Hay algo curioso en las modas, y es que se alimentan de lo eterno, de lo que parece olvidado pero nunca realmente desaparece. La historia del loden, tejido por excelencia del frío, tiene el ADN de las grandes transformaciones de la moda, y este año, como por arte de magia, el abrigo que parecía ser un objeto de coleccionista de los años 60 regresa con fuerza. Y lo hace con un halo de nostalgia, sí, pero también con un aire renovado.
Para quienes no lo sepan, el loden es mucho más que un abrigo verde. Es una historia, una tradición. Originario de Austria, donde los campesinos lo usaban por su resistencia al frío y su durabilidad, este tejido se popularizó por su capacidad para ofrecer abrigo en los Alpes y, con el paso del tiempo, se convirtió en sinónimo de elegancia rústica y, por qué no decirlo, de aristocracia, aunque de una aristocracia discreta, de esas que no necesitan gritarlo.
El loden fue, durante décadas, un abrigo asociado a la práctica de deportes de invierno y a las estaciones de esquí. Pero, como toda prenda que se resiste al paso del tiempo, no solo se quedó en los Alpes. Su salto a la alta costura fue inevitable. De la misma manera que el tweed de Chanel pasó de las campiñas británicas a las pasarelas parisinas, el loden encontró su hueco en las grandes ciudades europeas, en especial en el París de finales del siglo XIX, donde la aristocracia de entonces comenzó a llevarlo por sus salones y calles, siempre con ese tono verde tan característico, que parecía reflejar la naturaleza misma.
El 2025, como una especie de revoloteo de nostalgia por lo clásico, ha traído consigo una nueva ola de admiradores de este abrigo que, lejos de ser un accesorio de campo, se reinventa como una prenda de ciudad. Y es que, claro, no es solo el verde lo que da carácter al loden. Es su corte, su caída perfecta, esa que balancea el formalismo con la comodidad, que deja entrever un concepto de lujo que no es ostentoso, sino elegante, casi de andar por casa, pero sin perder la clase.

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A lo largo de los años, y a pesar de que el loden se había visto desplazado por otros abrigos más ajustados a las tendencias modernas, siempre tuvo algo que lo mantenía en la memoria colectiva. Nadie olvidaba ese tejido tan cálido, tan noble, que parecía capaz de resistir hasta las peores tormentas de la moda. No era un abrigo que deslumbrara por su modernidad, pero sí por su atemporalidad, por ese aire de estar por encima de modas fugaces.
Este retorno no es casual. Las pasarelas y las calles han mostrado que la moda de hoy está muy conectada con los ideales del pasado. El loden, como el regreso de otras prendas vintage, refleja una actitud hacia lo clásico, como si por fin entendiéramos que los ciclos de la moda no se hacen para olvidar, sino para recordar. Así, en este invierno, marcas como Loewe, The Row o Lemaire lo han rescatado y transformado en un elemento clave de sus colecciones. Ya no es solo una cuestión de abrigarse: se trata de una afirmación, de decir “esto es lo que me pongo cuando quiero estar cómodo, pero sin perder el estilo que me define”.
Es curioso, además, cómo la revalorización del loden ocurre precisamente en un momento donde la sostenibilidad es la clave de muchas decisiones de compra. El loden se presenta como la prenda perfecta: atemporal y capaz de atravesar décadas con dignidad. Más allá de su función estética, su historia se convierte en un símbolo de resistencia al tiempo, en un recordatorio de que algunas cosas, las que valen, no deberían cambiar tanto. En definitiva, un testigo de épocas pasadas y de las que están por venir.