En primer plano

Floral: el festival que cambia las reglas (y en el que sólo cantan ellas)

El Festival, que reúne a 1.200 asistentes, impulsa un nuevo modelo cultural feminista. “Programamos sólo a mujeres como una estrategia real de cambio”, explican sus organizadores

Caminamos -pero, sobre todo, bailamos- entre flores y notas en un festival que, más que un evento cultural, es un acto de resistencia creativa y colectiva. Floral nace del hartazgo de la cantautora Judit Neddermann ante una realidad tan evidente como persistente: la escasa presencia de mujeres en la programación de los festivales.

“Queríamos crear un festival que programara sólo a mujeres, y no como un gesto simbólico, sino como una estrategia real de cambio”, explica Neddermann a Artículo 14. “Es evidente que aún no estamos en un panorama paritario. Aquí, todas las artistas programadas son mujeres, lo que automáticamente las convierte en cabezas de cartel. Y eso importa”.

Celebrado en los pueblos vecinos de Vilassar de Mar y Vilassar de Dalt a 30km de Barcelona, el Festival Floral demuestra que otro modelo cultural es posible: feminista, comunitario y descentralizado. “Luchamos también contra los cánones de la industria, que tienden a ensalzar mujeres canónicas que han apostado por la sexualización. Aquí hay espacio para propuestas diversas, que no necesariamente se ajustan a las exigencias del mercado. Queremos que sea un festival libre y un especio seguro para las creadoras”, apunta Neddermann.

Desde su nacimiento en 2022, Floral ha desmontado algunos de los mantras más repetidos en la industria musical, colgando el cartel de sold out en sus cuatro ediciones y demostrando que ellas también llenan recintos y venden entradas. “Una de las cosas más bonitas es ver cómo el público se sorprende con propuestas que no conocía”, añade. “Solemos combinar artistas con mucho tirón con otras emergentes o menos visibles. Y eso genera una colaboración entre ellas: la más conocida ayuda a que las demás sean escuchadas”.

Bajo una glicinia en flor y entre luces tenues, el público empieza a ocupar sus sillas en un silencio que sólo se rompe para saludar a quienes van llegando, copa de vino en mano. “En este festival se respira otra energía”, comenta una vecina de Vilassar de Mar, que ha asistido a todas las ediciones.

En el escenario, el grupo Roba Estesa convierte la noche en una celebración colectiva. Sus letras feministas, su fusión musical y la conexión con el público hacen vibrar el pequeño auditorio al aire libre.

No hay grandes vallas ni zonas VIP. Aquí, la jerarquía desaparece. “Nos encanta ofrecer una experiencia festiva pero tranquila, sin grandes aglomeraciones y donde lo más importante es la programación”, señala Neddermann.

Mientras tanto, una treintena de voluntarios coordina los diferentes conciertos, rutas guiadas por espacios de gran valor patrimonial, un espectáculo inaugural de danza, una conferencia escénica en el teatro y un taller de movimiento. “Estamos orgullosas de haber levantado un festival desde cero, que reúne a 1.200 asistentes y sitúa a las mujeres creadoras donde tienen que estar, en el escenario, para ser aplaudidas y celebradas”, subraya Neddermann.

El festival se sostiene con un presupuesto modesto de 50.000 euros. Fue la propia Neddermann, junto al gestor cultural Martí Sancliment, quien impulsó la financiación a base de llamadas. “Creo que debería existir un sistema de mecenazgo o donación mucho más atractivo para las empresas. Que el circuito estuviera medio trazado, y fuera sencillo para ellas elegir qué proyectos apoyar y beneficiarse fiscalmente de ello”, coinciden.

Llega Bewis de la Rosa, una de las artistas más esperadas de esta edición. Su mezcla de rap y performance, acompañada de un discurso feminista potente y original, impacta al público. “No esperaba encontrarme con esto aquí, me ha volado la cabeza”, confiesa una joven que vino atraída por uno de los nombres conocidos, pero se va con varias nuevas artistas en su radar.

Durante los cambios de escenario, en las paredes del parque se proyectan retratos en blanco y negro de mujeres del Maresme, filmados con técnicas analógicas. La estética vintage dialoga con las luces cálidas del recinto y la arquitectura industrial que lo rodea.

Este festival es la prueba de que la cultura puede ser un acto de empoderamiento colectivo. En una Cataluña repleta de ciclos y festivales, Floral destaca no sólo por su programación, sino por lo que simboliza: un modelo cultural sostenible, feminista y arraigado al territorio.

“No se evoluciona sin la oportunidad de exponerse”, afirma Neddermann. Y este festival, al levantar escenarios para las que históricamente han sido excluidas, permite exactamente eso: florecer.

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