Creo que fue el gran Enrique Bunbury quien me descubrió la existencia de un mexicano cínico, etílico y genial que respondía al nombre de José Alfredo Jiménez. El aragonés errante, que acaba de publicar un poemario magistral –Los suaves deslices de la lluvia, Editorial Cántico–, interpretó junto a Raphael, en un programa navideño de hace veinte años, una canción que me sobrecogió absolutamente por su belleza y por su crueldad. Se llamaba “Amarga Navidad”.
Bunbury ha versionado varios himnos del, citando al ministro Puente, “puto amo” de las rancheras: “Ella”, “Te solté la rienda” –con Calamaro– o “El jinete”, el cantar de gesta desgarrado de un héroe viudo, enamorado y roto que ansía criar malvas: “La quería más que a su vida / y la perdió para siempre / y por eso lleva una herida, / por eso busca la muerte”. El compositor de “Lady Blue” resucitó al de “Si nos dejan” para una generación que, como él mismo ha declarado, “no tenía por qué conocer” a un tipo que murió en 1973 de cirrosis hepática.
Por cierto, se dice/se comenta que, cuando se enteró de que le quedaban dos meses de vida, telefoneó a su amiga Chavela Vargas para correrse “una última juerga”. Aquella farra duró, presuntamente, tres días con sus respectivas noches.
Todo dios se sabe “El rey”, mas muy pocos saben que la compuso José Alfredo. Ni siquiera algunos whitexicans millonetis que han conquistado el Toni 2 y que, a golpe de talonario, se están adueñando del centro de Madrid. En su país, eso sí, es una leyenda, El hijo del pueblo; en los últimos años, le han criticado por machista y violento: su última pareja, Alicia Juárez, escribió en su libro Cuando viví contigo (Grijalbo, 2017) que, cuando este “tomaba”, “se ponía muy loco” y “venían los golpes e insultos”. Yo, que no milito en ninguna cofradía de inquisidores de la cancelación, me quedo con sus canciones –del mismo modo que me quedo con los poemas de Rimbaud y con las novelas de Knut Hamsun–, y las gozo, las canto –las destrozo, más bien–, las aplaudo y las reivindico por su magnetismo, su temperatura, su refinada hipocresía –“Que te den lo que no pude darte / aunque yo te haya dado de todo”, canta en “Que te vaya bonito”– y, volviendo a Bunbury, porque tienen ese no sé qué que no se sabe lo que es, pero “es lo único que importa”.
“Amarga Navidad”, decía. El verso inicial lo toma José Alfredo de un boxeador al que le escuchó exclamar: “Acaba de una vez de un solo golpe”. La pieza, preciosa y dura, es una de sus típicas declaraciones de despechado triste, triturado y, al mismo tiempo, orgulloso: “Y ya después que pasen muchas cosas, / que estés arrepentida, / que tengas mucho miedo, / vas a saber que aquello que dejaste / fue lo que más quisiste, / pero ya no hay remedio”. Qué poco cuesta imaginar a los tres mariachis del clan del Peugeot, o sea, a Santos Cerdán, José Luis Ábalos y Koldo García, interpretándola ante un funcionario de prisiones, un juez o un periodista de Okdiario, mientras Sánchez, qué sé yo, se cepilla la Nochebuena por tratarse de una celebración con pasado nacionalcatólico y el PP convoca otra manifestación políticamente inútil pero que resuelve la mañana de un domingo.



