Hoy llega a Netflix una de las series más esperadas de la temporada. El caso Asunta aterriza en la plataforma de streaming de la mano de Ramón Campos, conocido por la serie Fariña y guionista también de otra docuserie sobre otro de los episodios más oscuros de España: El caso Alcasser.
Tras la serie El caso Asunta: Operación Nenúfar, ahora la narración del mediático filicidio toma forma de ficción a través de las interpretaciones de dos grandes del músculo actoral patrio: Candela Peña y Tristán Ulloa. Sin embargo, más de una década después, el final sigue abierto: nunca entenderemos por qué mataron a Asunta.
El caso, la investigación y dos líneas de tiempo
A través de seis capítulos, la serie se remonta a septiembre de 2013, cuando tuvo lugar el asesinato de la pequeña Asunta Basterra a manos de sus padres adoptivos, Rosario Porto (Candela Peña) y Alfonso Basterra (Tristán Ulloa). Una noticia que causó una gran conmoción en la sociedad española. Entonces, el suceso llenó páginas de periódicos y horas de televisión con las líneas de investigación, el juicio y la posterior sentencia: un análisis que permitió encontrar respuestas y dar resolución a un caso que aun ahora cuesta asimilar como real.
Nos remontamos al año 2013. Rosario Porto y Alfonso Basterra eran conocidos en Santiago por haber sido la primera pareja en adoptar una niña asiática. Asunta creció rodeada de amigos, tenía altas capacidades, tocaba el piano y era buena estudiante, pero sus proyecciones quedaron truncadas cuando dos viandantes se toparon con su cadáver en una cuneta a las afueras de la ciudad. Tenía 12 años. Los padres, que habían denunciado su desaparición, se convirtieron en los principales sospechosos.
La primera hipótesis que se barajó estaba relacionada con una supuesta herencia de los padres de Rosario, que querían dejarle a la niña. Una segunda línea de investigación se centró en las extrañas circunstancias en las que fallecieron los padres de Rosario. Los dos murieron entre 2011 y 2012 a distancia de pocos meses. Gozaban de buena salud y fallecieron, supuestamente, dormidos.
A partir de aquí, la serie narra cómo empieza a desarrollarse la investigación policial (con unos fantásticos Javier Gutiérrez, María León y Carlos Blanco como el juez y los agentes). Y también cómo el cerco de sospechas termina dejando sin escapatoria a los padres de la niña. A lo largo de los seis capítulos que componen la miniserie, El caso Asunta entrelaza dos líneas temporales distintas: por un lado, la aparente perfecta vida familiar antes del asesinato; por otro, el juicio posterior. Y aunque el espectador conoce el final, eso no impide el ritmo trepidante y angustioso de todo el metraje.
Un papel a la medida de Candela Peña
Uno de los grandes puntos fuertes de la serie es su fidelidad a los hechos. Netflix ha sabido incluir las imágenes de archivo reales, los diálogos entre los protagonistas que después se hicieron públicos y hasta el escrutinio mediático que se hizo de la actitud de los imputados. Pero sin lugar a dudas, hay una razón por la que ver la serie: Candela Peña parece haber nacido para interpretar a Rosario, lo mismo que Tristán Ulloa se supera dando vida a Alfonso.
Una de las grandes incógnitas permanece indescifrable: ¿qué ocurría en esa familia de puertas hacia dentro? ¿Cómo era su relación? El punto de partida de la serie deja abiertas las preguntas, ya que una década después no hemos obtenido grandes respuestas. La alternancia entre lo que sucedía en el juicio (también en el mediático) y la sorpresa de una sociedad horrorizada con la posibilidad de unos padres asesinando a su hija y lo que podría ocurrir en la intimidad de esa familia es un acierto clave en el desarrollo de la trama.
Rosario Porto es magnética e inquietante. No podemos llegar a entender lo que pasa por su cabeza, y eso es precisamente lo que muestra Candela Peña. Como se ve en el documental, lo que la movía no era una enfermedad mental inhabilitante (si bien sí que atravesaba periodos depresivos): ellos siempre negaron haber cometido el asesinato. Ni se culparon, ni se delataron. Rosario terminó ahorcándose en su celda en 2020. No eran psicópatas, tampoco enfermos mentales, pero algo desencadenó en ellos una infame maldad.