‘Mi reno de peluche’ esquiva a Peli de Tarde

Tenía todos los ingredientes para convertirse en otra víctima de Peli de Tarde. Sin embargo, 'Mi reno de peluche' ha evitado la debacle

Mi reno de peluche - Cultura

Imagen promocional de la serie de televisión 'Mi reno de peluche' Netflix

Es imposible afrontar una reflexión sobre Mi reno de peluche sin terminar de verla. Lo que me lleva a hacer una confesión al lector: muchas de las primeras reseñas de las series se despachan después de ver apenas algunos episodios, porque quienes se dedican de verdad a esto y se ven en la obligación de rellenar más de una columna a la semana no tienen tiempo para tragarse todo lo que las distintas plataformas y canales tienen a bien ofrecerles. Si lo hicieran, terminarían como el señor Creosote de los Monty Python.

Esto no funciona con Mi reno de peluche. Si crees que has entendido la serie después de ver los tres primeros episodios, te equivocas. Y probablemente necesites terminar el cuarto para empezar a hacerte una idea de lo que realmente te está presentando su creador y protagonista, Richard Gadd. Afortunadamente, la he terminado a tiempo para escribir estas líneas. Sólo espero que nadie necesite un cubo.

La reseña oficial es especialmente poco clarificadora: “Cuando un cómico que lucha por abrirse camino muestra un acto de bondad hacia una mujer vulnerable, desencadena una obsesión sofocante que amenaza con arruinar las vidas de ambos”. No porque sea mentira, sino porque, en realidad, no dice nada. Y entiendo a quien la haya escrito para cubrir el expediente, porque cuando intenté explicar a mi mujer de qué diantres iba la serie, después de ver sólo un par de episodios, me equivoqué de cabo a rabo. De hecho, todo lo que le conté demostró ser completamente falso apenas unos minutos después.

Admito que empecé a verla con Misery en la cabeza, porque caí en la trampa del “señora con sobrepeso acosa a artista”. En lo único en lo que no me equivocaba era en el género. Porque Mi reno de peluche no es una comedia ni un drama. Es, en muchos aspectos, una miniserie de terror. Y del mejor terror. El que te hace replantearte una y otra vez quién es el asesino. No me entienda mal el Atento Lector: no es una serie de mucho matar y sí una historia real que, de transitar por sendas más convencionales, podría haberse convertido en carne de Peli de Tarde. Pero todo eso, en realidad, la hace mucho más angustiosa.

Es una historia de terror emocional, de terror cotidiano. De ilusiones destrozadas, dinámicas de poder sucísimas, amabilidad mal entendida, transformaciones personales y complejidad a muchos niveles. Es un cuento muy desagradable que, al estar basado en una historia real, no termina nunca de ser contado.
Durante muchos episodios anhelé un ataque de furia, un brote de violencia, una decapitación aquí o allá que hiciesen todo menos real y me permitiesen dejar de gritar a la pantalla: “¡No! ¡No vayas en esa dirección! ¡Eso no os ayudará a ninguno!”.
Una de las cosas en las que esta serie sobresale es que atiende a los efectos del acoso en cosas que, quizá por su cotidianeidad, suelen ser despreciadas en la ficción.

El horror de las facturas sin pagar

La serie Mi reno de peluche - Cultura

Una escena de la serie ‘Mi reno de peluche’

¿No os ha pasado nunca viendo una película que uno de los personajes tenga que pagar el alquiler, algo se lo impida, y os mata por dentro que no vuelva a tratarse el tema? ¿Que os parece que está muy bien haber detenido la invasión alienígena, pero sólo si alguien os confirma al final que el casero no le ha puesto de patitas en la calle? Muchos de los miedos de los que aquí se habla son dolorosamente realistas y forman parte de las dinámicas de acoso que se tratan. ¿Seré lo bastante bueno en mi trabajo? ¿Y si nadie me quiere? ¿Lograré cumplir alguno de mis sueños antes de morir? ¿Tengo siquiera el talento necesario? ¿Si veo demasiado porno terminaré necesitando emociones más fuerte en el catre? ¿Por qué no alimentar esta simpática e inofensiva adoración incondicional?

Trastocar las expectativas y analizar la experiencia humana es parte de algo que quiera ser arte. Y Richard Gadd tiene claro que esta historia de su vida necesitaba ser ficción para ser buen arte. Él mismo ha dicho a menudo que por eso ocultó datos de los protagonistas y cambió partes de la historia. Lo que no ha evitado que, ante el éxito repentino de la serie, hayan empezado a surgir teorías de espectadores y tabloides británicos jugando a identificar a los protagonistas, por más que el creador haya pedido a la gente que deje de hacerlo.

Cuando fracasé a la hora de hacerle mi primera sinopsis, mi santa me dijo —con razón— que, a su juicio, tener a un hombre hablando por los codos durante siete episodios sobre cómo fue acosado por una mujer con un aspecto no normativo no dejaba de ser una forma más de poner a los hombres en el centro. “¿El acoso no es importante si no lo cuenta un hombre?”, me planteó. Y todas estas dudas, que me corroían desde el principio, simplemente dejaron de tener sentido a medida que transcurrían los episodios, salía a jugar el niño de El Sexto Sentido y cualquier debate se desvanecía.

El éxito de la serie, que no deja de ser un glosario de grises morales y decisiones pequeñas y feas, me sorprende en un mundo plagado de supuestos absolutos. Los datos de espectadores que se han venido conociendo nos dicen que probablemente supere de largo los tres millones antes de que termine el mes de mayo, con más de 700 millones de minutos vistos y con la segunda posición en la clasificación global, sólo por detrás de la ‘Fallout’ de Amazon.

En parte se deberá a la fuerte apuesta de Netflix, colocándola bien visible en la cabecera. Y sin duda tendrá mucho que ver con la interpretación de Jennifer Gunning, cuya Martha es asombrosa. Hace un retrato quirúrgico de un personaje extraordinariamente complejo y navega de encantadora a terrible sin esfuerzo aparente. Además, la trama basada en hechos reales tiene mucho a su favor para conjugar la curiosidad y el morbo. Y eso sin olvidarnos del propio Gadd, que no duda en enfrentarse a escenas que serían angustiosas para cualquier actor, pero que en su caso habrán sido especialmente dolorosas y traumáticos. O de la actriz mexicana Nava Mau (‘Genera+ion’).

Supongo que esos mimbres, a los que hay que sumar un guion con una férrea voluntad de no caer en la culpa fácil ni en el victimismo idiota, le han ayudado a conseguir una puntuación casi perfecta en Rotten Tomatoes. Pero que un producto cuyas semillas estaban en un espectáculo alternativo del Fringe de Edimburgo se convierta en un producto global de masas, y que me parecía más cerca del “I may destroy you” de Michaela Coen que del típico éxito de Netflix, me ha parecido tan inesperado como festivo.

Si queréis comentarla conmigo, pero sólo una vez que la acabéis y a calzón quitado, me encantará hacerlo en Twitter. Soy @uriondo.

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