Puede que Emmanuel Macron sea uno de esos tipos que llaman a un amigo simplemente para desearle las buenas noches o envíe abracitos virtuales a su esposa Brigitte en cuanto la tiene a más de un metro de distancia. A pesar de aquella imagen de 2022, sobre un sofá de cuero y la camisa blanca con tres botones desabrochados dejando asomar su varonil pelambrera, el presidente francés representa una nueva masculinidad, incluso en su forma de hacer política. Como dicen los franceses, tiene un “côté táctil” (lado táctil) muy sugerente que ha dado mucho que hablar desde que llegó al Elíseo.
Así ocurrió hace unos días cuando se le vio caminando de la mano con el primer ministro albanés, Edi Rama, con quien mantuvo un encuentro oficial. ¿Alguien debería decirle eso de “la manita relajá”, una de las frases más virales de La isla de las tentaciones? Aunque diplomática, Angela Merkel mostró cierta incomodidad en su tiempo de canciller por la cercanía corporal de Macron, entendiendo como tal un saludo con beso o una palmadita afectuosa en la espalda, nada diferente a lo que acostumbra con otros mandatarios.
A la canciller alemana, extremadamente cautelosa y sobria en las formas, le chocaba tanta calidez, aunque esto no influyó en su modo de avanzar en determinados proyectos comunes. Hay imágenes de algunas cumbres o encuentros bilaterales, como en 2017 y 2018, donde se aprecia que Macron le toca sutilmente el brazo sin que ella haga amago alguno de corresponderle.
Frente a la rigidez diplomática en la política, Macron impone un estilo marcado por la familiaridad y la espontaneidad. Lo de caminar de la mano no es esta la primera vez. Durante la Cumbre del G20 en Nueva Delhi, en septiembre de 2023, tuvo la misma actitud con el primer ministro indio, Narendra Modi, mientras discutían asuntos de defensa y cooperación bilateral. La imagen se interpretó como símbolo de buena sintonía.
Con Donald Trump ha protagonizado divertidos momentos que han generado también abundantes discusiones por parte de analistas y políticos: apretones de mano interminables, abrazos e incluso más de un beso en la mejilla. Algún show de la televisión estadounidense ha llegado a escenificar estas escenas como si fuesen una comedia romántica. “Eso es un bromance!”, expresó el popular presentador Trevor Noah echando mano de los estereotipos. El caso es que su respaldo fue decisivo en la reunión de 15 minutos de Zelenski con Trump en el Vaticano el 26 de abril de 2025, durante el funeral del Papa Francisco.
Caer en el prejuicio lleva al bulo, aunque el presidente francés debe de estar ya curado de rumores. Su lenguaje corporal ha despertado comentarios acerca de una posible homosexualidad poniendo nombre y apellidos a algún supuesto amor prohibido. Sarkozy le llegó a definir, sin ánimo de ofender, como un hombre andrógino. Él, sin embargo, se toma estas cosas con humor.
La periodista francesa Corinne Lhaïk ha seguido de cerca su lado táctil y asegura que, a pesar de su aparente espontaneidad, el mandatario controla con sumo cuidado sus gestos. “Es muy táctil, pero mucho menos con las mujeres, consciente de que esto podría ser malinterpretado. Es capaz de darle un golpecito en el muslo a Donald Trump, pero nunca se permitiría hacerlo con Kamala Harris“.
Lo que llama la atención es tanta tinta vertida en su país en torno al lenguaje gestual. Jean-Marie Rouart, cronista político, considera que ni la efusividad de Macron ni su personalidad “ultra romántica” deberían usarse para poner en duda su carácter firme y pragmático: “Tiene todo lo necesario para ser un gran estadista y lo ha demostrado en circunstancias muy difíciles”. Y añade que “al fin y al cabo ya estamos hartos de tener que estar en un mismo molde”.
Philippe Breton, sociólogo y profesor emérito de la Universidad de Estrasburgo, opina en su libro La palabra manipulada, que todo ello no es más que una estrategia de Macron para ganarse la confianza de sus homólogos, “una técnica efectiva, pero solo a corto plazo”. Y recuerda que no siempre consigue el resultado esperado, como fue el caso de Vladimir Putin en 2022. Conocedor de su propensión a la manita suelta, el presidente ruso le sentó en el extremo de una mesa alargada, a quince metros de distancia.