Llega el verano y, como somos animales de costumbres, se repiten las mismas escenas, los mismos temas recurrentes de conversación. Hablamos del tiempo, por ejemplo, e incidimos la mayoría de los días en el calor que hace (en invierno también hablamos del tiempo, que no hay cosa que nos guste más a los españoles que quejarnos de la temperatura, sea esta alta o baja). Las calles de las ciudades se vacían y los que se quedan trabajando, agradecen un poco esa calma, esa falta de ruido, que no silencio, que a veces ni notamos en el fragor del día a día el resto del año. Por el contrario, las playas se convierten en un verdadero escenario de todas las costumbres patrias. Lo que más me asombra, por ejemplo, es el despliegue de cosas que puede llevar una familia hasta allí. En cierta ocasión, llegué a ver una “haima” de mayores proporciones que el piso en el que vivo, con un hornillo de butano en el que freían, como si tal cosa, unos filetes de lomo rebozados. Tampoco tienen desperdicio las conversaciones que allí se escuchan, o los consejos de las madres. Un compañero mío oyó como una mujer le decía a su hija: “Jenny, sólo hasta el chichi, que luego te enfrías”. Menos mal que ese momento no se grabó en un Tiktok, porque hoy día a Jenny le perseguiría la frase hasta la eternidad.
El verano es también sinónimo de chiringuito, de lectura de un libro en la toalla y de siesta en la playa, siempre y cuando ese plácido sueño no tenga lugar al lado de un bafle, como nos pasó a unas amigas y a mí. En cierto momento de la tarde, comenzaron a probar el sonido de un concierto que había después y, del susto, botamos en el aire.
Curiosos también son los programas de las fiestas de los pueblos. Durante unas prácticas en Onda Cero en Pamplona, me tocó entrevistar a todo tipo de alcaldes de localidades en fiestas y la verdad es que la programación de muchas de ellas no tenía desperdicio. En algunos sitios hay campeonatos de lanzamiento de azada, en otros, carreras de calzoncillos, aunque mi favorita siempre fue la ya extinta (para evitar el maltrato animal, supongo) carrera de cutos de Arazuri. Lo mejor de la prueba no era ver a los pobres cerdos correr asustados por la calle, sino leer al día siguiente los titulares de los periódicos en los que ponía, por ejemplo: “Gil y Gil se impone a Marta Sánchez en la carrera de cutos de Arazuri”.
Tampoco tienen desperdicio los grupos contratados por los Ayuntamientos para sus festejos patronales: “Palazo en las Costillas”, “Confeti de Odio”, “John Pollón”, o “Jordi Ganchitos”, amenizan o más bien castigan, supongo, los oídos de los sufridos asistentes que, a buen seguro, preferirían escuchar al típico “conjunto”, como se decía antes, interpretando las canciones de ayer y de hoy e inventándose, muchas veces, las letras de los temas en inglés (que con aprenderse el estribillo era suficiente).
El verano es costumbre, pero también descanso y felicidad.