Los 80 mueren con Rob Reiner

La muerte de Rob Reiner y de su esposa, Michele Singer Reiner, ha sacudido Hollywood. La policía ha detenido a su hijo Nick, que permanece bajo una fianza de cuatro millones de dólares

La muerte de Rob Reiner, a dos semanas de que acabe el año 2025, ha caído en Hollywood como un relámpago. La desaparición de uno de los cineastas más queridos y populares, deja la sensación, incómoda y persistente, de que ya no hay figuras que lleguen a la conciencia popular con sentido común porque algo esencial se ha roto. Reiner murió en su casa de Brentwood junto a su esposa, Michele Singer Reiner, y la violencia del final, a cuchilladas, convierte la noticia en un espejo brutal donde el país se ve reflejado sin filtros.

Hollywood reaccionó en bloque primero con incredulidad, luego con un silencio espeso para terminar brotando en tributos de admiración hacia su querido amigo. El estupor moral, porque Reiner además de director de grandes películas ejercía como una voz con conciencia pública. Incómoda para muchos, principalmente para los seguidores de Donald Trump, a quien criticaba sin descanso porque era un hombre que no separaba el cine de la idea de ciudadanía.

Rob Reiner - Cultura
Una fotografía de Rob Reiner junto a su mujer.
EFE

Hijo de Carl Reiner, gigante de la comedia televisiva, Rob había conseguido algo poco frecuente al escapar de la sombra paterna sin renegar de ella. Empezó como actor, convertido en símbolo generacional gracias a la serie All in the Family, donde su ‘Meathead’ Stivic discutía, semana tras semana, con el conservadurismo ruidoso de Archie Bunker. Aquella comedia fue, en realidad, un campo de batalla cultural donde Reiner aprendió que el humor podía ser una forma de pedagogía política.

Después vino el cine y una década prodigiosa que hoy parece irrepetible. This Is Spinal Tap, Stand by Me, The Princess Bride, When Harry Met Sally, Misery, A Few Good Men. Películas distintas, géneros incompatibles en apariencia, unidas por la confianza radical en los personajes. Reiner creía que el público era adulto, que podía emocionarse sin cinismo y pensar sin ser aleccionado.

Stephen King lo entendió mejor que nadie. La anécdota se ha contado muchas veces, tras el primer pase privado de Stand by Me, King permaneció sentado, tembloroso, incapaz de hablar. Salió de la sala y cuando regresó le dijo al realizador: “Esta es la mejor adaptación que alguien ha hecho nunca de mi obra”.

Michele Singer Reiner, asesinada junto a él, fue durante años una presencia silenciosa junto a su marido, a quien conoció en el rodaje de ‘Cuando Harry Met Sally’ y por quien el director cambió el final. Fotógrafa de mirada aguda, productora en la última etapa creativa de su marido, fue también una mujer situada en una extraña encrucijada de la cultura estadounidense al haber fotografiado la imagen de la portada de The Art of the Deal, el libro que ayudó a construir el mito de Donald Trump y terminó dedicando su energía a proyectos que lo cuestionaban. Una ironía

La reacción política a la muerte de Reiner revela con crudeza el clima moral que se vive en Estados Unidos. Mientras Michelle y Barack Obama lamentan la muerte de la pareja, el presidente Donald Trump publicó uno de los mensajes más viles que se le recuerdan, uno de esos mensajes que no buscan explicar nada, solo herir. Un texto venenoso, escrito con la sintaxis del resentimiento, en el que reduce una muerte violenta a una patología ideológica. “Rob Reiner falleció junto a su esposa, Michele, supuestamente a causa de la ira que provocó en otros debido a su masiva, implacable e incurable aflicción por la enfermedad conocida como síndrome de trastorno por Trump”.

El mensaje provocó una sacudida. El gobernador de California respondió sin eufemismos y lo calificó como “un hombre enfermo” y la representante republicana Marjorie Taylor Greene ha dicho que su mensaje no muestra ni un ápice de empatía. Hollywood, que durante años fue acusado de vivir en una burbuja moral, se siente esta vez directamente interpelado. Maria Shriver, heredera de la familia Kennedy, escribió en su cuenta de X recordando a Reiner como alguien que creía que contar historias era una forma de cuidar a los demás. “Rob entendía el poder de la empatía”, escribe. “Y nunca la usó para sí mismo”.

Stephen King fue más allá del homenaje profesional. Habló de amistad, de lealtad política, de la sensación de haber perdido a alguien que no se escondía cuando las cosas se volvían difíciles. “Siempre estuvo ahí”, escribe. No es una frase casual en un país donde la ausencia suele disfrazarse de neutralidad. Porque Rob Reiner nunca fue neutral. Fue progresista en el sentido antiguo del término y creía que la política debía mejorar la vida concreta de las personas. Impulsó políticas públicas para la infancia, defendió el matrimonio igualitario cuando no era rentable hacerlo, y utilizó su fama como altavoz. Eso lo convirtió en blanco de los republicanos que le veían como un enemigo.

Su familia sufre una tragedia. La pareja tuvo tres hijos: Jake, Nick y Romy, nacidos de su matrimonio con Michele, y Tracy, la hija que adoptó durante su matrimonio con Penny Marshall. De hecho, fue su hija pequeña quien encontró a la pareja muerta y llamó a la policía. Desde un primer momento se sospechó que su hijo Nick, con problemas de adicción desde hace una década, podría estar implicado. Hoy se encuentra detenido bajo una fianza de cuatro millones de dólares.

El hijo de Rob Reiner y su mujer ha sido detenido por doble homicidio
El hijo de Rob Reiner y su mujer ha sido detenido por doble homicidio. Imagen de Court TV y TMZ

Quizá por eso su muerte duele tanto. Porque clausura su talento y una manera de estar en el mundo. Reiner creía que el cine popular podía ser decente sin ser ingenuo, político sin ser panfletario, emocional sin ser manipulador. Creía que la democracia necesitaba relatos para sobrevivir. Hollywood se despide de una idea cultural honesta y sin artificio, como Stand by Me, o un diálogo cómico romántico sobre las relaciones como Harry Meet Sally, o un perfecto relato feminista como en A Few Good Men. Su legado no queda manchado por el mensaje de Donald Trump, al contrario, es el presidente de Estados Unidos quien deja en el aire un tufo insoportable.

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