El misterio del sonido de los Stradivarius llega a su fin 300 años después

'Artículo14' viaja hasta el hogar de Antonio Stradivari para encontrar la solución al misterio de los violines más famosos de la historia

Secreto de los Stradivarius - Cultura
Un violín, unas partituras y la última novela de Alejandro G. Roemmers
Planeta/ Javier Ocaña

Decía Jacinto Benavente que nada fortifica tanto las almas como el silencio. Que es como una oración íntima en la que ofrecemos a Dios nuestras tristezas. Pienso en ello mientras descubro una pequeña localidad italiana. He llegado hasta Cremona de la mano de Editorial Planeta, con el propósito de cubrir el lanzamiento de El misterio del último Stradivarius, de Alejandro G. Roemmers. Antes de coger el avión que me lleva a Milán, y el autobús de Milán a Cremona, sólo conocía esta ciudad de oídas. Un documental, un libro, una película. Alguien mencionaría su existencia, asociada a la figura de Antonio Stradivari. Y esa palabra se quedaría ahí, en un cajón de mi memoria.

Alejandro G. Roemmers en Cremona - Stradivarius
Una fotografía de Alejandro G. Roemmers en Cremona presentando su nueva novela
Planeta/ Javier Ocaña

Resulta paradójico que una ciudad vinculada exclusivamente a la música tenga un silencio ensordecedor. Recorro el Corso Garibaldi hasta alcanzar la iglesia de Santa Ágata. La fachada neoclásica tiene las grandes puertas de madera abiertas y, a través de ellas, me llega el rumor de una misa en italiano. Dudo, pero me puede la curiosidad. Asciendo la pequeña escalinata y me entrego a la penumbra. La atmósfera cambia. La densidad del incienso quemado sustituye al calor sofocante de la media tarde. Me deleito en los altos techos abovedados y en los frescos de Giulio Campi. Trato de jugar a la ficción, de reconstruir lo que pudo ver y sentir Stradivari hace más de tres siglos, en ese mismo espacio. Y me pregunto si es verdad que su misterio está resuelto.

Vislumbrar un violín Stradivarius ayuda a entender la pasión que despierta

Hace apenas una hora estoy en la casa nuziale di Stradivari. Por lo visto, allí vivió el famoso lutier cremonés durante su primer matrimonio con Francesca Ferraboschi. Dentro, dos jóvenes aprendices italianos trabajan la madera y dan forma a su nueva creación. Su maestro, Fabrizio von Arx, habla y gesticula como sólo un italiano puede hacer, moviéndose al compás de sus propias palabras en una especie de deformación incontrolable de su profesión. Es él, Fabrizio, quien nos acompaña durante la visita a la casa nuziale di Stradivari, nos enseña los rincones de ese hogar reconvertido en atracción turística que hace apenas unos años era una tienda de electrodomésticos.

Cuando termina de explicar el proceso de fabricación de un violín, el maestro von Arx nos muestra la gran joya de su colección: un Stradivarius apodado «Ángel». Está expuesto en una urna de cristal, colgado de unos hilos muy finos, como si una fuerza de la naturaleza lo mantuviese suspendido en el aire, combatiendo la gravedad. No soy un gran admirador de la artesanía y no me precio de ser un experto en música clásica, pero el violín es fascinante. La luz cae con fuerza sobre el barniz, que refulge como un diamante. Sus formas son sensuales. Por un momento, soy capaz de entender la pasión que despierta ese mundo. Y por qué en una ciudad de 70.000 personas hay doscientos lutieres, mientras que en España apenas llegan a la treintena.

Stradivarius Ángel - Cultura
El violín Stradivarius Ángel expuesto en la casa nuziale di Stradivari
Artículo14/ David Lorao

A pesar de la devoción casi espiritual con la que observo el violín, el maestro Fabrizio von Arx tiene otros planes: abre el cristal de la urna y coge el Stradivarius. Mi reacción de sorpresa parece divertirle. Me mira y alza ligeramente las cejas con una sonrisa burlona, como diciéndome: «No, no sólo es de exposición». Entonces, guarda el violín en un estuche de color plateado, lo cierra con seguridad y determinación, y se lanza escaleras arriba, donde Alejando G. Roemmers explica que, en esa zona de la casa, colgaban los instrumentos durante la época de Antonio Stradivari para secar el barniz, como si de ropa se tratase.

Entramos en un nuevo espacio, amplio y de techos altos. Fabrizio von Arx me confiesa que la casa nuziale di Stradivari ha intentado respetar al máximo el orden y la funcionalidad de los tiempos del famoso lutier cremonés. Hay devoción en sus palabras, pero también en su mirada. Eso me gusta: admiro profundamente a las personas que viven con tanta pasión y tanto cariño su trabajo. Me permiten recordar, por un instante, la razón por la que escribo. Me dice que allí, en ese espacio, Stradivari y sus aprendices ponían a prueba sus creaciones y examinaban el sonido de los violines, cribando el mínimo rastro de imperfección en su loca búsqueda del arte supremo. También me dice que han adaptado ese espacio para hacer exactamente lo mismo: tocar el instrumento, examinarlo, identificar sus rastros de humanidad. Y eso es precisamente lo que hace.

Durante un cuarto de hora, Fabrizio von Arx da una lección magistral de música, y explica y contextualiza la figura de Antonio Stradivari. Y haciéndolo, precisamente, da respuesta al misterio del lutier cremonés que, más de trescientos años después, sigue suscitando tantos interrogantes entre los amantes de la música clásica. «Más allá de su propio talento y su propia identidad, hay razones que explican el secreto de Stradivarius», me confiesa. «La primera razón es el hecho de nacer en Cremona. Uno no sabe si es la persona la que hace el arte o es el arte el que hace a la persona. Pero lo que es innegable es que, a Stradivarius, Cremona le hizo amar el arte».

Antonio Stradivari cambió su forma de hacer violines obligado por sus contemporáneos

De esto hace una hora y media. He dejado atrás la iglesia de Santa Ágata y he regresado de nuevo por el Corso Garibaldi. Paso por la Piazza Antonio Stradivari, tuerzo por la vía Giovanni Baldesio y me doy de bruces con el Duomo de Cremona, en el corazón de la ciudad, la Piazza del Comune. La catedral de Santa María de la Asunción es de planta cruciforme y tiene tres naves longitudinales, pero lo que realmente impresiona de ella es su fachada y su mezcla de estilos arquitectónicos: románico, gótico, renacentista y barroco. Su campanario ―al que se puede subir― se conoce como Torrazzo di Cremona, tiene en su parte baja un reloj astronómico y es el símbolo de la ciudad. Completa el lugar de culto un baptisterio que está casi pegado a la fachada de la catedral. Y observando todo aquello uno puede hacerse una idea de a qué se refería Fabrizio von Arx cuando mencionó lo de Antonio Stradivari y el arte.

Duomo de Cremona - Stradivarius
Una fotografía de la catedral de Cremona
Planeta/ Javier Ocaña

Estoy de vuelta en la casa nuziale di Stradivari. El maestro von Arx sigue tratando de justificar el misterio de los Stradivarius. Dice que «vivir casi 90 años» también es una razón que explica lo diferentes y revolucionarios que fueron sus violines. «Nació a finales de 1.600 y vivió a principios de 1.700», indica. «Eso le permitió vivir revoluciones históricas dentro de la música». ¿A qué se refiere? ¿De qué revoluciones históricas está hablando?

Ofuscado consigo mismo por no haberlo podido explicar con palabras, decide hablar con su verdadera voz. Coloca el Stradivarius en el mentón y toca con mucha suavidad las cuerdas. El sonido sale puro, celestial. «Así era antes de músicos como Vivaldi», argumenta. Acto seguido, somete al violín a una especie de tortura, de crucifixión, tocando el instrumento completamente poseído, yendo de un lado al otro, meciéndose con violencia, rasgando con fuerza las cuerdas. El Stradivarius ya no suena: se estremece, grita. Está completamente sometido al músico, que hace lo que quiere con él. Y así es como nos explica que los primeros violines de Antonio Stradivari eran más continuistas con el canon tradicional de los lutieres de Cremona. Pero que luego tuvo que adaptarse para darles a los músicos de una nueva época un violín acorde a su tiempo.

«Stradivari vivió las circunstancias que desembocaron en que seis o siete violinistas y compositores diferentes llevasen el arte de la música a una nueva dimensión», afirma. «Ellos inventaron nuevas técnicas para tocar el violín». Y fue Antonio Stradivari quien tuvo que adaptarse a esas nuevas técnicas, claro. «Su ventaja fue estar en contacto con esas músicas que buscaban empujar los límites. Stradivari entendió qué exigían los músicos de los lutieres, y fue entonces cuando cambió su forma de hacer los instrumentos».

Ese es el misterio resuelto de los Stradivarius: fueron violines hijos de su tiempo, la consecuencia lógica a una revolución cultural en la música, en la forma de tocarla y componerla, en el deseo de transformar el arte.

¿Se puede tocar el alma de un lutier a través de su violín?

Pero, entonces, ¿no tienen nada de especial? El maestro niega enérgicamente con la cabeza, como si estuviese interpretando de nuevo a Vivaldi. «Tocar un Stradivarius es mágico», dice Fabrizio von Arx antes de terminar la visita a la casa nuziale. «Es como hablar a través de un instrumento. Y somos energía. No podemos evitar que, a lo que hacemos, se traslade nuestra personalidad. Por eso cada instrumento refleja el carácter de su lutier». Y es ahí cuando algo estalla en mi interior.

Ahora, sentado en una terraza de la Piazza del Comune, observando la belleza insondable de la catedral de Santa María de la Asunción, fascinado por la altura de la Torrazzo di Cremona, por su extraordinario reloj astronómico, con una pinta de cerveza fría sobre la mesa y el sol empezando a esconderse tímidamente sobre la ciudad de los lutieres, le doy vueltas a esa frase. «Cada instrumento refleja el carácter de su lutier».

Casa nuziale di Stradivari - Cultura
Uno de los aprendices lutieres en la casa nuziale di Stradivari
Artículo14/ David Lorao

Y yo, que siempre he creído, como Chateaubriend, que el hombre que comprendiese a Dios sería otro Dios, me pregunto si, entonces, tocar el violín es tocar el alma de su lutier. Si tocar un Stradivarius es tocar el alma de Antonio Stradivari, del hombre que fue en esa Cremona de ensueño donde se dieron todos los condicionantes para que alcanzase la inmortalidad.

Me pregunto si la magia no está en el lugar, sino en la forma en que lo habitamos.

Supongo que el misterio sigue ahí, como el silencio de Cremona.

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