Opinión

¿Qué necesidad había?

El ministro de Transportes, Óscar Puente, en la inauguración del Congreso Nacional Extraordinario do PSdeG-PSOE, este domingo en Santiago de Compostela. María Dabán
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El presidente norteamericano, Harry S. Truman, decía que la diplomacia era el arte de decir “lindo perrito” antes de tirarle la primera piedra, pero Óscar Puente ignoró por completo este principio, y acabó arrojando un enorme e inesperado pedrusco al presidente argentino provocando un terremoto político innecesario entre los dos países.

Mientras Pedro Sánchez se multiplicaba ofreciendo mítines en la campaña catalana y explicando que hay que luchar contra la máquina del fango, Óscar Puente ponía en marcha la suya propia insinuando que el presidente argentino, Javier Milei, ingería sustancias tóxicas. Lo hacía en unas jornadas organizadas por su partido en Salamanca. Pero ¿qué necesidad había de que el ministro de Transportes y Movilidad Sostenible de España se metiera en ese jardín, de que arremetiera de tal manera contra un mandatario extranjero? Ninguna, claro. No es a él al que le corresponde fijar la posición de España en política exterior. Lo peor de todo fue que, después de su metedura de pata, ni siquiera intentó apaciguar los ánimos, o ayudar a calmar las aguas, sino todo lo contrario. Lejos de rectificar, Puente acusó a la oposición de “sobreactuar” por pedir su dimisión o su cese, y siguió atacando en las redes a Milei.

Pedro Sánchez prefirió pasar por alto el problema y seguir centrado en las elecciones, por eso fue el Ministerio de Asuntos Exteriores el que tuvo que salir al paso, para rechazar primero el comunicado de respuesta del Gobierno argentino (que, dicho sea de paso, mezclaba todo tipo de temas sin sentido alguno), y después subrayar que el Gobierno español seguirá “manteniendo y fortaleciendo sus lazos fraternales” con Argentina. En última instancia, pues, fue el departamento dirigido por José Manuel Albares el que dio la cara para evitar que la cosa fuera a mayores. Albares actuaba de apagafuegos mientras en unas jornadas organizadas por Europa Press, pedía volver a recuperar el valor de la palabra frente a las descalificaciones, reclamando, a su vez, la “revolución del respeto”, a la que en su día aludió Fernando de los Ríos. Lo irónico del asunto es que el ministro de Exteriores se refería a la ultraderecha, y no a su compañero en el Ejecutivo.

En las relaciones internacionales un político puede llevarse mejor o peor con un mandatario, pero tiene que tener siempre en cuenta los intereses de su país, y esto es lo que no hizo Puente, que ejerció de pirómano sin tener en cuenta la importancia de los vínculos de España con Argentina, porque, no lo olvidemos, tan legítimo es el Gobierno español como el que encabeza Javier Milei.

Un diplomático me contó en cierta ocasión que, en una Cumbre Iberoamericana celebrada hace años, el canciller argentino quiso bromear con su homólogo boliviano y le preguntó por qué en Bolivia tenían Ministerio de Marina si no tienen mar. Y eso es cierto: los barcos vigilan los puertos fluviales, algunos están en el Lago Titicaca… El fondo del asunto está en que Bolivia no renuncia a tener una salida al mar por Chile, salida que perdió a finales del XIX al ser derrotada en la Guerra del Pacífico. Ante la pullita de su homólogo argentino, el canciller boliviano le respondió muy tranquilo: “por lo mismo que vosotros tenéis Ministerio de Justicia”. La cosa no fue a mayores porque se trataba de una conversación informal, pero podría haberlo hecho. Por eso en casos como estos, y como los de Puente, nunca viene mal tirar del proverbio árabe que reza: “si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo digas”.