Han pasado muchos años desde aquella canción de Julio Iglesias que repetía “me gustan las mujeres, me gusta el vino” y, sin embargo, la masculinidad que describía sigue estando muy vigente. Tan vigente, que esta misma semana toda la ciudadanía ha escuchado anonadada las conversaciones que mantenían un ministro, un diputado y un asesor político, repartiéndose indistintamente dinero ilegal y mujeres.
“Tienes a la Ariadna, que está recién… ya está perfecta”, “La otra también, pero a ti te gusta más Ariadna”, “Bueno, la Carlota te enrolla que te cagas”. Los versos podrían ser uno de los grandes éxitos de Maluma, y si le añadimos la parte monetary: “Yo he recibido 450.000 de la primera tanda”, “50 de las otras dos”, “Pun, se pone, se ve y, y se rompe” encajarían perfectamente en cualquier hit de Bad Bunny. Solo hay que copiar esos diálogos en cualquier generador de canciones con IA, elegir estilo reggaetón y ya tenemos la canción del verano. Pero quienes entonaban estas rimas no eran cantantes ni tampoco artistas, eran figuras políticas. José Luis Ábalos, Santos Cerdán y Koldo García, ocupaban cargos públicos y representaban a toda la sociedad española cuando se intercambiaban tan poéticas misivas.
Muchas personas se preguntan cuál es la razón que empuja a hombres que gozan de un estatus económico alto, tienen un buen puesto de trabajo y reconocimiento público a arriesgarse (y poner en riesgo la estabilidad de un país entero) por unas noches de juerga y unos pocos euros. Los protagonistas de estas grabaciones eran, supuestamente, señores respetables, pero como Julio Iglesias explicaba en su canción: la masculinidad tradicional exige incorporar al traje de perfecto varón una parte de truhan. Ser un sinvergüenza que vive de engaños y estafas (ya sea a sus esposas, a sus jefes o a la formación política a la que pertenecen) es parte del código que exige la masculinidad más rancia. Una identidad que puede ser performada tanto por señores de cincuenta con traje y corbata como por chavales con piercings y rastas.
La deshumanización que hacía Julio Iglesias en aquellos versos comparando a las mujeres con un producto a granel, es la base de la cultura machista. Desde esta perspectiva, los hombres son los sujetos del deseo y del consumo y las mujeres el objeto deseado y consumido. La forma en la que estos señores-truhanes se refieren en esos audios a las mujeres prostituidas: “la colombiana”, “la Carlota”, “la Ariadna” y manifiesten su deseo de novedad: “era para que cambiaras”, deja patente que no sienten ningún tipo de empatía hacia ellas. Las consideran seres inferiores, inertes, objetos de usar y tirar. Meros pasatiempos o trofeos igual que lo es para ellos acumular mucho dinero. Tener riqueza económica y presumir de la cantidad de mujeres con las que acuestan son símbolos de la masculinidad tradicional. Antiguamente la sociedad esperaba que los hombres fuesen proveedores y conquistadores, pero estamos en 2025 y muchos se han quedado atrás.
La corrupción o los actos delictivos también forman parte de esa identidad que se ha construido asumiendo la idea de riesgo y de competencia. Parece que la estabilidad, la seguridad o la ética son valores femeninos. ¡No les vayan a confundir con mujeres por los pasillos del hemiciclo! Así, hombres de la realeza, grandes banqueros y empresarios, incluso reconocidos deportistas, buscan ese plus de peligrosidad saltándose los límites de la ley, haciendo negocios sucios o forzando a las mujeres en los reservados. De hecho, están tan orgullosos de sus delitos que siguen ocupando sus escaños en el Congreso de los Diputados, aparecen en los medios de comunicación ¡y hasta escriben libros! Cualquiera de nosotras correría a esconderse en una isla desierta, cambiaría de identidad y de aspecto físico, pero ellos siguen como si nada. Creen que ese comportamiento refuerza su hombría y lo exhiben con la cabeza bien alta.
José Luis Ábalos, Santos Cerdán y Koldo García no son los primeros, y desgraciadamente tampoco serán los últimos. No se trata de un partido político, ni de una clase social, ni tampoco de una determinada edad. Se trata de machismo, un problema estructural que atraviesa toda la sociedad y es urgente erradicar.