Durante un breve destello en los años veinte, Barbara Newhall Follett fue una estrella fulgurante en el firmamento de las letras estadounidenses. A los doce años, sorprendió al mundo con una novela titulada La casa sin ventanas, publicada por Alfred A. Knopf en 1927.
El libro, una fantasía lírica escrita por una niña, se convirtió en un fenómeno editorial, ganándose elogios de la crítica y la admiración de escritores consagrados.
En sus páginas, Barbara Newhall Follett mostraba un dominio del lenguaje, una sensibilidad poética y una imaginación desbordante que parecían incompatibles con su edad. A ojos del público, había nacido una nueva Emily Dickinson. Pero lo que parecía el comienzo de una carrera brillante acabó derivando en el más inquietante de los silencios.
Una infancia marcada por el aislamiento y la genialidad
Barbara Newhall Follett fue educada por su madre, Helen, y por su padre, Wilson Follett, un editor y erudito del lenguaje. Desde muy pequeña mostró un talento fuera de lo común para las palabras.
A los ocho años escribía poemas, a los nueve esbozaba novelas y a los diez había inventado un idioma propio que hablaba con su gato. En un entorno tan intelectual como austero, Barbara Newhall Follett creció alejada del bullicio del mundo real, entregada a la literatura como si fuera su única patria. Esa intensidad la condujo a crear obras que desbordaban una madurez impropia.
Pero también la dejó vulnerable.

En 1928, apenas un año después del debut, Barbara Newhall Follett publicó su segunda novela, El viaje de Norman D., una historia sobre el mar y la libertad que escribió inspirada por un viaje en barco mercante. El libro fue aclamado, pero algo ya había comenzado a torcerse.
Su padre abandonó el hogar familiar ese mismo año, dejando a la madre y a la hija en una situación emocional y económica precaria. La ruptura familiar afectó profundamente a Barbara Newhall Follett, que contaba con apenas 14 años. Su obra se resintió, su salud mental comenzó a fracturarse y sus cartas empezaron a revelar un desasosiego creciente. Para una joven que había convertido la literatura en su refugio vital, la traición del padre-editor fue devastadora.
El silencio tras el talento
Con el tiempo, el nombre de Barbara Newhall Follett fue desvaneciéndose de los periódicos. Trabajó como mecanógrafa, escribió algunos textos privados, intentó rehacer su vida. Se casó con un joven de nombre Nickerson Rogers, con quien viajó y vivió una existencia modesta. Pero su llama se había debilitado.
En 1939, cuando tenía 25 años, Barbara Newhall Follett desapareció. Salió de su casa en Brookline, Massachusetts, después de una discusión con su marido. Nunca más se supo de ella. Su cuerpo jamás fue hallado. Su desaparición no fue denunciada de inmediato y el caso se cerró con una inquietante mezcla de negligencia, silencio y olvido.

Durante décadas, nadie investigó con seriedad qué ocurrió con Barbara Newhall Follett. Su marido tardó semanas en informar de su desaparición. La policía dio carpetazo al asunto. Algunos creen que se suicidó, otros que simplemente decidió marcharse de una vida que sentía como una jaula.
En años recientes, el interés por su figura ha renacido. Su obra ha sido reeditada, sus cartas han sido estudiadas y su historia ha sido rescatada como una advertencia dolorosa: la genialidad precoz sin protección puede acabar en tragedia. Para muchos, Barbara Newhall Follett encarna el rostro más amargo del talento. El que es venerado demasiado pronto y luego olvidado por completo.