Opinión

Más allá de la politización del bulo

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en un acto electoral del PSC este sábado en Barcelona.
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Hace una semana el país contenía el aliento pendientes de la continuidad de Pedro Sánchez o la entrada en una nueva fase de incertidumbre con una tercera investidura por delante. El golpe político-emocional de los cinco días de abril retumba todavía a pesar de la digestión exprés de noticias, campañas electorales y citas en las urnas a velocidad casi nociva.

Es imposible separar la importancia de la batalla contra la desinformación y los bulos del clima político desde donde surge el debate y su impacto. Como se da precisamente en el contexto de estas informaciones no puede diseccionarse uno de otro. Al tiempo, al abrirse desde la política nos coloca a los profesionales en alerta. “Es nuestro trabajo”, que diría Rafa Latorre. Es fácil detectar esa industria del click basado en exageraciones, medias verdades o mentiras. Lo vimos con Trump, el Brexit, la pandemia y la guerra de Rusia. Está claro cuando ocurre fuera y es más incómodo cuando hay que mirar hacia dentro.

El fenómeno se adapta a todos los canales: Tik Tok, YouTube, toda red social con capacidad de viralizar contenidos o webs sensacionalistas, un amarillismo propio de la tradición británica que se ha colado en nuestro entorno mediático hace no mucho. Como apunta al hilo de la polémica la presidenta de la APM, María Rey, están aquellos que se llaman periodistas pero, en realidad, ejercen como activistas. Los que quieren un “beneficio económico buscando enfrentamientos directos con políticos y generando micro shows. Eso no es periodismo”. En el Congreso se colaron y todavía la profesión tiene pendiente definir cómo se retira una acreditación y si, por ejemplo, serviría un sistema de sanciones.

La discusión está abierta hace tiempo y las medidas no son fáciles. Desde 2016, las instituciones europeas abordaron la regulación y los códigos de buenas prácticas en desinformación. Con el reglamento ya aprobado, falta implementarlo en España. En 2018 se aprobó el Plan de Acción de la UE contra la desinformación y la Ley Europea de Libertad de los Medios en 2022, prevista su entrada en vigor para este año. En el corto plazo entrará también en vigor la Ley Europea de Inteligencia Artificial aprobada en diciembre de 2023. Con esta arquitectura, de aplicarse en condiciones, debería de ser suficiente.

¿Qué ha cambiado y qué nos afecta para que la interpelación de Sánchez no nos sea ajena? La tensión política, como apuntan todos los expertos, incrementa el volumen de las noticias hechas de material averiado y de la construcción de realidades exageradas o falsas que se levantan incluso sobre noticias ciertas.

Asegura Sánchez en la última entrevista dominical en El País que decidió no dimitir al “ser consciente de que tenemos una gran oportunidad para, desde España, aportar herramientas para acabar con estos bulos y la de­sinformación que está quebrando nuestra convivencia”. La misión será prácticamente imposible si el ejecutivo pretende regular la información. Y porque las medidas son más bien unidireccionales: de los medios al poder. Cuando afecta a las redes, la desregulación internacional hace más difícil todavía luchar contra los bulos desde lo nacional. Sánchez también lo intuye y en su respuesta a El País sobre si irá más allá de Europa respondió con un “en absoluto”.

Haremos mal en la profesión si permitimos que nos arrastren a un enfrentamiento entre cabeceras. Si cuanta más precisión y diligencia es necesaria en el ejercicio del periodismo, no discriminamos entre la veracidad y los relatos aderezados con falsedades. Es preciso diferenciar a quiénes siguen unos mínimos deontológicos (la mayoría de la profesión) y quienes no. Hay que hablar de cómo regular la publicidad institucional en los medios; de la transparencia de la financiación en un contexto donde crecen las injerencias. Es de justicia también con los medios, editores y accionistas que deben ser puestos en valor frente a los proyectos activistas del extremo que sean.

Enmarcar la desinformación en lo ideológico bloqueará el debate y sus mejoras. Es posible que en pocos días hablemos solo de las elecciones catalanas, las europeas, de los asuntos diarios que vayan surgiendo. Puede que baje el tono de alta tensión y la agenda política relegue la polarización a otras prioridades. Por eso es bueno insistir en que si dejamos el reto de la desinformación en manos de la coyuntura de la actualidad, de la y los políticos, nos quedaremos sin soluciones.