Hay vidas que no buscan la luz, pero la irradian. Vidas que no hacen ruido, pero que sostienen. Pilar Belzunce fue una de esas presencias imprescindibles: compañera, madre, artista, confidente y arquitecta silenciosa del universo de Eduardo Chillida. En su centenario, Chillida Leku dedica a su memoria una exposición tan íntima como reveladora. Pilar Belzunce. Retrato íntimo no es un homenaje más: es una rendija abierta a la esencia de una mujer que vivió el arte como destino compartido y refugio personal, que convirtió su cotidianeidad en acto creativo, su fortaleza en gesto discreto, su amor en arquitectura de una obra mayor.
Instalada en la sala 5 del caserío Zabalaga, la muestra se construye como una constelación de retratos, esculturas, dibujos y objetos cargados de memoria. Fragmentos de una vida a caballo entre Filipinas y Estella, entre lo privado y lo público, entre el arte del otro y el arte propio. Fotografías familiares, pequeños acrílicos de flores, esculturas modeladas con manos que también criaron ocho hijos y gestionaron —con determinación silenciosa— una de las trayectorias más sólidas del arte europeo del siglo XX.

A Pilar Belzunce no la retrata sólo su esposo. La dibujan también sus hijos, sus recuerdos, sus decisiones. Eduardo Chillida abandonó el fútbol y la arquitectura empujado por un anhelo artístico que ella supo ver antes que nadie. “Mi fe en él era inmensa”, decía ella. Y esa fe —sin pompa, sin épica— fue el verdadero cimiento del edificio creativo que levantaron juntos. Ella asumió la gestión, la intendencia, las relaciones con museos y galerías. Él pudo entonces abrir espacio a la creación. Juntos soñaron Chillida Leku, y juntos —aunque su firma no figure— lo hicieron realidad.
Arte cotidiano
La exposición explora ese vínculo simbiótico desde una perspectiva sensible. No se limita a glosar su papel de “mujer detrás del genio”, sino que la presenta como protagonista de su propio relato. Pilar Belzunce fue también artista, aunque sin pretensión de carrera. Pintaba flores, modelaba pequeñas figuras. Amaba la belleza con la naturalidad de quien nunca necesitó proclamarlo. Hortensias, narcisos, tonos suaves: lo doméstico convertido en lenguaje íntimo. Un arte sin ruido, pero con raíz.
Sus hijos y artistas cercanos —como Carlos Añíbarro o Gonzalo Chillida— también la retrataron, dibujando ese rostro que fue centro de gravedad de una familia, musa y ancla de un escultor que exploraba el vacío y el límite. En los dibujos inéditos de Eduardo Chillida expuestos en la muestra aparece otra Pilar: abstracta, dormida, ondulada como un paisaje. Una línea la contiene, y esa línea basta para evocarla.

El paisaje del amor
Uno de los núcleos más conmovedores de la exposición es precisamente ese: el dibujo como gesto amoroso. Chillida, acostumbrado a esculpir el hierro, se dejó llevar en estos papeles por una ternura radical: trazos de tinta, de lápiz, de mirada enamorada. En ellos se diluyen los contornos del cuerpo, pero persiste la presencia. El pliegue del cabello, la sugerencia del perfil, la forma que no se agota. La mujer, el paisaje, la memoria.
La exposición también recupera la voz de Pilar Belzunce en decisiones fundamentales de la trayectoria de Chillida. Fue ella quien lo sostuvo cuando renunció a París, cuando eligió volver a casa y buscar un lenguaje más propio, más telúrico. Fue ella quien, ante el hallazgo del caserío Zabalaga, supo ver en esas ruinas una promesa: la de un museo vivo, un espacio donde el arte respirara junto a los árboles. Así nació Chillida Leku, y su energía aún la habita.

Un retrato plural
Pilar Belzunce. Retrato íntimo no se agota en la sala. La acompaña un programa plural y vibrante que busca prolongar su huella: talleres de cerámica con tierra chamota, como la que ambos artistas usaron; sesiones de meditación y dibujo consciente; una danza-performance que traduce su figura en movimiento; visitas guiadas que permiten acercarse a su historia desde la conversación compartida.
También hay propuestas educativas que miran al futuro: recorridos pedagógicos, dinámicas para escolares, visitas para docentes que ponen en diálogo el legado de Pilar Belzunce con los valores de la coeducación y la expresión artística. Porque su figura, hoy más que nunca, puede hablarle a nuevas generaciones: de amor, de arte, de esa firmeza invisible que transforma lo íntimo en historia.
A veces, el arte necesita un espacio de sombra para brillar. Un silencio fértil. Una presencia que no reclama, pero sostiene. Pilar Belzunce fue eso: raíz, sostén, espejo, creadora. Su legado no se mide en esculturas públicas ni en exposiciones retrospectivas. Se mide en una casa hecha museo, en una familia que también es obra, en un puñado de flores pintadas con ternura, en un retrato trazado con amor.
Hoy, al recorrer esta exposición, uno no sólo descubre a la mujer que acompañó a Eduardo Chillida: descubre a la mujer que lo hizo posible.