El lujo nunca se mide solo en tejidos, siluetas o campañas, sino en la capacidad de una marca de sostenerse en el tiempo. Victoria Beckham ha logrado lo que muchos dudaban al inicio de su aventura: levantar un sello con identidad propia, reconocido en las pasarelas internacionales y celebrado por clientas exigentes. Sin embargo, tras más de quince años de recorrido, la firma sigue atrapada en un delicado equilibrio entre prestigio cultural y fragilidad financiera.
El último ejercicio habla de éxito comercial: 112,7 millones de libras en ventas en 2024, un incremento del 26,5 % respecto al año anterior. Es la cuarta subida consecutiva, impulsada por el negocio digital, la boutique insignia de Londres y, sobre todo, por la división de belleza, que crece a doble dígito gracias a productos estrella como sus barras de labios Posh o los delineadores de ojos. Beckham ha sabido leer el pulso de un consumidor global que busca lujo accesible, cosmética eficaz y marketing cercano: pocos gestos conectan tanto con su audiencia como verla en Instagram aplicándose sus propios productos frente al espejo.
Pero la otra cara de la moneda resulta menos glamurosa. La firma registró pérdidas antes de impuestos de 4,8 millones de libras, frente a los 2,9 millones del año previo, y necesitó una nueva inyección de 6,2 millones de sus accionistas para mantener la operativa. No es un hecho aislado: en 2023 ya había recibido otros 6,9 millones. Los préstamos se acumulan y el negocio de moda sigue devorando recursos. Y aunque las deudas netas han bajado de 39,7 a 29,7 millones, la rentabilidad real sigue siendo esquiva.
En marzo de este año, Sybille Darricarrère Lunel, procedente de Dior, asumió como CEO con el objetivo de dar un giro de rigor a la estructura. Su hoja de ruta incluye el lanzamiento de nuevas líneas de maquillaje, la apertura de más de 140 puntos de venta en grandes almacenes y el estreno de una docuserie de Netflix centrada en su desfile parisino. No se trata solo de un golpe de efecto: es un intento de acercar la marca a un público más amplio, reforzando visibilidad y capital cultural.
La división de belleza parece ser el verdadero salvavidas. En 2025, Victoria Beckham Beauty ha alcanzado un récord de ventas cercano a los 113 millones de libras, situándose como el motor capaz de sostener el conjunto. La moda, en cambio, sigue siendo un escaparate más aspiracional que rentable. Y aquí radica la tensión: ¿puede una marca construida sobre el aura de su fundadora convertirse en una casa de lujo sólida, capaz de rivalizar con firmas que llevan décadas, incluso siglos, de historia?
No olvidemos que Victoria Beckham ya ha tenido golpes de suerte estratégicos: un vestido verde midi, llevado primero por Bella Hadid en París y después por la reina Letizia en Buckingham, se convirtió en fenómeno de ventas en 2023, demostrando el poder de un icono bien colocado. Pero estos momentos virales, aunque valiosos, no bastan para cimentar un negocio a largo plazo.
La ventaja de la diseñadora es su solidez personal. Con un patrimonio familiar estimado en 500 millones de libras y el respaldo empresarial de David Beckham, la marca cuenta con un colchón que muchos rivales envidiarían. Pero el lujo no perdona: más allá del glamour, los balances deben cuadrar.
Victoria Beckham ha recorrido un camino admirable, pasando de ser una celebritie con ambiciones de moda a la cabeza visible de una firma con peso propio en el calendario internacional. La pregunta, ahora, es si podrá transformar ese prestigio en estabilidad. Porque en la moda, como en la vida, crecer no siempre significa consolidarse. Y el tiempo dirá si la firma Beckham logra convertirse en algo más que un apellido brillante: en una auténtica casa de moda rentable.