‘Cómo entrenar a tu dragón’ y por qué las adaptaciones en acción real son innecesarias

El estreno de 'Cómo entrenar a tu dragón' en formato 'live action' vuelve a menospreciar y menoscabar el poder de la animación

Cómo entrenar a tu dragón (2025) - Cultura
Un fotograma con la imagen de Desdentao en la versión de acción real de 'Cómo entrenar a tu dragón' (2025)
Universal Pictures

El estreno del nuevo live action de Cómo entrenar a tu dragón no ha llegado solo con fanfarria y nostalgia. También ha abierto, una vez más, una grieta que no cesa de ensancharse en la industria del cine contemporáneo: la obsesión de los grandes estudios por adaptar en imagen real obras nacidas en el terreno de la animación.

Y es una obsesión tan rentable como deshonesta. Porque Cómo entrenar a tu dragón, en su versión original de 2010, ya era una película perfecta. Y porque rehacerla plano por plano, con actores de carne y hueso y dragones generados por ordenador, no es más que una forma elegante de repetir lo mismo sin aportar absolutamente nada.

La versión animada de Cómo entrenar a tu dragón no necesitaba reinterpretaciones ni correcciones. Su expresividad, su poética visual, la textura misma de sus imágenes formaban parte intrínseca de su encanto. Al convertirla en imagen real, no solo se copia: se rebaja. Se lanza el mensaje, cada vez más evidente, de que la animación no es suficiente. Que para ser “importante”, una obra debe tener actores humanos delante de una cámara real. Y eso no solo es falso. Es insultante.

El espejismo de lo real

La industria parece querer convencernos de que convertir algo en imagen real lo hace más legítimo. Que ver a Hipo —el joven vikingo protagonista de Cómo entrenar a tu dragón— en carne y hueso nos acerca más a su historia. Pero no es así. Lo que nos emocionaba era la forma en que se movía, el trazo suave de sus gestos, los silencios que pesaban como nieve sobre el lomo de Desdentao. Todo eso ya estaba en la obra original. ¿De qué sirve que se repita de nuevo aquí? ¿Cuál es el propósito artístico?

Cómo entrenar a tu dragón no necesitaba esta versión porque la animación no es una versión incompleta ni infantil de la realidad. Es un medio con su propio lenguaje, con su propia capacidad de construir universos y sentimientos. Y cuando se decide transformar una película animada en acción real, se está diciendo —por omisión— que ese medio original era insuficiente. Que necesita traducirse a otro plano más serio, más tangible, más “adulto”.

Y no, no es casualidad que esto suceda una y otra vez. De El Rey León a La Sirenita, pasando por Blancanieves, todas las adaptaciones en acción real de películas animadas comparten una misma tara: la convicción de que la animación necesita validación a través de la realidad.

Rentabilidad, no creatividad

¿Es esto una decisión artística? En absoluto. Es un movimiento contable. Cómo entrenar a tu dragón, en su versión de acción real, no es más que una fórmula diseñada para exprimir lo que ya funcionó. La nostalgia se convierte en moneda. El recuerdo se licua en taquilla. Y todo se envuelve en un envoltorio de falsa novedad.

'Cómo entrenar a tu dragón' reabre el debate de por qué las adaptaciones en acción real son innecesarias
Imagen promocional con el póster de ‘Cómo entrenar a tu dragón’ en su versión de acción real
Universal Pictures

El público no encuentra aquí una propuesta nueva. Encuentra un espejo —pálido y deslucido— de lo que ya vio y amó. En vez de arriesgar, los estudios repiten. En vez de explorar nuevos caminos, recorren los ya trillados con pasos más pesados y menos inspirados. La magia de Cómo entrenar a tu dragón no está en sus diálogos ni en sus escenas. Está en su dibujo, en su atmósfera, en la decisión de contar su historia a través del arte animado. Eso es lo que la hace única. Eso es lo que ahora se ha perdido.

Un desprecio disfrazado

Lo más doloroso de esta tendencia es que el desprecio hacia la animación no se manifiesta con palabras, sino con hechos. Se dice que se ama la obra original, pero se la reescribe. Se asegura que se respeta su legado, pero se lo sustituye. Y con ello se educa al público —a las nuevas generaciones— en una peligrosa jerarquía: que lo animado es solo un borrador de lo real. Que el cine de verdad empieza cuando los rostros tienen piel y los cielos tienen nubes auténticas.

Por otro lado, rehacer algo que ya está bien solo para hacerlo “real” es una forma de nostalgia vacía. No es una celebración del pasado, sino una instrumentalización del recuerdo. No es un homenaje, sino una sustitución. Y en ese proceso se empobrece el arte, porque se reduce a sí mismo a una mera fórmula repetible.

Cómo entrenar a tu dragón, como tantas otras grandes obras de la animación, merecía otra cosa. Merecía que se defendiera su formato original, que se reconociera su valor intrínseco, que no se la utilizara como molde para una versión más cara, más ruidosa y menos valiente.

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