Este pasado lunes, 25 de noviembre, fue el Día Internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer. Cada nuevo caso del que tengo noticia me hace sentirme impotente y me deja una amargura profunda, una rabia, una tristeza. No hace ni cien años que las mujeres tenemos derecho a voto en España, fue en la Constitución de 1931 cuando por fin se recogió el sufragio femenino. Hubo una disputa entre Clara Campoamor y Victoria Kent, porque esta última tenía dudas, quizá las mujeres iban a votar lo que les dijera su confesor, no iban a ser libres para ejercer su derecho. Finalmente, el criterio de Clara Campoamor salió adelante. Cada mujer tiene derecho a votar lo que desee. Hace solo noventa y tres años, se ponía en entredicho que tuviéramos derecho a elegir quién nos gobernaba, aquello era solo cosa de hombres. Recuerdo según escribo una cita de Sofía Tolstaia, escritora, copista y fotógrafa. Se casó a los 18 con Leon Tosltoi de 34 y se dedicó al cuidado de sus trece hijos, su esposo y de su finca. Renunció a su vocación de escribir, pero se encargó de transcribir los manuscritos de su marido, del que es lectora y crítica. El 12 de junio de 1898 escribe en su diario, cito textualmente: “Estaba pensando hoy por qué no hay genios que sean mujeres, no hay escritoras, artistas, compositoras. Porque toda la pasión y las habilidades de las mujeres enérgicas se destinan a sus familias, a su amor, a sus maridos y sobre todo a sus hijos. Una vez que la crianza y la maternidad han terminado entonces sus necesidades artísticas se despiertan, pero entonces ya es demasiado tarde para desarrollar algo en su interior”. Más tarde escribiría su novela ¿De quién es la culpa? Como respuesta a la novela de su marido Sonata de Krauzer, donde trataba las relaciones de pareja y el matrimonio. Su opinión sesgada sobre las mujeres dañó a Sofía. En esa fecha, a finales del siglo XIX, Mary Shelley ya había escrito Frankenstein, pero lo cierto es que era una gota de agua en un mar de hombres. La mujer en esa época solía desarrollarse en el ámbito privado, familiar y doméstico. La conducta de Mary rompe con los convencionalismos sociales, con los usos morales de su tiempo al escaparse con Percy B. Shelley. Además, escribe, lee, es una mujer culta para su tiempo por la posición burguesa de su familia. Más adelante pierde a sus hijos, solo le sobrevive uno, y es una de las primeras mujeres que se gana la vida con su escritura. Quizá durante siglos nos han encasillado a las mujeres en dos estereotipos distintos, o eras Eva o Lilith. Las dos fueron mujeres de Adán. ¿Recuerdan el Paraíso? Lilith no aparece en la tradición cristiana, pero sí en la judía. Fue creada al tiempo que Adán, de un puñado de barro, como él, no de una costilla, y fue expulsada por negarse a someterse a los deseos y caprichos de su compañero. Se la condenó a la esterilidad y se convirtió en una mujer maldita, chupa sangres, que robaba a los niños por la noche. Pero también en el modelo de la mujer seductora, del súcubo que representa la tentación para los hombres. Se la ha representado en la pintura con una larga melena pelirroja, Lilith es bella, inquietante, peligrosa. Es la tentación en estado puro. Una bruja. Desearla provoca el goce y la culpa. Pero Lilith no merece amor, si no castigo por su actitud provocadora. Por otro lado, se encuentra Eva, creada en segundo lugar esta vez de la costilla. Ella que, aunque le tienta con una manzana y su curiosidad, no se rebela contra su deseo de dominación y es madre. Representa en parte la sumisión, un modelo de identidad relacional, cuidadora del vínculo familiar, sin deseos para sí, sacrificada a los demás. Durante siglos nos adaptamos a unos esquemas de comportamiento cuya base respondía a los valores sobre los que se sustentaba el poder ejercido por los hombres. La última vez que dije algo parecido fue cuando X era Twitter, junto con otra compañera escritora, y nos llamaron zorras feminazis. Paso a paso, sobre todo tras la revolución industrial, las mujeres hemos ido ganando derechos: el voto, el acceso a la educación, la posibilidad de trabajar, escribir, decidir sobre nuestras vidas. Sin embargo, la violencia de género sigue siendo una realidad enraizada en esa antigua idea de poder y control. Hoy cuando hablamos de igualdad estamos hablando también de superar estas etiquetas que nos reducen y nos enfrentan. Porque no somos solo Eva ni solo Lilith. Somos mujeres que quieren decidir sobre sus vidas, sin que esa decisión las condene o las idealice y mantener relaciones basadas en la cuidado y respeto mutuo. Hoy hombres y mujeres caminamos juntos por erradicar la violencia de género que sigue enraizada en esa idea y sentimiento atávico de poder. Ese atavismo que nos desgarra.
Opinión