La estimación de voto, la publicada por el CIS o la que pueda hacerse uno mismo con los propios datos del sondeo, no vale ahora para nada. No parece muy conveniente para un riguroso análisis tratar de medir la temperatura después de haberle pegado una patada a un avispero. Por el momento elegido para preguntar, y también por la desviación inherente a esta muestra, con estos datos no se puede representar una imagen fiel del actual estado de ánimo electoral.
Quizá se pueda aspirar, como máximo, a analizarlos como la inmediata reacción ciudadana en mitad de un evento político de primer orden, aún sin desenlace en el momento de las entrevistas. Es decir, no ofrecen una foto del estado de los alineamientos electorales, pero quizá puedan indicar alguna pista sobre la elasticidad de los espacios políticos.
En todo caso, si las elecciones se hubieran celebrado el pasado viernes, Pedro Sánchez conseguiría 171 escaños. A solo 5 de la mayoría absoluta. Ese sería el impactante resultado si proyectamos el 38,6% de los votos que el CIS ha estimado para el PSOE.
El caso es que Sánchez ha cambiado el centro de gravedad de la conversación política. La opinión pública es reactiva y cuando varían las condiciones de atmósfera y temperatura, varían los alineamientos. Pero se necesita tiempo para consolidar cambios.
Freno a la fuga de voto del PP al PSOE
Cuando en el centro del debate se focalizaba en la Ley de amnistía, los votantes situados en la izquierda moderada se desmovilizaban y el Partido Popular conseguía atraer votantes del PSOE y de Vox.
Los datos de este sondeo, en la primera reacción a la carta, Sánchez aglutinaría a la izquierda, la fuga de voto del PSOE hacia el PP se reduce a la mitad, el PP sufre desmovilización y el flujo de votantes compartidos en el bloque de la derecha invierte su dirección: el PP cede ahora más votantes a Vox, que los que recibe de la formación de Abascal.
El elemento estratégico más relevante de esta suerte de “alerta antifascista” planteada por Pedro Sánchez es la brecha femenina. Los análisis pormenorizados de las últimas elecciones generales ya nos revelaron que el 23J entre los hombres la ventaja obtenida por la derecha sobre la izquierda fue de cerca de 1,5 millones de votos, mientras que entre las mujeres el voto a los partidos de izquierda superó a los de la derecha en más de 1,1 millones de personas.
Hoy el PP sigue por debajo del PSOE entre las mujeres. Y como se observa en la evolución de la intención de voto por sexo durante este mes de abril, parece que todo el efecto y el afecto que buscaba el presidente con su reflexivo paréntesis solo se ha producido entre los hombres.
Cuando en junio voten todos los españoles será un buen indicador de contexto del ánimo electoral cuál sea el principal tema de la conversación ciudadana, que no necesariamente coincide con la conversación política.
Para que a Pedro Sánchez le funcione su estrategia y pueda volver a disputar unas elecciones, la frontera más importante que atender es la que comparte con el PP. Necesita obstaculizar la fuga entre el bloque de la izquierda hacia la derecha y que Vox siga funcionando como partido de refuerzo que, aunque sume escaños al bloque, frene el ascenso del PP. Que no se hunda, como le sucede al refuerzo del PSOE.
Yolanda Díaz es hoy la figura más perjudicada: en primer lugar, porque la irreconciliable división del voto en su espacio político merma su eficiencia a la hora de traducir votos en escaños, y, en segundo lugar, porque el efecto del voto útil mientras comparta coalición puede ser devastador. Se empieza montando manifestaciones de apoyo al presidente, y quien sabe si también se acabe pidiendo el voto para él.
Lo recomendable ahora es poner en suspenso el juicio analítico. Hasta después de las elecciones catalanas no sabremos cómo y en qué han cristalizado todas las emociones de estos últimos días.