A lo largo de casi cuatro décadas, sus diez largometrajes le han proporcionado cinco premios Goya, dos Biznagas de Oro en el Festival de Málaga –ningún otro cineasta, hombre o mujer, tiene más de una– y numerosos premios más. Ahora estrena en España la última de esas películas, La buena suerte, mezcla de drama familiar e intriga policial sobre un hombre (Hugo Silva) que huye de su vida para instalarse en un pueblo perdido, donde conoce a una mujer (Megan Montaner) que lo ayudará a tratar sus heridas.
¿Cómo decidió adaptar a la pantalla la novela de Rosa Montero en la que su película se basa?
Cuando la leí por primera vez, en el momento de su publicación, de ningún modo pensé en adaptarla; no suelo leer con ojos de cineasta. Años después, de repente, el productor Gerardo Herrero me llamó para proponerme la idea, y al principio sentí algo de pánico porque lo recordaba como un libro llena de matices. Al releerlo, en cambio, no tardé en tener claro qué enfoque debía adoptar. Me interesó la posibilidad de relatar a la vez una tragedia familiar, una trama policíaca y una historia de amor que alivia a sus protagonistas; y también, claro, me atrajo el reto de abordar una forma de violencia familiar de la que no se habla demasiado, que es la ejercida por los hijos contra sus padres. Me pareció un tema muy atractivo, sobre todo planteado desde la perspectiva de una víctima.
¿Cree usted que existe peor pesadilla imaginable para un padre o una madre que descubrir que su hijo es un monstruo?
No quiero ni imaginar que a mí me hubiera pasado algo parecido. ¿Cómo reaccionar ante algo así? ¿Es realmente posible para un padre romper el vínculo con ese tipo de hijo? La película reflexiona sobre las dificultades que hacerlo plantea, ya sea por miedo o por amor incondicional o, por supuesto, por un sentimiento de culpa; al fin y al cabo, los primeros educadores de un menor son sus progenitores; ellos son los primeros que le inculcan valores.
¿Por qué le pareció importante, a nivel narrativo, la historia de amor que entre los dos protagonistas de la película?
A través de ella, la película habla de la importancia de afrontar los problemas de cara y no esconder la cabeza porque, después de todo, los seres humanos tenemos gran capacidad para buscar alternativas vitales y reinventarnos. Me parece que hablar de ello es especialmente relevante porque siento que vivimos en una sociedad en la que fingimos ser quienes no somos continuamente y nos refugiamos en versiones idealizadas de nosotros mismos en lugar de mirar hacia adentro.
La Buena Suerte es tan solo la segunda adaptación literaria de su filmografía. ¿Tiene eso que ver con la mala experiencia que confesó haber vivido hace 30 años al dirigir la primera, El último viaje de Robert Rylands (1996)?
En realidad, esa mala experiencia no tuvo nada que ver ni con la novela de Javier Marías ni con mi película; en cualquier caso, si no he dirigido más adaptaciones literarias hasta ahora ha sido principalmente porque las oportunidades que se me plantearon no me atrajeron lo suficiente. El trabajo con Rosa Montero ha sido muy placentero. Es una gran amiga de la infancia, y la admiro por su trabajo como escritora y por su lucha por los derechos de la mujer. Cuando le di a leer el guion temí su reacción, porque después de todo ella había ideado la historia en primer lugar y yo la estaba alterando. Lo leyó, le gustó y me dejó trabajar con completa libertad; ella tenía claro que la película debía contar mi versión de la historia, no la suya. Es una gran cinéfila y conoce el lenguaje cinematográfico, y ha sido muy generosa.
Cuando usted ganó su primera Biznaga de oro en el Festival de Málaga gracias a Héctor (2004), compitieron por el premio tres películas dirigidas por mujeres. Cuando presentó allí La buena suerte hace unos meses, la competición incluía más películas dirigidas por mujeres que dirigidas por hombres. ¿Qué opina de la evolución que ese dato revela?
Era cuestión de tiempo que se produjeran progresos en ese sentido y se avanzara hacia la paridad de género en el mundo de la cultura y en la sociedad en general. Hacía falta voluntad política y, afortunadamente, la ha habido. Sigue faltando mucho camino por recorrer, y no sé si alguna vez dejará de haber más directores que directoras, pero es evidente que actualmente somos muchas y me alegro por ello. Pero prefiero normalizar el proceso que convertirlo en un titular.
La buena suerte es su primera película desde Invisibles (2020), y entretanto ha trabajado sobre todo en series. ¿Se siente cómoda en el formato televisivo?
Yo empecé a hacer televisión hace muchos años cuando dirigí episodios de Cuéntame cómo pasó, y aprendí muchísimo. Me gustaría seguir combinando ambos formatos, en especial porque cada vez me resulta más difícil rodar películas a pesar de la experiencia acumulada, y convencer a las plataformas o a las televisiones sobre la viabilidad de proyectos cinematográficos que, desde un punto de vista artístico, tienen un interés obvio. Aunque hay más opciones de financiación que en el pasado, para beneficiarse de ellas hay que ajustarse a otro tipo de criterios. Se está perdiendo la forma artesanal de trabajar que hasta hace un tiempo imperó en el cine español.