Dejemos de juzgar a las madres pobres: no hay malas madres, sino malos gobiernos

Uno de cada tres niños vive en riesgo de pobreza o exclusión social en España, una situación emergente en hogares monoparentales como el de Isabel, madrileña y con formación universitaria, incapaz de asumir el elevado coste de la vida

A Isabel, madre de dos niñas, de once y trece años, no le salen las cuentas. Trabaja como autónoma y el precio de su trabajo se ha dividido en los últimos años entre 12. Por lo que antes cobraba 1.200 euros ahora son 100. Tiene estudios universitarios y jamás pensó que se vería en esta situación. Sus esfuerzos por responder a todos los criterios de lo que se considera una crianza saludable podrían considerarse sobrehumanos. Se ha privado de todo y, aun así, las cuentas siguen sin salir. Siente frustración, rabia e impotencia. Lo sufre en silencio por miedo a ser humillada o juzgada y porque cualquier señal podría ser motivo para que le arrebatasen la custodia.

El dinero no le llega para una dieta suficientemente equilibrada y rica en nutrientes esenciales para el desarrollo y crecimiento de las niñas. Tampoco para protegerse del frío en invierno y del calor en verano. No recuerda cuándo fue la última película que vieron en el cine ni la última que tomaron un helado en la terraza. Bien pensado, cree que eso no ocurrió más que en sueños. Sin embargo, nos garantiza que sus hijas crecen felices y con valores.

Le avergüenza compartir todo esto y no puede dejar de sentirse culpable. “A veces me da por pensar que soy una mala madre”, repite. No, no lo es. Son malas las políticas que permiten la alarmante tasa de pobreza infantil que existe en España, la más alta de la UE. 2,3 millones de niños y adolescentes viven en situación de pobreza severa, según el XV Informe Anual El Estado de la Pobreza, presentado esta semana por la Red de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en el Estado Español (EAPN-ES).

“Las medidas que han mejorado la situación con carácter general no llegan precisamente a las personas más vulnerables, a las personas que más lo necesitan, lo que cronifica su situación y dificulta las posibilidades de salir de la pobreza”, explicó Carlos Susías, presidente de EAPN-ES, en la presentación del informe. Las familias monoparentales y numerosas son las que sufren mayor riesgo: en torno al 50% de los hogares. Sus empleos suelen ser más precarios y tienen mayores dificultades para conciliar trabajo y crianza.

Algo hacemos rematadamente mal para que países como Bulgaria o Rumanía hayan logrado reducir la pobreza infantil, mientras en España se mantiene al alza. En lugar de compasión, a menudo estas madres son juzgadas de forma muy negativa. Se critica hasta el mismo hecho de haberse quedado embarazadas en tales circunstancias, pero rara vez se pone en la diana a los hombres.

Isabel refleja los factores que llevan a ello. El difícil acceso a la vivienda hace que el pago del alquiler se lleve más de la mitad de sus ingresos. El apartamento es tan pequeño que ni sus hijas ni ella se permiten un mínimo de privacidad.  La sociedad impone unos estándares imposibles: comida casera y sana, tiempo para los hijos, disfrute, recursos educativos, tecnología, atención médica y cuidado de la salud mental, puntualidad… Todo debe llevar la etiqueta de gran calidad y última generación.

Una buena madre solo lo es si se la ve empoderada, motivada, inspirada… Ante el mínimo signo de ansiedad, les atiborran con recetas de ansiolíticos. “¡Al diablo con las pastillas! Prescríbame una inyección de dinero, una bolsa XXL de pañales para cambiar al bebé con la frecuencia debida o un vale para ir al supermercado”, piensan con enfado.

Sin recursos, el milagro es sobrevivir. Insistimos en la cifra, 2,3 millones de niños y adolescentes en riesgo de pobreza severa. Nos llevamos las manos a la cabeza, pero no nos ocupamos de destapar qué implica el dato. Según un estudio del Centro de Políticas Económicas de Esade (EsadeEcPol), la pobreza provoca que el 16,7 % de los alumnos se vean obligados a abandonar los estudios de forma prematura. Además, la diferencia entre un escolar de nivel socioeconómico bajo y uno alto en un curso como 3º de Primaria, en asignaturas como matemáticas y lengua, equivale a casi dos años de diferencia de escolarización.

Aldeas Infantiles SOS de España añade la brecha digital (dificultades para disponer de un ordenador y de conexión a internet), los niveles de absentismo o la imposibilidad de participar en actividades extraescolares que refuercen su bienestar físico, sus habilidades y su integración social. Esto perpetúa el ciclo de pobreza de generación en generación.

No hablemos de mala crianza, sino de malas políticas de conciliación, gestión de los recursos públicos y acceso a la vivienda. O de falta de coherencia entre los salarios y el coste de la vida. Casos como el de Isabel, madrileña y con formación universitaria, hacen pensar que habría que reescribir el capítulo de maternidad y pobreza.

La escritora estadounidense Stephanie Land (1978), cuya obra autobiográfica fue adaptada a la miniserie de Netflix La asistente, dice que el mayor temor de una madre en situación de pobreza es ser vista como negligente. Ha contado su historia familiar para intentar cambiar la forma en la que la gente trata a quienes viven sin recursos. “Tenemos que prestar atención, escucharnos. Y lo más importante, debemos crear espacios para que otras personas se sientan seguras de contarnos sus historias”.

A Stephanie se la juzgó por el bajo peso de su hija, por comprarle ropa de saldo, por llegar diez minutos tarde al colegio después de una noche despierta para terminar su trabajo. Durante la crianza de su hija, solo recibía miradas inquisidoras. Llegó a sentir miedo de que alguien la denunciase a los servicios sociales y le quitasen la custodia. Por eso, jamás se le habría ocurrido contar que su hija y ella llegaron a pasar hambre. Desarrolló resiliencia y entendió el poder de contar historias como la suya y crear espacios seguros en los que poder hablar sin vergüenza y generando empatía. Sabe que hay millones de personas que se beneficiarían de esa empatía.

El Instituto Nacional de Estadística (INE) indica que la natalidad ha caído un 23 % en la última década. Save the Children responde con una realidad: tener hijos es de por sí un factor de riesgo de pobreza en España, una realidad que “se exacerba en los hogares encabezados únicamente por mujeres”. En España se contabilizan 1.944.800 hogares monoparentales, según un estudio elaborado por la Fundación Adecco. Ocho de cada diez, encabezados por una mujer.

De ellos, la mitad vive bajo el umbral de la pobreza y muchos más –el 94%– atraviesa serias dificultades económicas. Esto significa no poder mantener la vivienda a una temperatura adecuada, retrasos en el pago de gastos relacionados con la vivienda principal (alquiler, recibo del gas…), apuros para reponer un electrodoméstico, comprar una comida de carne, pollo o pescado al menos cada dos días o no poder permitirse ir de vacaciones al menos una semana al año.

No hablamos de países lejanos, ni siquiera de suburbios, sino de un riesgo de exclusión emergente y casi invisible que se suma a la feminización de la pobreza y deja al descubierto lo mal encaminadas que pueden ir las políticas para combatirla cuando se limitan a convertir a la mujer en beneficiaria pasiva de las ayudas, en lugar de tener en cuenta su papel como parte esencial de la economía del país.

Si un encuestador parase a Isabel en la calle, esta le diría con ironía que enriquece el yogur de sus hijas con semillas de chía. Con su respuesta abultaría el club de las buenas madres que alimentan de forma responsable y con superpoderes a su prole. Pobre, pero que no se note, no vaya a ser que incomode. ¿Absurdo? Sí. ¿Hipócrita? También.

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