Opinión

Atentado en Eslovaquia: Europa es un polvorín inflamable

Una cinta policial se coloca frente al Hospital Universitario FD Roosevelt, donde el primer ministro eslovaco, Robert Fico, que recibió un disparo y resultó herido, recibe tratamiento en Banska Bystrica, Eslovaquia, el 15 de mayo de 2024.
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Asoman las elecciones europeas por un Viejo Continente flameado por la crispación, el nacionalismo y una guerra enquistada en su arrabal desde hace más de dos años. Los cinco tiros que un poeta jubilado y racista le descerrajó al primer ministro de Eslovaquia, Robert Fico, no han caído en suelo virgen: hace un par de semanas, al eurodiputado socialdemócrata alemán Matthias Ecke le partieron la cara mientras pegaba carteles electorales en Dresde; a mediados de abril, la presidenta de los socialistas europeos, Iratxe García, denunció que le rajaron las cuatro ruedas del coche y que los contenedores cercanos a su casa fueron maqueados con las siguientes lindezas: “Puta, Golfa, Asco y Decepción”. En Alemania, en lo que llevamos de 2024, ya se han registrado 22 agresiones físicas a políticos –por las 27 del año pasado–. Este ofidio infame no le hace ascos a ninguna ideología: el 9 de mayo, a dos miembros de la ultraderechista Alternativa por Alemania (AfD) les corrieron a hostias en Stuttgart.

El atentado contra Fico se entiende en Eslovaquia como la culminación de meses de graves ataques verbales. No les falta razón a quienes temen que sean los pirómanos y no los bomberos quienes se adueñen del cotarro. La presidenta saliente, Zuzana Caputova: “Tenemos opiniones diferentes y vivimos en una época de muchos conflictos, pero, por favor, no los traslademos al plano del odio”. Los periodistas eslovacos, en un comunicado, urgen a los políticos a que “no sigan dividiendo a la sociedad y no busquen culpables de inmediato”.

El partido del primer ministro, Smer, y sus socios nacionalistas en el Gobierno de coalición, SNS, han cargado contra la oposición y los medios. El vicepresidente del Parlamento Lubos Blaha, quien inició su mandato retirando la bandera de la UE de su oficina parlamentaria y colgando un retrato del Ché, señaló a sus rivales políticos diciendo que Fico lucha “por su vida por culpa de vuestro odio”; en una comparecencia posterior, preguntó a los periodistas: “¿Estáis contentos ahora?”. La radiotelevisión pública RTVS reforzará la seguridad de su personal y de sus instalaciones. Más vale prevenir, etcétera.

Entre el 6 y el 9 de junio, los europeos de 27 países elegirán a 720 europarlamentarios –61, españoles– bajo un clima inflamable, con las principales pesadillas de la comunidad política democrática y de derecho, los nacionalistas y los populistas de izquierdas, cotizando al alza. España, faltaría más, no está libre de pecado: algunas de las frases que se han escuchado estos días no nos suenan aquí a chino.

El presidente del Gobierno inauguró la legislatura erigiéndose como el “único muro” contra las “derechas retrógradas”, el Palacio de las Cortes es un polvorín y, en las redes, masas talibanas ejecutan 24/7 a todo aquel que ose discrepar. La vicepresidenta tercera, Teresa Ribera, parodiándose a sí misma, pidió rebajar la tensión a la vez que acusaba “a la derecha y a la ultraderecha” de insultar y generar “irritación y agresividad permanentemente”: “Deben tener particular cuidado”. Instintivamente, ante las palabras de la también ministra para la Transición Ecológica, se me viene a la cabeza el chiste de Las noches de Ortega: “Que los hijos de puta dejen de insultar”.

En vano, PP y Vox le recuerdan a la socialista la pérfida catadura de EH Bildu, fidelísima carabina del Ejecutivo. Miguel Tellado: “No somos nosotros los que sustentamos la gobernabilidad de España con un partido que lleva en sus candidaturas terroristas condenados”. Santiago Abascal: “Si quiere saber cómo se empieza a matar sólo tiene que preguntárselo a los socios que la han hecho vicepresidenta”. Qué tiempos más perros corren y qué mala pinta tiene la cosa.

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Asoman las elecciones europeas por un Viejo Continente flameado por la crispación, el nacionalismo y una guerra enquistada en su arrabal desde hace más de dos años. Los cinco tiros que un poeta jubilado y racista le descerrajó al primer ministro de Eslovaquia, Robert Fico, no han caído en suelo virgen: hace un par de semanas, al eurodiputado socialdemócrata alemán Matthias Ecke le partieron la cara mientras pegaba carteles electorales en Dresde; a mediados de abril, la presidenta de los socialistas europeos, Iratxe García, denunció que le rajaron las cuatro ruedas del coche y que los contenedores cercanos a su casa fueron maqueados con las siguientes lindezas: “Puta, Golfa, Asco y Decepción”. En Alemania, en lo que llevamos de 2024, ya se han registrado 22 agresiones físicas a políticos –por las 27 del año pasado–. Este ofidio infame no le hace ascos a ninguna ideología: el 9 de mayo, a dos miembros de la ultraderechista Alternativa por Alemania (AfD) les corrieron a hostias en Stuttgart.

El atentado contra Fico se entiende en Eslovaquia como la culminación de meses de graves ataques verbales. No les falta razón a quienes temen que sean los pirómanos y no los bomberos quienes se adueñen del cotarro. La presidenta saliente, Zuzana Caputova: “Tenemos opiniones diferentes y vivimos en una época de muchos conflictos, pero, por favor, no los traslademos al plano del odio”. Los periodistas eslovacos, en un comunicado, urgen a los políticos a que “no sigan dividiendo a la sociedad y no busquen culpables de inmediato”. El partido del primer ministro, Smer, y sus socios nacionalistas en el Gobierno de coalición, SNS, han cargado contra la oposición y los medios. El vicepresidente del Parlamento Lubos Blaha, quien inició su mandato retirando la bandera de la UE de su oficina parlamentaria y colgando un retrato del Ché, señaló a sus rivales políticos diciendo que Fico lucha “por su vida por culpa de vuestro odio”; en una comparecencia posterior, preguntó a los periodistas: “¿Estáis contentos ahora?”. La radiotelevisión pública RTVS reforzará la seguridad de su personal y de sus instalaciones. Más vale prevenir, etcétera.

Entre el 6 y el 9 de junio, los europeos de 27 países elegirán a 720 europarlamentarios –61, españoles– bajo un clima inflamable, con las principales pesadillas de la comunidad política democrática y de derecho, los nacionalistas y los populistas de izquierdas, cotizando al alza. España, faltaría más, no está libre de pecado: algunas de las frases que se han escuchado estos días no nos suenan aquí a chino. El presidente del Gobierno inauguró la legislatura erigiéndose como el “único muro” contra las “derechas retrógradas”, el Palacio de las Cortes es un polvorín y, en las redes, masas talibanas ejecutan 24/7 a todo aquel que ose discrepar.

La vicepresidenta tercera, Teresa Ribera, parodiándose a sí misma, pidió rebajar la tensión a la vez que acusaba “a la derecha y a la ultraderecha” de insultar y generar “irritación y agresividad permanentemente”: “Deben tener particular cuidado”. Instintivamente, ante las palabras de la también ministra para la Transición Ecológica, se me viene a la cabeza el chiste de Las noches de Ortega: “Que los hijos de puta dejen de insultar”. En vano, PP y Vox le recuerdan a la socialista la pérfida catadura de EH Bildu, fidelísima carabina del Ejecutivo. Miguel Tellado: “No somos nosotros los que sustentamos la gobernabilidad de España con un partido que lleva en sus candidaturas terroristas condenados”. Santiago Abascal: “Si quiere saber cómo se empieza a matar sólo tiene que preguntárselo a los socios que la han hecho vicepresidenta”. Qué tiempos más perros corren y qué mala pinta tiene la cosa.

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