Elegancia sin aspavientos, clase sin rigidez, belleza sin sobreesfuerzo. Sassa de Osma vuelve a demostrar por qué su estilo trasciende las modas y se instala, silencioso pero firme, en el imaginario de lo atemporal.
Lo ha hecho con un gesto mínimo –un bañador negro de Calzedonia con ribetes blancos-, durante unas vacaciones estivales en Menorca. Pero como ocurre con las cosas que no pretenden demasiado, el impacto ha sido mayor que si se hubiera tratado de una producción de campaña. Porque lo que comunica Sassa no es solo imagen, es una forma de estar en el mundo.
El bañador en cuestión es de esos que no necesitan presentación: sobrio, de líneas puras, con escote halter y un contraste bicolor que aporta luz donde debe y recoge con sutileza lo que otras prendas a veces exhiben sin medida. El ribete blanco, limpio y discreto, añade un punto retro, como si fuera sacado de una fotografía en blanco y negro, de esas donde las mujeres no posaban, simplemente eran.
A sus 36 años, Sassa representa una nueva nobleza estética. Más mirada que artificio. Su manera de llevar este diseño -con un pañuelo anudado en la cabeza, gafas de inspiración sesentera y ningún complemento más- revela una forma de entender la moda como prolongación natural del cuerpo y del momento.
El fenómeno no es nuevo. Ya el verano pasado, Sassa logró agotar existencias con otro diseño sencillo.
Esta temporada, repite fórmula: prendas bien hechas, actitud contenida, estética sin gritos. Lo interesante es cómo, sin necesidad de campañas agresivas ni colaboraciones rimbombantes, consigue lo que muchas marcas buscan desesperadamente: generar deseo.