Hace cincuenta años, las mujeres estaban en casa las 24 horas del día y los 7 días de la semana para cuidar a los ancianos y a los enfermos. Ahora, la mayoría, hombres y mujeres, ya no puede cuidar a sus padres ancianos con esa dedicación porque trabajan, cuidan de hijos tenidos en la madurez o a sus propios nietos. Hace unos días, en el gimnasio, una compañera me comentaba algo emocionada que estaba buscando una residencia para su madre. Pero que, aunque avanzados los noventa y con problemas de movilidad y equilibrio, no quería ni oír de hablar del tema. Otra alternativa, bastante más cara y complicada, era encontrar una persona que la asistiera a domicilio. Y eso me recordó que, hace unos pocos días, una amiga mía canadiense tuvo que contratar a alguien para que la acompañase durante las semanas de recuperación que requirió una delicada operación de columna que tuvo que tomarse muy en serio. Naturalmente, las personas que se le enviaron eran inmigrantes. Tres eran filipinas y otras dos eran solicitantes de asilo de África Oriental que habían sido profesionales en sus países de origen. El gobierno canadiense los llama “trabajadores de apoyo personal” y hay al menos 350.000 en Canadá. Los TAP ganan un promedio de 16 dólares por hora (Manitoba) a 36,53 dólares por hora (Nunavut), y nunca hay suficientes. Entre 1997 y 2022, me cuenta, la fuerza laboral dedicada a la atención domiciliaria creció un 78%, según el Colegio Canadiense de Salud y Farmacia, porque la mayoría de los canadienses prefieren envejecer en sus propios hogares en lugar de en una institución. Como en España, la población que envejece necesita más inmigrantes que puedan asistirlos. Pero los programas para permitir que los trabajadores de atención domiciliaria vayan a Canadá y obtengan un estatus permanente han sido cambiantes y difíciles de gestionar. Sin embargo, este reconocimiento implícito de que los dependientes necesitarán a personal extranjero para ser atendidos se da de bruces con un clima de desconfianza hacia la inmigración. Como dice mi amiga, “lo que decimos que queremos para nosotros y nuestras familias entra en conflicto con nuestra actitud hacia los inmigrantes capacitados y dispuestos a brindar esa atención”.
No hay datos exactos y actualizados al 2025 sobre el número preciso de extranjeros trabajando como cuidadores de enfermos y ancianos en España. Sin embargo, existen estimaciones y estudios que ofrecen una visión general: un estudio de 2007 de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG) estimaba que cerca de 200,000 cuidadores de mayores dependientes en España eran inmigrantes, lo que representaba aproximadamente el 90% de los profesionales en este sector en ese momento. Aunque esta cifra es antigua, el sector de los cuidados sigue siendo mayoritariamente ocupado por trabajadores extranjeros, especialmente mujeres, debido a la alta demanda y la falta de mano de obra local, particularmente en áreas rurales. En 2020, el sector de asistencia domiciliaria empleaba a 318.519 personas, y aunque no se detalla el porcentaje exacto de extranjeros, se sabe que una proporción significativa son inmigrantes, especialmente de países como Marruecos, Colombia, Venezuela, y otros de América Latina. Dado el envejecimiento de la población y el aumento de la demanda de cuidadores (con un crecimiento del sector estimado en un 10% anual), es probable que el número de cuidadores extranjeros haya aumentado desde 2007, pero no hay una cifra oficial actualizada para 2025. Y, como en Canadá y muchos otros países de nuestro entorno, el trabajo es incierto, sujeto a las exigencias presupuestarias del gobierno y a la actitud hacia los inmigrantes que suelen realizar este tipo de trabajo. Se necesita un cambio político que aborde este dilema con prioridad.
Muchos hogares españoles, que ven que las ayudas a la dependencia no llegan nunca, observan con enfado y perplejidad todas esas noticias sobre corrupciones millonarias y desvío de ingentes caudales públicos hacia asuntos que, en el mejor de los casos, sólo tienen un interés político y partidista. “No es un milagro, son tus impuestos” resulta un sarcasmo difícil de calificar.