Caroline Darian: “Mi padre estaba rodeado de amor y eligió violar. Tuve que convencerme de que el crimen no está en mi ADN”

La presentación de su libro 'Y dejé de llamarte papá' deja unas desgarradoras declaraciones al tiempo que visibiliza las carencias del sistema judicial francés

Caroline Darian

“¿Introducir la noción de consentimiento en la legislación francesa podría ser un regalo para las víctimas de agresión sexual? ¿Acaso ha favorecido en España? ¿Es justo que mi madre reciba el Premio Nobel de la Paz?“. En la desgarradora entrevista que ha concedido con motivo de la promoción de su libro Y dejé de llamarte papá, Caroline Darian trata de ordenar sus pensamientos y a cada pregunta responde con una reflexión. Es la hija Gisèle Pelicot, drogada y abusada sexualmente por su marido Dominique y otros 72 hombres que él reclutó a través de internet para que la violasen mientras grababa las agresiones.

En la conversación repite la palabra vergüenza como el sentimiento más doloroso y miserable por todo lo que encierra: pesar, odio, culpa, deshonor. Pero ha sido también su motor vital, el grito de rabia para desenterrar la realidad de la violación bajo sumisión química. Antes de noviembre de 2020, su vida era normal. O eso creyó. Con un hijo que hoy, con diez años, está en terapia, un marido, una carrera exitosa como directora de comunicación y una encantadora casa en la Provenza francesa. Noches de verano en el jardín y paseos en bici con ese padre que, de repente, resultó ser un monstruo, dinamita sexual.

Un lunes de noviembre, cuando el reloj de la cocina marcaba las 20.25 h., su madre Gisèle la llamó para contarle que Dominique había sido arrestado por filmar con cámara oculta bajo las faldas femeninas en un supermercado. La investigación policial delató los diez años de la brutal agresión a su madre. “Grité, le insulté, perdí el control. Todos mis cimientos se derrumbaron. Sentí la vergüenza de ser hija de los dos”.

Gisèle Pelicot, acompañada de sus abogados Antoine Camus y Stéphane Babonneau y de su hija, Caroline

Dominique fue condenado a 20 años de prisión por el delito cometido contra su madre, pero ¿abusó también de ella? “Ser la hija de uno de los mayores depredadores del mundo y a la vez de su víctima es una carga terrible, pero la tortura mental se hizo mayor al convencerme de que yo también fui víctima”, responde. Dice que no se abrirá un segundo juicio porque no hay pruebas. “Si cuando se descubrió todo, hace ya cuatro años, me hubiesen hecho análisis toxicológicos, se habría podido demostrar. Ahora es tarde. Ya no puedo esperar nada. Pero sería mi palabra contra la suya. Considero que habría que destigmatizar el valor de las pruebas en un caso así”.

En el equipo informático de Dominique, la policía encontró una carpeta borrada llamada “mi hija desnuda” y recuperó dos fotografías de ella, que entonces tenía unos 30 años, tomadas en momentos diferentes, durmiendo en posición fetal con ropa interior. En su última comparecencia ante el tribunal, declaró: “Soy una víctima olvidada en este caso”. Dirigiéndose a su padre, añadió: “Sé que abusaste de mí. No tienes el coraje de decírmelo”. Ella, sus hermanos, su abogado e incluso el propio abogado de Dominique Pelicot le suplicaron en el tribunal que hablara honestamente sobre lo que había hecho. A pesar de las fotos, dijo que nunca había tocado a su hija y que no sabía quién las había tomado. Un psiquiatra del tribunal sugirió que para una víctima pasar por la vida sin saberlo era una “tortura mental”.

De alguna manera, Caroline se siente abandonada y el coste emocional es alto. El tormento de la agresión por parte de quien le dio la vida le privó durante un tiempo de una de las necesidades más básicas de la vida: el sueño. ¿Cómo se puede dormir cuando se teme que hayan abusado de alguien mientras se duerme, cuando temes ser presa de alguien? Cuando se enteró de las acusaciones, pasó cinco noches en blanco.

Una de las cuestiones contra las que ha tenido que lidiar durante el juicio es si debió convertirse en un fenómeno mediático. Caroline está convencida de que fue lo más acertado, aunque admite que fue una sorpresa que ocupase titulares en todo el mundo y tuviese tanto alcance internacional. “Fue necesario para destapar la sumisión química. Por fin se ha entendido que no es un hecho que se limite al ámbito festivo, ocurre en el hogar por parte de familiares o conocidos. Y ​​las víctimas pueden ser adultos o niños”. Valora positivamente que su madre renunciase al anonimato. “Entendimos que la vergüenza debe cambiar de bando. Esta frase motivó que Gisèle fuese acogida como una heroína feminista por su valentía y su negativa a tener que soportar la carga de la vergüenza“.

En un muro cerca del tribunal penal de Aviñón, en Francia, puede leerse “Justicia para Gisèle, justicia para todas”

Caroline habla con serenidad y recibe con gratitud los elogios de valentía, pero su corazón está minado. El hombre con el que daba largos paseos nunca existió. Era un espejismo. En su lugar, hubo un despojo humano al que desea que muera en la cárcel. Ha eliminado las fotografías, pero ahora le toca borrar su memoria y resetear su vida. Ella y su familia. A su hijo hubo que explicarle del mejor modo posible la realidad. “Es necesario contar la verdad porque forma parte del proceso de sanación”.

Escribir, ser escuchada y abrir una campaña de concienciación pública sobre la violencia sexual bajo sumisión química le está ayudando a canalizar su ira. “Tuve que convencerme de que la criminalidad no está en nuestro ADN. Violar fue una decisión deliberada de Dominique. Estaba rodeado de amor y eligió violar”. Teniendo en cuenta su avanzada edad, no cree que la pena de 20 años sea escasa, y eso que es posible que se le reduzca. “La del resto de los agresores, once años, está muy por debajo de lo que sería justo”.

Al echar la vista atrás, hacia esos duros días en los que se celebró el juicio, se alegra de que no fuese a puerta cerrada porque habría sido una bendición para estos hombres de entre 26 y 74 años abusaron de su madre. Fue una prueba durísima y admira a su madre por tomar esta opción y acudir a los tribunales con dignidad, cuando podría haberse ahorrado esa desnudez emocional. Pero abrió el camino a otras víctimas. El proceso le ha servido para identificar algunas carencias que ahora quiere visibilizar: “Necesitamos mejor formación para los profesionales sanitarios y la policía, y un mejor acceso a las pruebas toxicológicas”. También le gustaría que en los tribunales se respetara más a las víctimas de violación. “Observo que hay violencia en la forma de tratar a las víctimas”.

Devastada, triste, con la memoria llena de escenas abominables, con una parte de su identidad perdida y la doble “carga aplastante” de ser hija de la víctima y del agresor, trata de avanzar. Va a luchar para que el sistema judicial cambie. “No puede ser que haya que demostrar constantemente quién es la víctima”. Dice que su madre “va bien”, que se va recomponiendo. Una petición online ha recogido 150.000 firmas para solicitar el Premio Nobel de la Paz a su madre, Giséle. Ante esta idea, se siente confusa: “No sé si es un premio justo cuando el Nobel de la Paz se otorga a otras causas. No sé si la sociedad necesita una imagen o un icono en este tipo de violencia bajo sumisión química. ¿Es necesario? ¿Es justo para el resto de las víctimas que tratan de hacer valer sus derechos? No lo sé”.

¿Qué siente ahora por Dominique? “Que vaya desperdicio de vida. Optar por dar rienda suelta a la perversión más absoluta. Él escogió su camino”. Cumple condena, pero no significa que la vergüenza cambie de bando. La vergüenza implica una ética, sentimiento de culpa y terror por la crueldad cometida contra quienes más le querían.