Opinión

Aquel poemario de Carmen Jodra

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Releo Las moras agraces, de Carmen Jodra, y me topo con el poema titulado ‘Anacreóntica’. Eso quiere decir “Perteneciente o relativo a Anacreonte”. Como ya no se dan los autores griegos en el instituto, dentro de poco casi ningún adulto habrá oído hablar de ellos. Homero, mira lo que le ha pasado a Anacreonte… calienta, que sales.

Carmen Jodra murió en 2019 (en el día de mi cumpleaños, por cierto). Yo solo coincidí con ella en una ocasión, pero tuvimos buenos amigos comunes, empezando por la escritora Mercedes Cebrián, que tantas veces me habló de ella. Cuando conocí a Jodra, esta había sido becaria de la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde escribió una novela de caballerías (como suena). Lo que pasa es que Jodra no tenía interés en publicar. Era una persona especial, mágica, tímida, amable, y muy lectora. Añado el “muy” porque hoy día casi nadie lee. Luis María Ansón, al que tantos españoles conocimos en su faceta de rijoso otoñal en Miss España, escribió una bellísima columna sobre Carmen Jodra en el suplemento El cultural. En ella no había atisbo de requiebro galante; era una carta de despedida de un hombre muy mayor a una joven amiga que, contra todo pronóstico, marchó antes que él.

En 1999, Carmen Jodra ganó el premio Hiperión con este poemario que les digo, Las moras agraces. No sé qué pasó, o qué vivió Carmen, para decidir alejarse del mundo editorial. Quizás simplemente es lo que dicen sus amigos: que no le gustaba. Ella tenía 18 años y el mundo, vive Dios, era mucho más bonito. Fue en el 2000 cuando se fue al garete. La lectura del poemario me lleva a muchos sitios, como el fantasma de las navidades pasadas. A la biblioteca de Diego de León, donde la gente conversaba en los márgenes de los libros, anotando con lápiz sus pensamientos para que otros respondieran. A los tablones de anuncios de las facultades, donde tantos desconocidos buscaban bajista para su grupo de música o dibujantes para su fanzine. Me lleva de la mano, volando, al suplemento Campus, donde la juventud dejaba sus misivas, inocentes y desesperadas. Incluso me hace aterrizar en los recuerdos de la radio, de cuando escuchar la radio era sentarse junto a la hoguera. Poco tendrá todo esto que ver con la naturaleza de los versos de Jodra, más allá de las emociones de juventud, o del deseo de verse en el otro. No sé mucho de poesía, porque de poesía ya solo saben los poetas.

“Líbranos de la suerte y la desgracia,/ líbranos del odio y del amor,/de muerte y vida, líbranos Señor” escribe al final de Oremos. Yo, que como espectadora de las letras veo desfilar sandeces sin cuento, me encuentro con el corazón en un puño al leer estos versos. ¿Qué tenía que hacer esta chica en el siglo XXI, entre tanta narrativa del yo y tanta cara dura? ¿De qué iba a hablar en una entrevista una poeta enamorada del Siglo de Oro? Pues absolutamente de nada. Sin saber nada más de quién era esta mujer que en paz descanse, solo puedo añadir que leer Las moras agraces es abrir, en secreto, una puerta a los últimos tiempos en los que los libros fueron libros, y no galones para trastornados.

“La vida es desengaño y desengaño/uno detrás de otro, nada más”

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