Un buen amigo me dijo hace tiempo que una novela no es más que un relato alargado y con mucho decorado. A mí me pareció una simplificación que no captura la complejidad de ambos géneros, pero nunca le dije nada. Espero que no esté leyendo esto. Sea como sea, lo cierto es que, a veces, el decorado de una novela, ese escenario extendido como un telón de fondo en movimiento, puede ser más interesante que los propios personajes que lo habitan. Quizá esa es la sensación que me acompaña ahora, días después de abandonar Cremona, cuando consulto notas y paso las páginas de El misterio de Stradivarius como quien desliza los dedos por las cuerdas de uno de esos instrumentos hermosos que nos mostraron en la ciudad de los lutieres.
He leído esta novela de Alejando G. Roemmers con la misma disposición con la que se contempla un objeto fascinante por su forma, su barniz y su historia, aunque no ha terminado de emocionarme su sonido. Hay en el texto una voluntad clara de construir un fresco literario que conecte pasado y presente, música y crimen, historia y ficción. Y eso, como punto de partida, resulta profundamente sugerente. Sin embargo, a veces los hilos que anhelan sostener tantos tiempos distintos tienden a aflojarse. Y la novela avanza entre los pliegues del tiempo, pero no siempre logra que ese viaje importe tanto como debería.
¿Qué puedes esperar de ‘El misterio del último Stradivarius’?
El punto de partida de la novela no podría ser más potente. Un asesinato ocurrido en Paraguay —basado en hechos reales—, el del anticuario y coleccionista Johann von Bulow y su hija Diana, sirve como detonante de una trama que recorre siglos de historia europea a través del hilo invisible de un violín legendario. El instrumento, el último vestigio de la mano de Antonio Stradivari, pasa de unas manos a otras, cruza guerras, persecuciones y exilios, sobrevive a las invasiones napoleónicas, al Holocausto, a las dictaduras del siglo XX y al esoterismo contemporáneo.

La idea, sin duda, es brillante. Como explica el propio Mario Vargas Llosa en el prólogo de la edición de Editorial Planeta, El misterio del último Stradivarius pertenece a ese tipo de narraciones que se insertan dentro de la llamada «literatura de objetos», donde no son las personas las que protagonizan la historia, sino las cosas: un libro, una carta, una joya o —en este caso— un violín. Esa «novela de circulación», como la denomina la crítica anglosajona, tiene su encanto: permite narrar el mundo desde la perspectiva de lo que permanece, lo que resiste el paso del tiempo.
Pero también entraña un riesgo. Y es que, al centrarse en el recorrido del objeto, los personajes que lo rodean pueden quedar desdibujados. Aquí, esa amenaza se cumple en ocasiones. Ni el comisario Alejandro Tobosa, encargado de la investigación actual, ni Antonio Stradivari, ni el violinista judío Mico Edelbach, ni el gerifalte nazi Julius Heiden, ninguno de ellos termina de conmover del todo. Cada uno cumple su función, sí, y permite avanzar la trama sin entorpecerla. Pero raramente traspasan la superficie del arquetipo, porque no hay suficiente tiempo para derribar los clichés.
Una lectura amable, con ingredientes variados y un punto exótico
La estructura coral de la novela —repleta de escenarios, voces, desplazamientos y saltos temporales— es ambiciosa, aunque por momentos sacrifica el ritmo interno de cada historia en favor de la amplitud narrativa. El lector salta del presente a Cremona, de Cremona a Venecia, de la Alemania Nazi a un rincón perdido del Paraguay. Pero, en ese salto constante, se pierde el peso de lo vivido, la emoción de la pausa y el conflicto interior de los personajes.

En cambio, el decorado sí que deslumbra. Se nota que Roemmers ha investigado la mayoría de lugares que menciona, ha querido rendir homenaje a una tradición musical y artesanal que tiene en el violín su máximo exponente. Y eso es de agradecer. De hecho, es donde la novela alcanza sus mejores momentos.
También es justo reconocer que, aunque El misterio del último Stradivarius no alcanza el nivel de profundidad que promete su premisa, sí consigue funcionar como un entretenimiento eficaz. En ningún momento se vuelve una novela densa o difícil de seguir. Y su propuesta, a caballo entre el thriller y el relato histórico, resulta adecuada para quienes buscan una lectura amable, con ingredientes muy variados y un punto de exotismo innegable. No exige un compromiso emocional ni intelectual excesivo, pero sí ofrece un recorrido literario bien ambientado, con el misterio suficiente como para mantenernos pegados a las páginas.
Una obra cuidada, escrita con afecto y con voluntad de estilo
Quizá el mayor mérito de El misterio del último Stradivarius es precisamente ese: su voluntad de llegar a un público amplio, mezclando géneros y registros sin miedo a lo impuro. No es fácil encontrar novelas actuales que se atrevan a conectar el siglo XVII con el XXI, que hablen de la magia que orbitaba en Cremona en los tiempos de Antonio Stradivari y, al mismo tiempo, de la angustia de los presos judíos en Risiera di San Sabba, campo de exterminio nazi en tierras italianas.
Roemmers lo hace.
Sin embargo, la amplitud no es siempre sinónimo de excelencia. Al final, El misterio del último Stradivarius puede asemejarse al violín de un lutier que ha tratado de hacer algo revolucionario con el instrumento: es reluciente por fuera, está armado con precisión técnica, dotado de una historia fascinante… pero no termina de hacer vibrar al lector con la emoción que cabría esperar.

No hay duda de que es una obra cuidada, escrita con afecto y con voluntad de estilo. Pero también es una novela que se deja leer con facilidad, que se disfruta con cierta distancia, como quien asiste a un concierto desde las últimas filas del teatro, percibiendo más el conjunto que la intensidad de cada nota.
Lo que queda cuando cierro el libro es una sensación parecida a la que tuve al salir de la casa de Stradivari en Cremona: la certeza de que la historia del violín —ese objeto que sobrevive a los siglos y a los hombres— sigue siendo fascinante. Y que, aunque no siempre comprendamos su misterio, nos basta sólo con rozarlo para intuir algo más grande que nosotros. Roemmers ha querido capturar eso. No siempre lo consigue, por su ambiciosa propuesta. Pero, desde luego, ha dejado su huella.
Y eso, en literatura, ya es bastante.