Ayer por la tarde, en un Madrid de niebla, frío de gorro de lana y guantes, en ese Madrid ya iluminado por una Navidad que nos acecha, me acerqué a la mítica Casa del Libro de Gran Vía, para asistir a la presentación del último libro del escritor y conferenciante Andrés Pascual. Andrés es también un amigo muy querido y una de esas «personas vitamina» como diría la psiquiatra Marián Rojas. El título de su libro es muy evocador: El poder del entusiasmo. Aprende a generar la energía del éxito. El entusiasmo parece tener mala prensa en estos tiempos en los que la queja está a la orden del día y razones no nos faltan. Nos da casi pudor declararnos entusiastas, como si fuera cosa de ingenuos. Quizá por eso me ha tocado especialmente la noticia del fallecimiento de alguien que convirtió la queja en materia prima para el humor: el escritor y periodista Alfonso Ussía. Al leerla, he recordado una de sus ocurrencias: “el taco sedativo”, ese improperio que estaba permitido por las normas de urbanidad porque servía de consuelo ante, por ejemplo, una desgracia doméstica. Como ese “coño” tan justificable cuando se te cae un cuadro en el pie. Qué bueno es el humor como antídoto contra las quejas. Ussía, como nieto del genial escritor Pedro Muñoz Seca, lo sabía bien. La venganza de don Mendo era un clásico en mi casa. Todavía recuerdo fragmentos que me aprendía de memoria y los recitaba con mi padre. Aquel vino de Cariñena o el vil juego de las siete y media, que la obra hizo todavía más famosos, nos hablan de una España de otro siglo. «… entre un vaso y otro vaso el marqués las cartas dio, yo vi un cinco y dije “paso”, el marqués creyó otro caso, pidió carta… y se pasó». No sería raro que la inspiración para crear al famoso personaje de Alfonso Ussía, el marqués de Sotoancho, procediera de las letras de su abuelo. Su marqués tenía tintes claramente «berlanguianos» muy de La Escopeta Nacional. Además, Ussía trabajaba como pocos la columna afilada y satírica. Estuvieras o no de acuerdo con sus opiniones, en esto del oficio de escribir lo importante es cómo lo cuentas. Y él, muchas veces, me hacía reír.
El humor nos salva de la amargura más profunda. Y no digamos el entusiasmo. Pero no un entusiasmo naif o superficial, sino ese que acepta lo que sucede, que mira de frente al miedo. Ese entusiasmo del que habla Andrés Pascual en su libro y que Ussía ponía en práctica cuando escribía. No había más que leerle para darse cuenta.
Según Andrés los tres vampiros que chupan la sangre del entusiasmo son la queja, el miedo y el caos o desorden interior. El humor parece un buen antídoto para los dos primeros; contra el tercero, quizá sirva ordenar la mesa, para empezar, o al menos encontrar las gafas antes de sentarse a escribir.
Entre el entusiasmo ingenuo y la acritud de muchas quejas, la vida —como las siete y media de Don Mendo— consiste en no pasarse o en plantarse a tiempo. Juguemos.


