Opinión

Impunidad futbolera

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Ahora que Sirat de Oliver Laxe ha ganado el Premio del Jurado en Cannes, los cinéfilos podríamos salir a la calle a celebrar ese triunfo que sentimos como propio. La película es española, nosotros somos españoles, ergo hemos ganado nosotros. Como muestra de alegría, berrearemos al aire, con voz gutural. Sonará un “Ueeeeeeee” o un “Uooooo” y al mismo tiempo pondremos postura de gorila, con la espalda encorvada hacia delante, la cabeza sobresaliendo del cuerpo, y los brazos en posición de ataque. Golpearemos los coches incluso cuando haya alguien dentro. Algunos irán en coche pitando. Otros saldrán por la ventana a vociferar. Puede que meemos por la calle si de repente nos entran ganas. Es probable que la tomemos con el mobiliario urbano. Primero con los cubos de basura. Los golpearemos y los cambiaremos de sitio a patadas, obstruyendo el paso. Vaciaremos papeleras. Arrancaremos todo lo que podamos. Un banco, un columpio, una marquesina, un semáforo. Nada está a salvo de nuestra sana alegría. Uy como veamos a algún fan de Julia Ducorneau y sus filmes gabachos. Se lía. Ahí sí que se lía. Beberemos cerveza hasta caernos redondos, y quizás caigan unas rayas entre los más comprometidos con el cine. O quizás no hagamos nada de todo esto porque tenemos un mínimo grado de evolución.

Estoy segura de que si a los aficionados al cine nos diera por hacer estas cosas, nos multarían, como multarían a las fans de Taylor Swift o a los enamorados del modelismo. Con los hinchas balompédicos, sin embargo, no sucede. Ellos pueden hacer lo que quieran. La ciudad es suya. El pasado 20 de mayo, los hooligans venidos de Gran Bretaña tomaron las calles de Bilbao (y las de Santander y San Sebastián) para celebrar el partido que los bilbaínos tuvieron la mala suerte de acoger. Las imágenes que dejó el evento fueron lamentables, como es costumbre. La más compartida ha sido la de unos hinchas arrancando un semáforo. ¿Dónde estaba la Ertzaintza? Se preguntaban los vecinos. Pues la Ertzaintza, si se mete, sale trasquilada. En España hemos permitido que esta gentuza (las cosas por su nombre) arrase con cada ciudad por la que pasa, siempre sin consecuencias.

Hace unos años, un hincha inglés se posó sobre la estatua de Carlos III en Madrid y se desnudó, estimulándose el miembro viril con torpeza. No fue detenido por este hecho, sino por una agresión posterior. En un mundo de hipervigilancia, los mastuerzos del fútbol tienen total impunidad. Y es porque les hemos acostumbrado a ello. Pueden venir a España a hacer lo que les de la real gana (y no hace falta que haya fútbol de por medio), que será raro que les multen o que se les niegue volver a entrar en el país. Los hosteleros, dicen por ahí, están encantados. Me pregunto si sus empleados comparten su parecer. Y también me pregunto si nosotros, los contribuyentes, recibimos algún beneficio de la chatarra que deja este tipo de gente. Nos cuesta dinero en limpieza, seguridad, y reposición de todo lo que rompen. A veces, eso sí, se tiran por el balcón para aterrizar casi casi en la piscina. Empieza el verano, y con él, la llegada de los cabestros que, futboleros o no, llegan de las mismas latitudes. El día que les empecemos a multar por cafres, a lo mejor nos empieza a compensar como contribuyentes.

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