En una época en la que el miedo y la desinformación sobre el VIH marcaban la vida de miles de personas, un gesto espontáneo y valiente se convirtió en un símbolo de lucha contra el estigma. El protagonista fue el inmunólogo italiano Fernando Aiuti, quien, en 1991, decidió dar un paso al frente para demostrar al mundo que el virus no se transmitía por la saliva.
Lo hizo con un gesto tan sencillo como poderoso: besó en la boca a una paciente seropositiva, delante de decenas de periodistas, en pleno Congreso Nacional sobre el VIH en Cagliari.
Un beso para desmontar el mito
Corría el 2 de diciembre de 1991 cuando el titular de un periódico italiano, Il Mattino di Napoli, avivaba los miedos: “El VIH se transmite con la saliva”. Para Aiuti, que llevaba años investigando el virus y atendiendo a pacientes desde la cercanía y el compromiso, aquella afirmación era inaceptable. Sabía, con certeza científica, que el VIH no se transmite por un beso, y estaba decidido a demostrarlo de la forma más clara posible.
En ese congreso conoció a Rosaria Iardino, una joven activista de 25 años que vivía con el virus desde los 17. Conversando con ella sobre cómo responder al alarmismo mediático, surgió una idea que parecía una provocación: besarse públicamente. Lo que comenzó como una ocurrencia, se convirtió en una imagen que marcaría un antes y un después en la percepción del VIH en Europa.

La imagen que recorrió el mundo
Frente a las cámaras, Aiuti besó a Rosaria. La fotografía se difundió por todo el mundo y se convirtió en un símbolo de la lucha contra la ignorancia y la discriminación. La repercusión fue inmediata: mientras algunos sectores aplaudieron su valentía, otros lo tildaron de temerario. Pero el doctor tenía claro su objetivo: mostrar que el contacto humano no era una amenaza.
A finales de los 80 y principios de los 90, el VIH era un tema tabú y un foco de pánico. Muchas personas seropositivas sufrían el rechazo de sus familias, de sus amigos, e incluso del personal sanitario. Besar, abrazar o simplemente estrechar una mano eran gestos cargados de sospecha. En ese contexto, el beso de Aiuti fue una sacudida a la conciencia colectiva.
Un científico comprometido dentro y fuera del laboratorio
La historia personal del doctor también es reveladora. Su hijo, Simone Aiuti, recordó años después cómo su padre le prohibía acercarse al frigorífico de casa, donde guardaba muestras del virus para poder continuar su investigación. Aunque nunca logró encontrar una cura, su contribución fue decisiva en el plano social y educativo.

El apodo de “científico del amor” no fue casual. Aiuti no solo se implicó con la ciencia, sino con la humanidad de sus pacientes. Nunca los trató con distancia ni miedo, sino con respeto y afecto. Su trabajo como investigador fue acompañado por una labor constante de divulgación y sensibilización.
Un legado que sigue vivo
Años más tarde, Aiuti y Rosaria se reencontraron en una cena íntima. Durante la conversación, él le dijo: “Cuando muramos, nos recordarán por aquel beso”. Y no se equivocaba. Fernando Aiuti falleció en 2019 a los 84 años, pero su legado sigue vivo en cada gesto que desafía el estigma, en cada campaña que lucha contra la desinformación y en cada persona que, gracias a su ejemplo, entiende que el VIH no define a quien lo porta.
Hoy, su beso sigue siendo un recordatorio de que, a veces, la ciencia también se defiende con amor.