Teatro

‘Primera Sangre’: el rito teatral de María Velasco frente al terror de toda una generación de niñas

La dramaturga María Velasco estrena una obra sobre la violencia sexual en los años noventa y sobre el miedo como elemento central de la educación sentimental de la mujer

'Primera Sangre'

Apenas 33 años después del asesinato de Laura Domingo, una niña burgalesa de tan solo seis años, María Velasco reúne al público en la Sala Francisco Nieva del Teatro Valle Inclán para profundizar en la violencia de los noventa. La autora y directora, también de Burgos y coetánea de Domingo, ahonda en la pena, el desconcierto y, sobre todo, el temor que imprimió a una generación de niñas marcadas por la violencia que no cesaba en su entorno.

La Francisco Nieva se convierte en un parque infantil, un patio de colegio y un cementerio, rompiendo las fronteras conceptuales y físicas entre lugares tan antagónicos. Tres niñas: María (Valeria Sorolla), Zaira (María Cerezuela) y la difunta Laura (Javier Paz) ocuparán el espacio del que tantas veces se les privó por miedo o precaución a las niñas, como si mereciesen una pena por serlo y no pudiesen ocupar el espacio con libertad.

'Primera Sangre'

Imagen de la obra ‘Primera Sangre’

Velasco propone un juego ambivalente. Mientras por un lado accedemos a la intimidad de las niñas con sus juegos, su menarquia o sus primeras exploraciones afectivas, por el otro, la obra nos recuerda constantemente el terror que supone esa inocencia, lo fácil que es romperla por un crimen, una desaparición o un asesinato. Lamentablemente, ese parque donde las niñas juegan despreocupadas bajo el sol de la infancia puede volverse sombrío con la rapidez con la que se termina con la fragilidad de la vida.

La obra apela a lo desagradable de las preguntas sin respuestas y las injusticias aceptadas socialmente, tales como que la madurez esté marcada por “tener más miedo a los vivos que a los muertos” o el profundo deseo de que las niñas se parezcan más “a los cerdos que a las flores”, para así evitar que nadie las profane. Una crudeza que mezcla lo audiovisual de cómo los tres cerditos pueden ser llevados al matadero, la danza que libera y recupera la esencia del juego infantil, y el rito fúnebre que impregna y se hace presente en la obra.

Velasco no se olvida del caso judicial que se cerró sin resolver. La aparición del comisario, interpretado por Francisco Reyes, se ocupará de dibujarnos la situación de esta investigación. La soberbia, los problemas con el alcohol y una persistente actitud agresiva y desagradable a través del humor facilón y chulesco retratan la dificultad de afrontar un problema tan grave en la sociedad con estos mimbres. Una sospecha en la que se incide en reiteradas ocasiones en la propuesta sobre si se hace lo necesario y si se asumen las responsabilidades que requieren estas situaciones de envergadura antes de que escalen y proliferen.

El texto, que fue premiado con el XXXI Premio SGAE de Teatro Jardiel Poncela por su capacidad de riesgo y poeticidad, recorre y profundiza en el caso de Laura Domingo aunque no se ciñe ni pretende ser únicamente una propuesta documental. “El teatro es un lugar donde los muertos juegan con los vivos” y, en este juego, se asoman a las tablas numerosos temas e inquietudes educativas, sociales y generacionales. Reflexiones que se van diluyendo entre los diálogos infantiles y la brusquedad de la situación, una suma de críticas que vapulea al espectador.

Todo esto, envuelto en una propuesta que busca la belleza, aunque una belleza terrible como no puede ser de otra manera al abrir una ventana al mundo desde los ojos de una niña que madura rodeada de carteles de se busca con la fotografía de quien pudiese ser una compañera de patio, de juegos, de vida.