Crítica de cine

‘Memorias de un caracol’, o el dulce drama de vivir atrapada en un caparazón

Memorias de un caracol brinda un puñado de poderosas enseñanzas de manera orgánica, poniendo sobre la mesa cuestiones como la salud mental

La película de stop motion 'Memorias de un caracol', dirigida por el australiano Adam Elliot
La película de stop motion 'Memorias de un caracol', dirigida por el australiano Adam Elliot

Lo que cada caracol transporta permanentemente, más que una casa, es un refugio que también funciona a modo de prisión. Y, aunque ella no carga con un caparazón real, la protagonista de ‘Memorias de un caracol’ se esconde del mundo igual que sus invertebrados aliados; incluso se pasa la vida disfrazada para parecerse lo más posible a ellos. Conocemos a la joven, Grace, mientras se despide para siempre de su amiga Pinky, una anciana postrada en su lecho de muerte; tras el óbito, la chica se sienta en un banco y empieza a narrar la historia de su vida a su mascota preferida, y lo que viene después es un relato animado rebosante de imaginación y emoción que sin embargo, pese a lo que pueda sugerir la encantadora animación ‘stop-motion’ que le da vida, no cuenta el tipo de historia que solemos asociar al cine infantil. Sus 94 minutos de metraje, después de todo, incluyen muertes, sexo, desnudez, palabras malsonantes, cremaciones, cleptomanía, acoso escolar, abuso infantil, alcoholismo, drogadicción, terapias inhumanas, demencia, suicidio y fanatismo religioso.

Dirigida por el australiano Adam Elliot, la película nos cuenta la pérdida de inocencia tanto de Grace como de su hermano gemelo Gilbert. Descubrimos que llegaron al mundo justo cuando su madre salía de él muriendo durante el parto y dejándolos bajo la responsabilidad de su padre, Percy, un hombre atrapado en una silla de ruedas a causa de un accidente de tráfico. Vemos a Grace sufrir las burlas de sus compañeros de colegio y ser defendida de ellos por Gilbert, cuya lealtad hacia su hermana es tan firme como sus instintos pirómanos. Percy sucumbe al alcoholismo y, a su muerte, cada uno de los gemelos es adoptado por una familia diferente. Para la niña, eso significa vivir con un par de ‘swingers’ que se pasan el día desnudos; él, en cambio, recala en el seno de una familia de fundamentalistas cristianos. Separados entre sí por miles de kilómetros, se mantienen en contacto escribiéndose cartas en las que relatan sus respectivas miserias y, entretanto, el dolor de Grace se intensifica.

La película 'Memorias de un caracol'

La película ‘Memorias de un caracol’

Desde que era una niña, decimos, Grace busca consuelo en los caracoles, que nunca la abandonan ni le hacen daño, y llena su habitación de memorabilia relacionada con esos gasterópodos para ocultarse de la serie aparentemente interminable de desdichas que la azotan a lo largo de su vida, y que la sumergen en un mar de anhelos, arrepentimiento, amargura y reproches; Elliot evoca con tal precisión los estragos causados por la depresión que por momentos la película amenaza con sumirnos también a nosotros en la desesperación, especialmente en una escena en la que Grace recibe noticias sobre Gilbert que sacuden su mundo.

Sin embargo, ‘Memorias de un caracol’ se las arregla para mantener un tono enérgico y hasta alegre; a medida que pasamos de una viñeta a la siguiente a través de su narración, Grace rara vez se detiene en ninguno de los episodios de su vida lo suficiente como para revolcarse en la tristeza. Y la verdadera luz parece iluminarla cuando se hace amiga de la bohemia Pinky, que se convierte en la madre que nunca tuvo y en una cómplice inadaptada, y que la inspira con su curiosidad, su coraje y su entusiasmo.

'Memorias de un caracol', dirigida por Adam Elliot

‘Memorias de un caracol’, dirigida por Adam Elliot

El asombroso trabajo realizado por Elliot con elementos como la arcilla, el alambre, el papel y la pintura -y sin recurrir en absoluto a la imaginería digital- para construir el detallado universo en el que transcurre la película contribuye de forma esencial a atemperar su oscuridad. Cada plano está atiborrado de información visual, cada escena es transitada por personajes de ojos grandes y caras redondas que resultan increíblemente expresivos, y el director ata los distintos hilos del tejido argumental con sutiles florituras estéticas mientras la narración fluye entre recuerdos y puntos de vista; especialmente dada la brillantez de la que hace gala como narrador visual, por momentos resulta frustrante su tendencia tanto a ofrecernos la misma información por duplicado -primero mostrándonosla con imágenes y después dejando que la narración de Grace nos la cuente- como a hacer que sus personajes se repitan.

Pero eso, en cualquier caso, no resta un ápice de su valor a esta fábula tierna, conmovedora, amarga pero definitivamente dulce y dotada de un mensaje reconfortante: que es debemos likberarnos de nuestro caparazón para descubrir que no somos caracoles y que, como afirma Pinky en un momento de la película, “la vida solo se puede entender al mirar hacia atrás, pero tenemos que vivirla mirando hacia adelante”.

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