La mudanza del príncipe Guillermo y Kate Middleton a Forest Lodge, en Windsor, lejos de apaciguar las aguas, ha reavivado una polémica que sigue creciendo incluso en plenas fechas navideñas. Desde su traslado el pasado mes de octubre junto a sus tres hijos, la residencia se encuentra rodeada por un amplio perímetro de seguridad de casi diez kilómetros, una medida que ha generado malestar entre vecinos y visitantes habituales de la zona.
El despliegue, descrito por algunos como un auténtico “anillo de acero”, ha supuesto el cierre de caminos y senderos del Gran Parque de Windsor que durante años fueron de libre acceso para paseantes, excursionistas y dueños de mascotas. Las críticas no han tardado en aparecer, acusando a los príncipes de Gales de alterar la convivencia local para ganar privacidad. Sin embargo, fuentes expertas en protección de la Casa Real han salido al paso para desmontar esa idea.
Una decisión basada en informes de riesgo
Quien ha aportado claridad al debate es Dai Davies, antiguo responsable de la unidad de protección de la familia real británica. En declaraciones a la prensa británica, el exjefe policial ha sido tajante: la ampliación del perímetro de seguridad no responde a un capricho personal, sino a criterios estrictamente legales y preventivos.
Según explica, la medida se ampara en la legislación sobre delincuencia organizada y se adoptó tras informes oficiales que alertaban de un nivel máximo de riesgo para el heredero al trono y su familia. No solo está en juego la seguridad del futuro rey del Reino Unido, sino también la de sus hijos, George, Charlotte y Louis, que ocupan posiciones clave en la línea sucesoria.
“Pensar que esta decisión se ha tomado por comodidad o privacidad es simplemente absurdo”, sostiene Davies, subrayando que la protección de la familia real debe prevalecer sobre cualquier otra consideración.
El malestar vecinal, comprensible pero secundario
El exresponsable de seguridad no ignora el descontento generado entre los residentes de la zona. Reconoce que la instalación de cámaras, vallas y controles de acceso ha modificado el uso habitual de unos terrenos tradicionalmente abiertos al público. Aun así, insiste en que el derecho al ocio o al paseo no puede situarse por encima de la protección frente a amenazas reales.
En este contexto, la polémica refleja un choque inevitable entre seguridad institucional y vida cotidiana, un equilibrio cada vez más difícil de mantener cuando se trata de figuras públicas de primer nivel.
Un gesto privado lejos del foco oficial
Poco después de instalarse en Forest Lodge, el príncipe Guillermo quiso agradecer personalmente el trabajo del equipo que participó en el traslado. Junto a Kate, organizó un encuentro informal en un pub cercano, donde ofrecieron un refrigerio como muestra de reconocimiento. Fue un gesto discreto y completamente ajeno a la agenda oficial, del que no trascendieron imágenes.
Una residencia con historia y lujo discreto
La vivienda, restaurada a principios de siglo con una inversión millonaria, conserva numerosos elementos originales: desde chimeneas de mármol y molduras históricas hasta techos ornamentados y grandes ventanales. Cuenta con ocho dormitorios, un lago privado y una pista de tenis, una instalación especialmente significativa para Kate Middleton, gran aficionada a este deporte y patrona del All England Lawn Tennis and Croquet Club.
Más allá de la controversia
La controversia en torno a Forest Lodge no es solo una cuestión local: refleja el delicado equilibrio entre cercanía y protección que acompaña a la monarquía británica en la actualidad. En un contexto de amenazas globales y escrutinio constante, la seguridad vuelve a imponerse como prioridad, aunque el precio sea la incomodidad y el debate público.

