Goliarda Sapienza tuvo una existencia fascinante. Indómita, anarguista, bisexual, antifeminista pero aun así erigida en icono feminista después de su muerte por su condición de precursora de las cuestiones de género, a lo largo de su vida entró y salió de hospitales psiquiátricos, sufrió una sobredosis de barbitúricos, intentó suicidarse varias veces y se sometió a una serie de terapias de electroshock que le hicieron perder parcialmente la memoria. Tras ser sistemáticamente olvidada y rechazada por el entorno literario y político a lo largo de los años, solo después de su fallecimiento se la reconoció como una de las autoras italianas más importantes del siglo XX; y eso es algo que La vida fuera, la ficción cinematográfica que el director Mario Martone ha dedicado a Sapienza y que ahora llega a la cartelera, nos hace saber en sus créditos finales. El problema es que, a lo largo de sus dos horas previas de metraje -durante las cuales intenta demostrar cómo su estancia en prisión durante cinco días de 1980 cambió para siempre su vida y la introdujo en un nuevo círculo de amistades significativas-, la película demuestra que ni entiende su talento literario de ni siente la más mínima curiosidad por su legado; aunque su guion se inspira libremente en varios textos de Sapienza, su propia voz autoral no llega a emerger. Lo único bueno que puede decirse de su estreno en los cines es que, en el mejor de los casos, animará a los espectadores a descubrir la obra de la escritora.

Nacida en Sicilia en 1924, Sapienza fue hija de padres comunistas radicales. Dotada de talento para la interpretación y una personalidad arrolladora, tras la guerra se convirtió en una figura central de la alta sociedad cultural romana. Fue pareja de Francesco Maselli y confidente de Luchino Visconti, ambos directores aclamados, y contribuyó a moldear la industria cinematográfica italiana de la época trabajando como actriz, responsable de cástings, guionista e intérprete vocal. Pero, como era habitual en aquel tiempo para las mujeres ocupadas en el sector, casi nunca recibió reconocimiento suficiente por sus aportaciones. En realidad, Sapienza nunca encajó del todo en un entorno donde se esperaba que las mujeres fueran figuras meramente gregarias. A ella encontraba, la pretenciosidad y la ortodoxia ideológica demostradas por la intelectualidad italiana de posguerra le resultaban asfixiantes.
En 1965 se separó de Maselli, y a partir de entonces se vio marginada por la sociedad romana. Inicialmente encontró tiempo para escribir dos memorias —ambas publicadas a finales de los años 60— y también escribió poesía, y después se alejó aún más del mundo para escribir la que hoy se considera su obramaestra, El arte de la alegría, una monumental novela histórica que retrata a una mujer en busca de su independencia cultural, financiera y sexual en la Sicilia de principios del siglo XX y que incluye escenas de incesto, violación y el asesinato de una monja. Tardó nueve años en completarla, y eso la llevó a la ruina. No encontró a ningún editor que quisiera publicarla. En 1979 se casó con Angelo Pellegrino, 22 años menor que ella, y el escándalo dañó aún más su reputación. Al año siguiente, asfixiada por los problemas económicos, robó joyas a una amiga y acabó en la cárcel. Como ella misma recordaría después, su tiempo entre rejas la mejoró como escritora, porque su lenguaje se volvió más profundo y menos agarrotado por las convenciones burguesas. En la prisión vio una salvación, en parte porque se sintió más aceptada por sus compañeras de celda que por la intelectualidad italiana.

Como la mayor parte de la obra de Sapienza, El arte del placer se publicó después de su muerte en 1996, a los 72 años. En 1998, Pellegrino imprimió 1.000 ejemplares del libro por su cuenta, y unos años más tarde se publicó primero en Alemania y luego en Francia, donde se convirtió en una sensación; aquel triunfo despertó un nuevo interés por ella en Italia, donde desde entonces ha visto la luz la práctica totalidad de su obra. Quien no conozca eso de antemano, decimos, no lo descubrirá al ver La vida fuera.
La película avanza saltando entre el pasado y el presente. Por un lado, da forma a los recuerdos de Goliarda sobre su tiempo en la cárcel junto a Roberta, una militante política adicta a la heroína con la que llega a compartir un vínculo afectivo que quizá vaya más allá de la simple amistad; por el otro, en su parte contemporánea, contempla el reencuentro de la escritora tanto con Roberta como con otra de sus compañeras de prisión. Entretanto, en ningún momento parece tener claro si prefiere ser una historia de amor, la crónica de un despertar político o un alegato anticarcelario, y acaba no siendo ni lo uno ni lo otro. Asimismo, apunta ideas sobre las diferencias de clase y los cambios generacionales en la identidad femenina que luego no se molesta en desarrollar, y tampoco considera conveniente hablar mínimamente de la política de la época, que fue testigo de rebeliones encabezadas por grupos revolucionarios como las Brigadas Rojas.

En última instancia, por momentos la película en su conjunto da la sensación de ser tan solo una excusa para que Martone construya momentos supuestamente empoderadores y escenas pretendidamente sensuales, y es difícil no percibir una mirada masculina algo babosa tras un interludio extrañamente gratuito en el que las tres antiguas compañeras de celda deciden espontáneamente ducharse juntas. Sí, Goliarda Sapienza tuvo una existencia fascinante, y seguro que podría inspirar una película apasionante. La vida fuera no es esa película.


