Tengo la costumbre de, cuando paso por delante de un prostíbulo, buscar las reseñas de Google. Empezó de forma casual y se fue convirtiendo en una tradición. Son breves visitas a la opinión de señores repugnantes. Lo hago en especial cuando son locales a pie de calle que tienen el nombre y una puerta negra con una mirilla. No hay ventanas ni anuncios, solo un timbre. Son locales con nombres evocadores que suelen cerrar con el genitivo sajón: Fragancia’s, Executive’s, Angel’s. También están los que recuerdan modas pasadas: Papillon, Private, Cabaret, Mississippi. Algunos conservan la españolidad en sus esencias: La Paca, La Faena, Leña al mono, La gata, Las vampiritas. Y por supuesto tenemos los que añaden el “New” al concepto que sea, dando pie a pensar que son la refundación de un lupanar anterior.
En las fotos otro claro e inequívoco indicador de mal gusto: la decoración. Los muebles más baratos y feos combinan con paredes a las que se han pegado imágenes de archivo de mujeres con máscara veneciana, culos en blanco y negro con mariposa en color, budas (mucho buda), siluetas femeninas, y a veces rascacielos neoyorkinos o parisinos. El mal gusto es evocar buen gusto. Velas de un euro, luces led, terciopelo, pluma, tafetán, pan de oro, brochazo negro, chocolate, y copas de mala calidad. El mal gusto, de por sí, es pagar por acceder al cuerpo de una mujer (alguna vez un hombre, pero siempre el que paga es hombre también). El mal gusto no es solo la superficie (lo feo, lo vulgar, lo mal medido), sino también lo que subyace. El mal gusto es la manifestación superficial de todo lo que no debería ser.
Las reseñas de estos locales son de mal gusto incluso cuando ponen bien el local. Se habla de las trabajadoras como si fueran seres que ni sienten, ni piensan. Se valora si eran guapas o simpáticas, si se movían bien o mal. No existe humanidad en la mirada del putero. “Jessica estaba muy cansada porque sus hijos han vuelto a suspender, y llega a casa por la mañana y no sabe ya cómo meterles en vereda, porque son dos, y del padre no sabe nada. Está esperando para conseguir los papeles”. No, esta reseña no existirá nunca. “Jessica es antipática y está mayor”. “Irina está desfasada por la cocaína, por eso tiene ese entusiasmo con el sexo. Es como si lo sobreactuara porque lo odia. Escuché que no tiene ganas de vivir”. Tampoco escribirá nadie esto, pero sí “Irina es una fiera, un gustazo en la cama. Y muy fiestera”.
Una queja común en las reseñas es que al cliente le roban la cartera o el móvil, rara vez el reloj. La prostitución embrutece, claro que sí. Cómo se podría aguantar si no. Desde el local más humilde al más caro (aquel llamado Sombras, en el madrileño barrio de El Viso) todos tienen en común que los hombres van a gastarse lo que no se gastarían en buena comida, buena ropa, o en pagar bien a sus empleados.
Me comenta el novio de una amiga que el CEO de su empresa (una de esas que todo el mundo conoce) llega al puticlub con la tarjeta de la compañía, diciendo a gritos quién es y de dónde viene. Paga enormes cantidades por esos servicios y esa ostentación (mal gusto, al fin y al cabo) y además lo cacarea. Junto a él están otros no muy distintos. Algunos de derechas, alguno de izquierda, y seguro que unos cuantos apolíticos.
El putero chapas (creo que así lo definió Amelia Tiganus) que le cuenta su vida a la prostituta pero que jamás le pregunta nada, el putero cocainómano, el social, el ocasional. Todos exudan mal gusto, porque mal gusto es pagar por sexo, no me importa quién seas ni cómo seas.
Las conversaciones que hemos leído entre Koldo y Ábalos (de ese informe de casi quinientas páginas) son idénticas a las reseñas que a veces leo, tan inexcusables que ni los defensores más acérrimos de este PSOE de Pedro Sánchez han podido salvarlas. Con el tiempo, lo de las mordidas se quedará en un segundo plano (a pesar de que es lo que es delito) mientras que recordaremos sus frases (“la Carlota se enrolla que te cagas”) durante muchos años.
Tienen razón las prostitutas cuando dicen que si ellas hablasen, se tambalearía todo el sistema. Acudir a la prostitución es no tener la ética más elemental (reconocer en el otro – la otra, en este caso – a un humano como tú), así que no es de extrañar que a la cabeza de la corrupción siempre se halle, al menos en España, un putero.