El pasado 12 de junio, la Casa Real celebró un acto institucional con motivo del 40º aniversario de la adhesión de España a la Comunidad Europea. El evento, previsto como un homenaje solemne a la historia europea reciente, terminó siendo recordado por un fallo logístico que se hizo viral: la invitación a una influencer que no era la prevista.
¿La confusión? Dos mujeres, un mismo nombre: Patricia Fernández. La Casa Real quiso invitar a una conocida divulgadora sobre derechos humanos y Unión Europea. Sin embargo, quien acudió al Palacio Real fue una influencer de estilo de vida y decoración. La confusión se debió a un error al emitir la invitación: ambos perfiles comparten nombre, pero nada más.
Patricia Fernández, la divulgadora, fue alertada por sus seguidores tras ver imágenes del evento: otra mujer, con su nombre, aparecía en los listados oficiales como asistente. Según explicó en redes sociales, nunca recibió invitación formal ni acreditación, y consideró el error “grave” al tratarse de un evento de Estado. Asegura que nadie verificó con ella su asistencia ni confirmó su identidad, y que fue sustituida “sin saberlo” por otra persona.
La otra Patricia Fernández, influencer con cientos de miles de seguidores en Instagram bajo el nombre @patriwhitehouse, explicó que recibió la invitación directamente, a su nombre completo y dirección de correo. Asegura que pasó por los filtros de seguridad y acreditación como cualquier invitado. Al conocerse la polémica, publicó un comunicado subrayando que su presencia fue legítima y en ningún momento tuvo intención de suplantar a nadie.
La situación, convertida en un fenómeno en redes, ha puesto en entredicho los procedimientos del protocolo de Zarzuela. Desde varios sectores se cuestiona cómo es posible que, en un acto de estas características, no se verificaran detalles esenciales como la identidad profesional de los asistentes. Algunas voces han reclamado mayor rigor institucional y menos improvisación en la selección de perfiles para eventos públicos.
El incidente, más allá de los memes y la ironía, ha dejado en evidencia que la monarquía, incluso cuando pretende ser neutral y ceremonial, sigue siendo observada con lupa. Y que un simple error administrativo, en tiempos de redes sociales y desconfianza institucional, puede convertirse en todo un acontecimiento político-cultural.