Stella Banderas nunca ha buscado los focos; más bien, los ha dejado acercarse cuando han querido encontrarla. Mientras el apellido que lleva podría haberla impulsado a una exposición constante, ha optado por algo mucho más difícil de construir: un estilo propio y discreto.
En Málaga es habitual verla acompañando a su padre en la Semana Santa, donde participa con fervor -entre saetas y capirotes- en las procesiones cada año. Siempre en un segundo plano, no busca llamar la atención, no se la suele ver en alfombras rojas, pero sí en momentos clave. Como cuando, hace unos meses, anunció su compromiso con su novio, Alex Gruszynski. Lo hizo con una fotografía que mostraba su anillo y ese tipo de elegancia que solo se logra cuando uno tiene muy claro quién es.
Stella del Carmen nació en Marbella. Era 1996 y Antonio Banderas, el malagueño más internacional, y Melanie Griffith, reina del cine noventero con cicatrices de mil guiones vividos, se enamoraban como se enamoran los actores: deprisa, fuerte y con el mundo entero expectante. Aquel amor tenía algo de película y Stella fue su única hija en común. Creció entre Los Ángeles y Málaga, entre alfombras rojas y veranos en España, aprendiendo pronto que se puede pertenecer a dos mundos y que ninguno te define del todo.
Su estilo es una extensión natural de su manera de vivir, entre la calma de su ciudad natal, la conexión con su padre -con quien mantiene una relación muy estrecha- y un mundo de moda que la admira precisamente por no intentar pertenecer a él a toda costa.
Lejos de las tendencias fugaces y los estilismos de temporada, Stella Banderas ha construido un lenguaje visual con prendas sencillas y una clara inclinación por la moda sostenible. Ha hablado de su amor por la ropa heredada, especialmente las joyas que pertenecieron a su madre, Melanie Griffith, y a su abuela, la icónica Tippi Hedren. Además, cuando acudió al desfile Crucero de Dior en Sevilla, no fue solo como invitada, sino como testigo silenciosa de una moda que honra lo local -y Andalucía, claro, la tierra de su padre- desde la mirada global.
Pero Stella no es sólo “la hija de”. También es “la hermana de”. Dakota Johnson ha seguido una carrera cinematográfica de impacto internacional. Las comparaciones son inevitables, pero Stella Banderas ha preferido otro camino más íntimo y menos escénico estudiando escritura, filosofía y arte, y abriéndose paso sin el estruendo habitual del apellido. Aun así, se intuye una sintonía entre ambas: comparten ese gusto por la moda sin artificios, esa forma de reivindicar la elegancia como algo que nace dentro y se expresa fuera.