Las manos artesanas que elaboran las alfombras suelen decir que la calidad, además del tipo de tejido, se mide en el número de nudos. A mayor cantidad, la alfombra es más sólida, posee mayor nivel de detalle y dura mucho más. Mientras que, si tiene pocos nudos, es más frágil. Algo parecido sucede con los tejidos, cuya resistencia también depende del entrelazado y la densidad.
Este mes de noviembre se celebran numerosos congresos y actividades en torno al 25N, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, en todo el territorio nacional. Además de participar en las distintas actividades, para muchas feministas, es una oportunidad para encontramos e intercambiar ideas y experiencias. La importancia de los congresos no reside solo en los contenidos, también está en todos esos espacios intermedios en los que nos juntamos y creamos lazos, algo fundamental para el buen funcionamiento del tejido feminista.
En una época en la que todo sucede a través de las pantallas, estos encuentros físicos cobran cada vez mayor relevancia. El feminismo es un movimiento contracultural que desafía las estructuras sociales, proponiendo cambios profundos y, por ello, genera mucha resistencia. Ejercerlo de manera aislada e individual, aunque se tengan redes virtuales con muchos seguidores, puede resultar agotador y, en muchas ocasiones, difícil de sobrellevar sin un grupo humano que te sostenga.

Además de atender a las víctimas de violencia de género, una de las funciones de las asociaciones es, precisamente, crear pequeñas comunidades que unan y refuercen a sus integrantes, tanto ideológica como anímicamente. Pero en los últimos años el tejido asociativo feminista se debilitado por la reducción de financiación y ayudas. Según el informe de ONU Mujeres En riesgo y sin financiación suficiente una de cada tres organizaciones ha suspendido programas que tenían como objetivo combatir la violencia machista debido a recortes de financiación de los gobiernos. La falta de fondos no solo afecta a las víctimas directas de esa violencia, también dificulta las reuniones entre las agentes de igualdad y deteriora nuestra resistencia. A menos encuentros, menos nudos y, por lo tanto, mayor fragilidad.
Uno de los comentarios que más nos estamos haciendo en estos espacios de descanso, cafés y comidas de los congresos, es que necesitamos vernos más. Incluso, que deberíamos orientar parte de esas actividades a reforzar nuestra estructura, en lugar de dedicarnos solo a la formación y sensibilización social. Ante el avance de las olas reaccionarias, la hostilidad del entorno digital y el vacío de propuestas políticas que cuenten con nosotras, es necesario estar más juntas que nunca para proteger la continuidad de nuestro proyecto, que es lograr la igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres.
Para ello, deberíamos estar dispuestas a escucharnos y a dialogar, como lo hacemos en esos breaks, con el café y el croissant, de manera relajada y constructiva. Esos encuentros podrían darnos claves importantes para entender el nuevo contexto, trazar estrategias conjuntas y coordinarnos más. También para mirarnos a los ojos y preguntarnos cómo estamos, que siempre es necesario.
Estoy convencida de que, sin el muro de las pantallas, veríamos más claras las cosas que nos unen que las que nos separan, y esas son, precisamente, las que tenemos que usar para tejer nuestra red. No podemos enfrentar lo que viene de manera aislada ni tampoco en grupos dispersos. Al machismo no hay que dejarle ni un solo hueco.



