casas, que es la cocina. Porque si uno lo piensa bien la cocina también es un acto de amor hacia los que queremos. Todos tenemos en nuestra memoria y en nuestro corazón lo que han cocinado para nosotros.

Y este movimiento que comenzó en la cocina poco a poco se fue transmitiendo por ósmosis a cualquier ámbito de la vida, porque de lo que se trata es de pararse y comenzar a vivir de otra manera, sin prisas, viajar de otra manera, sin prisas, hacerlo todo de otra manera, sin prisas.

Y es que el objetivo no es vivir con lentitud, pero sí ser conscientes de dónde se quiere llegar y plantearse si es necesaria tanta urgencia en todo.

Pertenezco a una generación que vivió la mayor parte de su vida sin un móvil. Entonces salías de casa porque habías quedado con alguien y esperabas donde hubieras quedado a que esa persona llegara. Llamabas por teléfono y si no estaba la persona con la que querías hablar en casa, esperabas que devolviera la llamada. Y qué decir de las cartas que nos escribíamos.

Hoy todo ha cambiado. Radicalmente. Lo queremos todo ya y la prisa nos consume. Se acerca la Navidad y la gente corre aún más. La gente se pasa los días corriendo, sin preguntarse a menudo dónde va o incluso si quiere llegar hacia donde se dirige.

Alumbrado navideño en Sevilla.

Llega la Navidad y estos días en que todo es frenético pueden ser los días ideales para pararse y observar. Y quizá darnos cuenta de que no hay prisa, no hay tanta prisa, para nada. Que todo puede hacerse de otra manera. De que a menudo cada cosa tiene su ritmo.

“La gente corre tanto porque no sabe dónde va, el que sabe dónde va, va despacio, para paladear el ir llegando” nos dejó escrito Gloria Fuertes. Y creo que tiene razón. Nunca hay prisa para salir de esos momentos en los que nos gustaría quedarnos. Vivir sin prisa y con deleite, o al menos intentarlo, que quizá, como nos dijo Bukowski, también los dioses esperan para deleitarse en nosotros. Eso sí, sin prisa.