La pulsión de todo ser humano es sobrevivir. Vivir y no morir. Aunque la vida marca el precio y tienda a hacerlo de forma asimétrica, la ciencia se ha aliado con este instinto natural para forjar sus propias alianzas entre la vida y la enfermedad, especialmente el cáncer, y hoy, 1 de junio, Día Mundial del Superviviente, hay motivos de celebración.
El principal nos llega de la Fundación CRIS contra el cáncer: la supervivencia a cinco años llega ya al 55,3 % en hombres, y al 61,7 % en mujeres. Desde los años 80, la tasa de se ha duplicado y el objetivo de aquí a cinco años es superar el 70%.

Este optimismo es importante para afrontar la otra realidad del cáncer: su diagnóstico. Antes de que acabe el año, se habrán detectado más de 280.000 nuevos casos en España, más de 20 millones a nivel mundial. Detrás de cada uno hay un relato vital único y un afrontamiento diferente, como nos muestran hoy cuatro supervivientes de cáncer: Rosa, Silvia, María Jesús y Fran.
María Jesús Rodríguez Reyero, empresaria madrileña
En diciembre de 2008 le detectaron un cáncer de mama que no tenía demasiado buen pronóstico y que requeriría un tratamiento largo. 17 años después está curada, igual que el 90% de las mujeres que sufren este tipo de tumor. Del diagnóstico recuerda el vuelco que le dio la vida de una forma “inesperada e impensable”. “Llega como una sacudida que te descoloca todo aquello que creías asentado. Tus rutinas, tu agenda, lo que creías urgente. Todo ello sin tiempo para organizarte. Para mí fue decisivo contar con equipo profesional que me fue hablando con claridad y mirándome a los ojos. Necesitaba saber a qué me enfrentaba”, explica.
Tanto para ella como para su familia fue también importante el servicio de acompañamiento al paciente que ofrece la Asociación Española contra el Cáncer de Mama. “Por eso, una vez que terminé el tratamiento, pasé a ser voluntaria. Entiendo que todo ello forma parte de un proceso con gran impacto emocional y psicológico. Es importante brindar esa misma cercanía que me ofrecieron a mí”.
Rosa Rivera, profesora madrileña
A Rosa le diagnosticaron un cáncer colorrectal hace tres años. Es un ejemplo de varios avances en este tipo de tumores. Por una parte, el programa de cribado en la Comunidad de Madrid le permitió una detección temprana. También las sesiones de radioterapia que le permitieron tratar el tumor con precisión milimétrica, reduciendo los efectos secundarios y mejorando los resultados. Por último, la cirugía con procedimientos menos invasivos y tiempos de recuperación más rápidos.
“Han pasado dos años desde la operación. Me salvó la medicina, pero después fue la fe y mi ángel de la guarda, que es mi padre, lo que me dio la fuerza para no rendirme, ni siquiera en los peores momentos más complicados. Fue muy importante seguir trabajando y me ayudó el hecho de no perder el pelo. Quería vivir, pero, sobre todo, necesitaba recuperar mi calidad de vida. Durante todo este tiempo, no he dejado ni un solo día de pasear con mi perro, cuidar a mis tres hijos, impartir mis clases, rezar y, sobre todo, agradecer a Dios por todo ello. La gran lección que me ha enseñado el cáncer ha sido la importancia del autocuidado”. Esta misma semana, Rosa fue a una de sus revisiones semestrales en el Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda y, una vez más, todas las pruebas resultaron positivas.
Silvia de Quintana, abogada barcelonesa
La peor angustia que trajo consigo el cáncer de esta abogada fue tener que dejar de trabajar. Le diagnosticaron leucemia mieloide aguda, un cáncer que se inicia en la médula ósea y pasa rápidamente a la sangre, en agosto de 2016. “Acababa de volver de unas vacaciones de Ibiza y me sentía extremadamente débil y cansada. La primera impresión médica fue un síndrome postvacacional, pero yo sospechaba que tenía algo más”, relata.
Después de varias pruebas, un equipo médico del hospital Clínico de Barcelona confirmó el diagnóstico y de inmediato inició el tratamiento. “Con la primera quimio se me cayó el pelo; con la segunda, se me fue la regla. Nueve años después, puedo decir que sigo siendo la mujer fuerte y optimista anterior al cáncer, pero es una enfermedad compleja y con mucha incertidumbre”. Lo que le costó asimilar fue despedirse de una vida laboral que a ella le encantaba y divertía.
En aquella época, dirigía el área de Relaciones Laborales de una empresa del sector de la restauración colectiva con 19.500 empleados. “La sensación de vacío me hizo pasar una temporada en la cama, pero nunca tuve el pensamiento de que pudiese morir a causa de la leucemia. Confiaba en la medicina y en su propia fortaleza, pero necesitaba razones para llenar ese vacío existencial. Esto no consiste solo en sobrevivir, algo que yo daba por descontado, sino en recomponerte a partir de lo que te va quedando. En mi caso es un trasplante que sigue provocando rechazo, un montón de fármacos y también muchas ganas de vida”.
Fue crucial el apoyo de su familia y amigos, pero lo que le marcó la gran diferencia fue la ayuda terapéutica de la psicooncóloga Olga Albaladejo, que dio un enfoque nuevo a la enfermedad y le ayudó a encontrar un sentido para salir de la cama y estar por encima de las secuelas del cáncer y de los tratamientos. “Hay que romper el estigma de pedir ayuda, aunque sería mucho más fácil integrarlo dentro de la atención médica. Olga me ayudó a encontrar un propósito, una responsabilidad conmigo misma y un compromiso con los demás. Fue entonces cuando decidí aprovechar mi experiencia laboral para ayudar a otras mujeres en su búsqueda de trabajo a preparar sus entrevistas”.
Fran Barrero, paciente de linfoma y voluntario
También comparte su testimonio Fran Barrero, igualmente valioso porque representa esa alianza de la ciencia y el paciente para exigir que también la política se ponga de su parte. Lo hace desde la Fundación CRIS sumándose al objetivo “irrenunciable” de que los resultados científicos lleguen cuando antes a los pacientes. “Una cura descubierta en un laboratorio no puede esperar años para salvar una vida”.
Fran, paciente con linfoma folicular desde 2019, se convirtió en un símbolo de la lucha por los derechos de los pacientes y el acceso a tratamientos innovadores. “Tras recibir radioterapia, quimio, un trasplante de médula y dos ensayos clínicos, el cáncer no remitía. Me quedaba la opción de las terapias CAR-T, con un 80% de éxito en la remisión, pero aún no estaban financiadas por el Sistema Nacional de Salud”.
Las terapias CAR-T son medicamentos innovadores basados en la modificación genética de las células T de pacientes. Fue entonces cuando se propuso, junto a su médico, el doctor Joaquín Martínez, director de la Unidad CRIS de Tumores Hematológicos en el Hospital Universitario 12 de Octubre, exigir de forma urgente la aprobación de las terapias CAR-T para cuatro tipos de tumores de sangre. En marzo de 2024, su sangre recibió las células modificadas genéticamente que pudieron salvarle la vida.
“He salvado mi vida y me da mucha satisfacción saber que, gracias a esta lucha, estoy ayudando a otros pacientes. Soy deportista, no fumo, no bebo. Un diagnóstico así te deja perplejo, pero merece la pena avanzar. Físicamente no he vuelto a ser el mismo, pero he asumido que tenía que bajar el ritmo. Sobrevivo y mentalmente es importante valorar qué es de verdad lo importante: la gente que me cuida y me ama, como mi pareja; pasar tiempo con mi madre, ir al mar. Esto último, por ejemplo, me lo puse como reto y miraba el calendario para ver cuándo llegaría esa escapada. La vida nos brinda muchas cosas bonitas y la enfermedad no debería ser motivo de tristeza”.