SEX O NO SEX

El consentimiento en la pareja estable: cómo plantearlo sin que estalle una tormenta

Amar no implica ceder nuestro cuerpo, sino lograr una vida sexual en la que cualquier acto es una expresión libre y revocable de nuestro deseo

Nos asombramos cuando nuestras abuelas nos hablan del débito conyugal. Es decir, el mandato de mantener sexuales con el marido. “Hubiese o no ganas, doliese o no la cabeza, fuese de día o de noche. No había ni flores ni gaitas”, concluyen. Aunque no se concretaba de forma directa, nuestro antiguo Código Civil venía a decir que la casada tenía deberes de obediencia y convivencia, lo que implicaba que negarse al sexo podría considerarse incluso pecado. Si el hombre llegaba con hambre, se le servía al instante.

El débito está absolutamente superado por la legislación y, desde la reforma del Código Penal de 1999, el matrimonio no exime del delito de violación. Pero mientras la abuela nos cuenta sus fatigas, se nos despinta la sonrisa al pensar en el presente. ¿De aquellos barros estos lodos? ¿De verdad hemos borrado en la práctica el débito conyugal?

Veamos. No existen datos exactos de la falta de consentimiento en las relaciones sexuales dentro del matrimonio o las parejas estables. ¿Cómo va a haberlos siendo algo que que se minimiza, invisibiliza o ni siquiera se identifica como tal? Sí hay señales preocupantes. Según la Encuesta Europea sobre Violencia de Género, en España el 28,7% (4.806.054 mujeres) han sufrido algún tipo de violencia en la pareja. El 6,7% (1.125.849), violencia sexual.

Algo más de la mitad de estas víctimas han tenido lesiones físicas como consecuencia; el 78,4% (1.504.928), consecuencias psicológicas. Una encuesta anterior indica que el 43% de las mujeres que sufrieron violencia sexual por parte de su pareja no lo reconocieron inicialmente como tal, porque sucedió dentro de una relación afectiva.

Por herencia cultural, por falta de información o por ese patrón desigual que arrastramos hasta la cama, nos seguimos sintiendo culpables. Persiste la culpa si rechazamos, si nos regimos siguiendo nuestro propio deseo o si nos negamos cuando existe tensión o simplemente estamos agotadas física y emocionalmente. La mujer no tiene ya en su cabeza la palabra pecado, pero sí el temor a perder a su pareja si no satisface su deseo. “Al final, es algo rápido. Él contento y yo evito un drama”. En el mejor de los casos, el hombre interpreta que no hay problema. Ni siquiera se plantea si hay deseo sexual. Por su parte, la mujer normaliza que, si se siente amada, puede ceder su cuerpo. Esa dinámica cristaliza con el tiempo creando desconexión emocional. En lugar de un acto de amor, la vida sexual se vuelve rutinaria, mecánica y dolorosa en su más amplio sentido.

La legislación española protege la libertad sexual en cualquier contexto, incluido el matrimonio o la pareja estable. Si el encuentro sexual no es libre, reversible, explícitamente consentido, sin presión ni obligación (ni siquiera sentimental), estamos hablando de acto sexual sin consentimiento, tipificado como delito. Estar casado o en pareja no da derecho sobre el cuerpo del otro.

Como siempre, el psicólogo Antoni Bolinches tiene varias lecciones sobre sexo sabio en la pareja estable. La primera, “el amor se transforma y solo sobrevive si ambos crecen como personas. No es algo que se encuentra, sino algo que se construye. Y ese amor pasional va dando paso a un amor maduro, elegido y consciente, que se sostiene sobre la admiración mutua y el equilibrio personal”.

Este amor maduro exige, según el psicólogo y sexólogo, una comunicación honesta en la sexualidad. Aceptar al otro como es, sí, pero sin dejar de expresar nuestros deseos y necesidades. La vida sexual es el mejor indicador de si existe esa conexión emocional o, por el contrario, ocurre como mera rutina.

Bolinches ofrece unas claves para identificar el consentimiento en la pareja estable. Hay consentimiento si el sexo se practica de manera consciente desde la libertad y la elección; si permitimos que el deseo se exprese sin presión y sin manipulación, desde el respeto mutuo; si el placer propio importa tanto como el del otro; y si existe comunicación, complicidad, ternura y calidad emocional. “El sexo sabio nunca nace del deber ni del compromiso mal entendido, sino del deseo compartido”, zanja.

Amar a alguien no significa deseo permanente de fundir nuestros cuerpos, de reír y explorar juntos. Todo eso es importante, pero el soporte debe ser la confianza, la escucha, estar atento a las necesidades del otro y conocer el lenguaje de nuestros cuerpos. Ahí es donde realmente se puede expresar el placer. Si esto no se trabaja, será difícil reencontrase después.

Mientras la abuela continúa con sus batallitas conyugales, vamos cayendo en la cuenta de que aquellas desigualdades de poder en la cama, la presión emocional y el miedo a perder el vínculo o un soporte económico, que ella ha mencionado, igual no nos pilla tan lejano como nos gustaría creer. Y si revisamos algunas de las imágenes de la telerrealidad o incluso películas que arrasan en audiencias, puede que nos dé por pensar que se nos sigue educando más para complacer a nuestro compañero de cama que para expresar nuestros límites, preferencias y deseos de una manera auténtica, libre, revocable y actual. Que exista una historia de amor compartida no significa disponibilidad o sexo automático. Y lo que ahora es sí mañana puede ser no.

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